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Andanzas

Del Bolshoi a The Old King de Bélgica

N

o deja de sorprender, en este prolífico mes de mayo, la explosión dancística que cunde por todas partes con el entusiasmo de las nuevas generaciones. La danza parece florecer como la hierba silvestre en multitud de estilos y expresiones, transformaciones asombrosas que se han logrado en las décadas recientes con la rapidez que sólo esta era cibernética ha logrado en la historia de la humanidad. Así, las expresiones artísticas logran las más fantásticas propuestas en un ámbito antes prohibido para los espíritus innovadores. Las transformaciones son notables; sin embargo, en el campo de la danza, del ballet en específico, se conserva como tesoro indeleble la técnica clásica tradicional con enriquecedoras mejoras, conservándose siempre como La Madre del ballet clásico mundial.

El ballet imperial ruso, cuna de formidables bailarines, artistas extraordinarios, no sólo conserva los principios corporales de una técnica antigua, sino la enriquecen y rebasan, logrando en los cuerpos entrenados a fondo la perfección y la exquisita esencia, como nunca antes mostrada, de la danza clásica, manteniendo vivas obras de siglos pasados en total vitalidad y belleza con las mejoras increíbles de este nuevo preciosismo técnico a que han llegado. Me refiero al Ballet Bolshoi de Moscú, que en su perfección se espera, sin embargo, en el tiempo preciso, realice un salto cualitativo hacia la danza contemporánea, en concepto y forma, digamos, para imaginar hasta donde llegarían, para no permanecer en la sagrada tradición exclusivamente, sino entrar de lleno al corazón de la modernidad, como han logrado ya varios coreógrafos de la escuela tradicional que lograron encontrar nuevas y maravillosas formas de expresión , utilizando la base estructural del ballet.

Como bien mencionó hace mucho tiempo Agripina Vaganova (1879- 1954), creadora del sistema del ballet ruso soviético, que invadió el mundo entero, la herencia de Taglioni (padre), Diderot, Jules Perrot etcétera, etcétera, hicieron posible el desarrollo y la codificación de los movimientos académicos hasta convertirse en una de las joyas de la cultura rusa y mundial. Su influencia en el siglo XX, a pesar de las transformaciones en forma y concepto ocurridas a la danza en el siglo XX, danza moderna, contemporánea etcétera, el ballet está a la alta y mejora.

Para comprender lo que son las ligas mayores de la cultura, basta ver el espectáculo del Ballet Bolshoi que se presentó recientemente en pantalla en el Auditorio Nacional, para apreciar, con el corto sobre la renovación del teatro y sus interiores, el movimiento y coordinación perfecta, incluso de la calidad cinematográfica de dicho reportaje, amén del ballet completo La bayadera, del genial Marius Petipa, estrenado en 1877, en sus tres actos, con una duración de tres horas y media. En esta ocasión vimos la versión del coreógrafo Yuri Grigorovich, y un reparto espectacular como Olga Smirnova, Olga Esina, Semyon Chudin, Andrei Sidnikov e Iván Alexeyev, entre otros, parte de un elenco decididamente perfecto en su coordinación, belleza y nivel absolutamente impecable.

Fue una verdadera delicia dicho espectáculo, a pesar del aprisionamiento de las piernas en tan apretados espacios de la sillería para la prensa del Auditorio, donde una vez terminado el espectáculo, logrando penosamente salir de tal claustrofobia corporal, hice votos fervientes para que en un futuro se nos considere para la sección preferente y cubrir sin tanta incomodidad los actos dancísticos. Por otra parte, en el Teatro de la Ciudad, como parte del Festival de la Ciudad de México, vimos un contraste violento y arrasador, como fue la obra The Old King o El viejo rey, con la Compañía Les Ballets C de la B, de Bélgica, con la coreografía conjunta de Miguel Moreira y el único personaje de la obra, Romeu Runa, de origen portugués. Este bailarín singular, de larga estructura ósea, piernas, torso y cuello, no se parece a ningún otro. Él no baila: se contorsiona hecho un arco con la cabeza boca arriba apoyándola en el piso, hace machincuepas extrañas, parece dislocarse e ir contra todo equilibrio del cuerpo. Runa se arquea como los más osados artistas de la acrobacia circense, en un angustiante espacio, en el contexto de la búsqueda de dicho personaje por comunicarse. Sin duda alguna, la propuesta es impactante, extraña y novedosa. El valor de la obra es importante, pues nos abre nuevos y audaces horizontes, técnicas y maneras de ver el mundo y traducirlo de manera inédita, fuerte y muy difícil, sobre todo para el cuerpo de Romeu, de quien uno se pregunta si es actor, bailarín, acróbata o cirquero. Con la retórica de la presentación de Moreira y la realidad escénica presentada el 12 de mayo en el Teatro de la Ciudad, no es fácil comprender hasta dónde van estos audaces artistas, así como una técnica corporal que contradice todo código establecido en danza, tal vez excepto en la acrobacia circense. Antítesis de una estética tradicional, quizás una antiestética mortal de la lucha del hombre en la sociedad. Moreira y Runa son una nueva puerta al futuro.