Excepción cultural
n 1993, cuando pasaba el GATT (Acuerdo general tarifario de aduanas y comercio) hacia su denominación de OMC (Organización mundial del comercio) Francia levantó la voz contra la influencia cultural norteamericana proclamando que la cultura no es una mercancía como las otras. En 1999 consiguió que la Unión Europea (UE) y la UNESCO se unieran a esta posición que sin embargo sigue siendo atacada por los voceros del neoliberalismo y muy particularmente por EEUU y transnacionales, debido a lo cual la Ministro de Cultura francesa tuvo que ratificar apenas: La UE y EEUU van por un vasto acuerdo comercial y financiero para el crecimiento y la colaboración transatlántica, Francia está presta a apoyar bajo una condición no negociable: el respeto a la excepción cultural
(que se refiere sobre todo a los productos audiovisuales y editoriales)
Conforme a este principio, en el 2000 ante la UNESCO y el 2 de febrero de 2002 en un suplemento especial de La Jornada, quien esto escribe afirmó que la cocina de un pueblo es, más que rasgo cultural, parte fundacional y constitutiva de su cultura e identidad y que la homogeneización mundial de los alimentos destruía su diversidad a través del Planeta. Escribimos que era del dominio de la UNESCO reconocer el carácter de Patrimonio Cultural Intangible (PCI) de las cocinas (que lo merecieran), pues siendo este reconocimiento vinculante obligaría a los gobiernos nacionales cuyas cocinas fueran inscritas en la Lista del PCI, a aplicar las medidas de salvaguarda necesarias para preservarlas de una destrucción inminente, protegiendo la flora y la fauna de sus respectivos insumos. La medida esencial reposaba en declarar excepción cultural
los sistemas milenarios de producción campesina que dieron origen a ciertas cocinas, como ejemplo los pluricultivos de los arrozales acuáticos en países de Oriente o la milpa mesoamericana en nuestra región. Gracias a la excepción cultural, México podría sacar del Tratado de Libre Comercio con América del Norte el maíz y el frijol producidos de dicha manera.
Trece años después a nuestra milpa casi sólo le queda el nombre, pues los campesinos dueños del saber ancestral han emigrado del campo y muchos de los que quedan han sido convencidos por los tecnólogos de que la milpa designa un monocultivo de maíz donde se siembran semillas mejoradas, aunque para mantener su rendimiento necesiten fertilizantes químicos; al tiempo que en el campo se sufre hambre o se la palía con chatarra gracias a Oportunidades y en las urbes aumentan los enfermos por una pseudoalimentación con base en más químicos que orgánicos.
México debió haber sido el primero en la historia humana en declarar que los alimentos básicos de un pueblo no son una mercancía como las otras, defendiendo los insumos de la gran variedad de cocinas del mundo. O aunque sólo fuera defensor de su pueblo permitiéndole alimentarse como lo hizo por siglos, en vez de tratar inútilmente de montar un sistema de salud cuando permite que las nuevas generaciones crezcan malsanas.
¿Habrá quien, entre las autoridades correspondientes, tome la declaratoria de PCI, dada por la UNESCO en 2010 para las cocinas tradicionales paradigma de Michoacán
y en vez de tratarlas como negocio turístico, haga la defensa de la milpa y con ella la de la alimentación y la salud de los mexicanos? Tal vez sí, pues quienes adujeron hace algunos años que las ideas aquí expuestas no eran tema de un suplemento sobre el campo, han comenzado a integrarlas en su visión.
Por lo pronto urge luchar todos por lo mismo: salvar no sólo el maíz criollo de la contaminación transgénica sino salvar las múltiples variedades de frijol, cucurbitáceas, chiles, quelites, agaves y cactáceas, tomates, raíces y frutos, hongos y algas, insectos, crustáceos, aves y mamíferos comestibles. Así como el trigo que forma parte de la dieta de los mexicanos del norte con su ganado bovino, caprino y ovino, sin olvidar la sustentabilidad de los bosques con su fauna y flora alimenticias.
Hay vientos favorables en el mundo para financiar los insumos tradicionales, apoyar a productores y a cooperativas de consumo en las urbes, proteger la biodiversidad y con ello proteger la diversidad de nuestras cocinas mediante una política que no es nacionalista ni corporativa
-diría la Ministro francesa- sino en defensa de la diversidad humana. ¡Ojalá México diga también que irá hasta el fin para defender este ideal!