Opinión
Ver día anteriorLunes 17 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Privacidad
G

eorge Bernard Shaw hizo una definición breve, pero suficiente, de la libertad. La libertad significa responsabilidad. Es por eso que la mayoría de los hombres le temen. Ser responsables es, sin duda, un aspecto complejo de la existencia, tanto a escala individual como colectiva.

Lo primero nos confronta con nosotros mismos, lo cual es ya bastante difícil de soportar si se tienen suficientes neuronas. Se requiere cierto valor o gran dosis de hipocresía o de cinismo. Todos tenemos un poco de ambos. Tal vez por eso conseguimos funcionar a diario.

Lo segundo nos confronta con los demás, sea sólo uno de nuestros congéneres, la comunidad en la que vivimos, o, de manera más abstracta aunque no menos real, con la sociedad en su conjunto, local o globalmente, como ahora gusta decirse. A veces lo local en su dimensión más estrecha es ya demasiado.

La defensa de la privacidad es perfectamente comprensible y necesaria en términos de nuestra individualidad. Es parte inherente de la libertad. Pero su delimitación choca constantemente con la capacidad y la fuerza de los otros para imponer cualquier forma de control, desde el chisme, el voyeurismo y llegando hasta la persecución.

Por eso la tolerancia misma, a la manera en que la planteó Voltaire, representa una suerte de contradicción significativa. Puesto que debo tolerar, entonces hay alguien que en principio me estorba, me contraría, me molesta. Ahí está el enorme dilema del otro, al que tanto nos cuesta ubicar, comprender y respetar.

Entre estos extremos hay todo una diversidad de atentados en contra de lo privado. De eso está hecho cada día y llega, principalmente, al ámbito del Estado y su vínculo desigual con el ciudadano. Orwell lo manifestó en 1984, su siempre actual novela con el ubicuo Gran Hermano. Hasta esto puede ser trivializado por la televisión para erosionar el concepto mismo de la privacidad y la noción de libertad.

Libertad y privacidad no son antónimos. Me parece que lo privado es la base misma de la posibilidad de ser libre. Ambas requieren de esa responsabilidad tan finamente concebida de la que habla Shaw.

Hoy, la tecnología permite cada vez más intrusiones cotidianas y estrechas en la privacidad. Facebook, Apple, Google, Twitter y demás artefactos como la misma telefonía hacen que la gente se exponga en un espacio que ni siquiera está definido de manera asible y abra lo que es íntimo y privado cediendo, sin darse cuenta o sin importarle, parte de su libertad. Esto es una forma en la que se establecen las modas que son, según Shaw, en última instancia epidemias inducidas.

Es una suerte de exhibicionismo que tal vez se asocie con el hecho de que lo privado, lo individual, lo íntimo, se vacía de contenido. Hay que llenarlo de algún modo, aunque sea con su reverso, hacerse público. Hay que estar literalmente pegado, como Cyrano a su nariz, al móvil, la tablet y la computadora, y hacerse ver, notar y, así, existir.

Las ventajas indudables de la tecnología para el conocimiento, la información, la organización política y la comunicación existen, por supuesto, y son riquísimas. Pero hay otro terreno más extenso en el que tienden a convertirse de manera masiva en una verdadera bobería.

Además, hay quienes piensan ser tan relevantes y que lo que dicen es tan deseado de conocer por lo demás que lo cuentan (tuitean) en tiempo real por las amplias dimensiones de la red. Dejan saber lo que hacen, dónde y con quién, y hasta sus opiniones sobre cualquier tema. Creen que hacen opinión y hay otros que lo aceptan. Se necesitan dos para bailar el tango. Algo tiene de soberbia y sumisión.

Son intrusiones y se aceptan de modo abierto. Es más, se buscan y se alientan. Paradójicamente, esto se hace sin verse a los ojos, sin siquiera encontrarse. Mientras más comunicado se puede estar, parece ser menor el contenido y mayor la soledad. ¿Hará esto más feliz a la gente? Otra vez Shaw: ¡Una vida de felicidad! Ninguna persona lo resistiría; sería el infierno en la Tierra.

El caso reciente de Edward Snowden ha abierto una gran polémica sobre la privacidad y la libertad. Un diario español tituló una nota al respecto: ¿Héroe para el ciudadano o traidor de toda una nación? Será esa la verdadera dicotomía o es parte de la manipulación de la privacidad.

Se trata, según las versiones disponibles, de cómo este ex empleado de la CIA destapó el asunto del masivo espionaje estatal de los datos y las comunicaciones de ciudadanos en todas partes, con el fin declarado de tener un mayor control sobre actos de terrorismo.

Es un caso extremo, pero que revela diáfanamente la ingenuidad con la que se expone la privacidad (vía Google, Microsoft y demás plataformas) en un mercado que acaba siendo subsidiario del poder político. Del otro lado está el argumento oficial de la necesidad de salvaguardar la seguridad pública y la nación frente al terrorismo.

Es otro dilema y no menor. Una cuestión de la que no puede apropiarse simplemente el Estado confrontando la privacidad de los ciudadanos que deben defenderla. Este es, según se define en la lengua, el ámbito de la vida privada que se tiene derecho a proteger de cualquier intromisión. Pone en evidencia otra noción de Shaw: La democracia es un recurso para asegurar que seremos gobernados de modo no mejor del que merecemos. Hoy existen evidencias de esto en muchos terrenos y todas latitudes.