entados en una banca, muy atildados y de traje y corbata, tres estudiantes ven hacia la torre de rectoría. En su tiempo compartieron una entrañable amistad y los ideales universitarios que les habían inspirado la Reforma de Córdoba de 1918 y el movimiento vasconcelista del cual fueron activos partidarios. Así se les puede encontrar –llueva, truene o relampaguee–, según la representación en bronce del escultor Cuauhtémoc Zamudio.
Se trata de Juan Manuel Elizondo, Raúl Rangel Frías y José Alvarado. En el trepidante comienzo de los años treinta, aquellos jóvenes perfilaban su futuro: el primero sería dirigente nacional de los mineros y parlamentario en ambas cámaras; el segundo, un brillante intelectual, rector de la universidad pública de Nuevo León y gobernador de esta entidad, y el tercero, escritor, periodista y también rector de la misma casa de estudios.
Los tres universitarios se dieron a la tarea de impulsar la creación de la que hoy, a ocho décadas de fundada, es la Universidad Autónoma de Nuevo León.
De los tres, Raúl Rangel Frías era el menor. Con motivo de sus estudios de derecho en la UNAM hizo amistad con algunos de los jóvenes intelectuales –la figura más destacada vendría a ser el poeta Octavio Paz– que animaban las revistas Barandal y Cuadernos del Valle de México. Este vínculo le permitió convertirse, a partir de la reapertura de la Universidad de Nuevo León (había sido cerrada en 1934 a raíz de la polémica en torno a la educación socialista), en el gran promotor de la institución hacia el primer lustro de los años cuarenta. Cuando leía yo las páginas de Armas y Letras, el boletín fundado por Rangel Frías, para escribir el prólogo a la primera época, me asomaba a un pequeño pero significativo mundo de microtonos renacentistas. Antes de esos años reinaba la precariedad en las diversas expresiones culturales. Precariedad que era el subrayado de una sociedad donde todo se subordina a la producción material, y a la que habían profundizado la brusca interrupción del quehacer cultural ligado al porfiriato en virtud de la revolución, y la enconada lucha social que le siguió en Monterrey hasta 1940.
La corriente humanista, de la cual Rangel Frías fue líder indiscutible, le aportó un aire de renovación al Monterrey basto a pesar de su rápido crecimiento industrial. Se verá fortalecida con la presencia de artistas e intelectuales de la ciudad de México y de algunos que formaban parte del exilio español.
Las iniciativas de Rangel Frías empezarían a cambiar el yermo local de la cultura. Una de ellas fue el rescate de la Biblioteca Pública. Ya como gobernador solía llegar hasta sus estantes para acariciar los libros que amaba, como lo recordó el historiador Israel Cavazos, cronista de Monterrey, en un acto rememorativo del primer centenario del natalicio de uno de los descendientes por vía materna de Heriberto Frías, el célebre autor de Tomóchic, y de los valores liberales que encarnó. Otra de indudable importancia fue la conversión del Obispado, el monumento más importante de la Colonia, en el Museo Regional de Historia.
La historia, como fundamento de la identidad cultural, fue interés permanente de Rangel Frías. De esta manera alentó la investigación que condujo al hallazgo de las crónicas de Alonso de León, Juan Bautista Chapa y Fernando Sánchez de Zamora sobre el primer siglo colonial. Estos documentos, resultado de los trabajos de Israel Cavazos, no han sido suficientemente estudiados acerca sus referentes: la organización social, las costumbres y la fiera defensa que hicieron las tribus (naciones) seminómadas anteriores a la Conquista frente a la expropiación por la corona española de su territorio; e igualmente, las instituciones, métodos, vida cotidiana y acciones armadas (de mera defensa, talionarias o punitivas) de los habitantes recién llegados al llamado Nuevo Reino de León.
Rangel Frías era un practicante del pensamiento integrador propio de las grandes épocas de innovación cultural. Como director del Departamento de Acción Social Universitaria; como rector de la Universidad de Nuevo León (el 14 de junio cumplirá 52 años de haber sido declarada autónoma), y con igual ímpetu como gobernador, dio cauce a la actividad artística y a las humanidades. A él se debe la creación de la Escuela de Artes Plásticas, de la Escuela de Verano y de la Facultad de Filosofía y Letras. Consciente, además, del otro rostro del conocimiento en los campos de las ciencias
–como ha escrito Alfonso Rangel Guerra, sobrino suyo, también reconocido humanista y rector en los años sesenta de la universidad del estado– incluyó en la proyección de la institución la Escuela de Ciencias Físico-Matemáticas, la de Ciencias Biológicas, la de Agronomía, la de Comercio y Administración.
Corona de esos esfuerzos fue la creación de la Ciudad Universitaria a la que logró hacer, más tarde, recinto de una parte de la Capilla Alfonsina. En su juventud había sido miembro del grupo Alfonso Reyes y desde entonces se hizo apasionado lector y estudioso de la obra del gran literato nacido en Monterrey. Décadas atrás Reyes lo había invitado a integrarse al claustro del futuro Colegio de México. Invitación que declinó para servir, como maestro y hombre público, a su universidad y a su estado.
Hoy es difícil hallar héroes culturales. Uno, sin duda, fue Raúl Rangel Frías: promotor de la educación y la cultura, pensador, escritor y gobernante. Vale la pena intentar inspirarse en sus afanes y desde luego recordarlo.