ntre otras razones esta exposición es relevante por ser resultado de un seminario en el que tomaron parte estudiantes de posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras en coordinación con el Instituto de Investigaciones Estéticas, como de El Colegio de México. Los rectores del seminario y principales responsables curatoriales fueron Renato González Mello, director del IIE, y Anthony Stanton, del Colmex, con amplia experiencia en las letras mexicanas de ese y otros periodos, a quienes se adhirió la presencia del también investigador y curador Peter Krieger
En términos generales el nuevo rescate del estridentismo busca acentuar su lugar como vanguardia que le fue cuestionada en su momento sobre todo por los contemporáneos
algunos de ellos –Villaurrutia especialmente muy atinadamente representados–. Después de recorrer la exposición, el espectador interesado en esta temática deduce que la auténtica vanguardia fue el estridentismo, primordialmente desde el ángulo tipográfico, si bien dibujos y fotografías contribuyen a realzarlo como dan cuenta buen número de las piezas exhibidas. Tienen como fondo principal las colecciones del Munal, que fueron objeto de un sondeo a profundidad, comprendiendo examen de otros museos de la red INBA, de algunos acervos particulares y del Museo Regional de Guadalajara que alberga piezas muy peculiares como el retrato de Guadalupe Marín por Amado de la Cueva (1929). En su sitio de proveniencia se exhibía tiempo ha, cercano a obras de José Luis Figueroa, quizá igualmente susceptibles de haber sido tomadas en cuenta.
Una sola de las obras, la de mayor tamaño por cierto, me parece algo fuera de contexto además de que no le hace favor a la autora. Me refiero a la figura de La tragedia, fragmento de un fresco de María Izquierdo. La mujer amenazada por el incendio quiere ser monumental, pero en realidad resulta ser simplemente tosca, el mérito es que está pintada al fresco y que trae consigo una historia de rechazo muralístico hacia la pintora por sus colegas y maestros.
Hay otro fresco, maravilloso, que provoca encanto, condición no buscada en este contexto en el cual el tema es la relativa innovación que supuso en esa época apartarse de los parámetros nacionalistas de los máximos representantes de la Escuela Mexicana, mismos que, como resulta pertinente, están representados porque varias de sus obras se anexan a la tónica de lo que se exhibe. Por ejemplo, es muy típico de las experimentaciones siqueirianas, el enrejado de 1934 que proviene de Tres Picos y que acusa ciertos procedimientos que podrían tomarse como experimentaciones ópticas respecto del comportamiento de la línea. Aparte del de Izquierdo, el otro fresco exhibido es El aeroplano (1931), de Juan O’Gorman, que fue una de las pinturas premiadas en el concurso auspiciado por Cementos Tolteca; se museografió flanqueado por fotografías de Manuel Álvarez Bravo (Andamios también está referida a cementos, pero la que se distinguió mayormente entonces fue Tríptico del cemento), de Agustín Jiménez, distinguido en varias categorías. De 1935 es Concreto, una pintura de Francisco Rodríguez Caracalla, personaje que fue también galerista. Aquí la tónica es absolutamente deco, radicalmente distinta del hermoso cuadro Subestación, con imagen de arquitectura vernácula cruzada por el cableado industrial de Fermín Revueltas, que es una de las piezas estrella de todo el conjunto, debido a su composición y factura. También de Revueltas es la acuarela El café de cinco centavos.
A Revueltas, estridentista
a ultranza, se le cita desde el inicio de la muestra al encontrarse tipográficamente representado en Café de Nadie, de Alva de la Canal, con dos de sus versiones principales, la del Munal más explícita que la de colección particular. Puede verse en ambas que Maples Arce era considerado como una especie de dios. Estas obras están entre las que reciben al visitante al ingreso. Como se sabe, homenajean una de las narraciones de Arqueles Vela publicadas durante un Té estridentista. Estos personajes ruidosos
pusieron bastante atención en los aspectos publicitarios y la muestra da atinada cuenta de ello a través de portadas, cubiertas, publicaciones y fotografías.
En un apartado se exhibe una impresionante litografía de autor no identificado que es inusitada por lo que representa: ahorcados en una construcción industrial, cuyo encuadre arquitectónico se percibe tan amenazado como el que caracteriza Los muertos (1931), de José Clemente Orozco, de la colección Carrillo Gil. Se trata de una crítica radical a lo que implicaba la modernización y crecimiento de la ciudad. Urbe es el título de uno de los más afamados poemas de Maples Arce, que ha sido analizado, entre otros, por especialistas como Vicente Quirarte.
En materia de pintura, una de las que más atrae es Street Corner (1929), de Orozco; esa que, junto con otras obras suyas, se exhibieron en la Downtown Gallery, de Nueva York: dos personajes vistos de espaldas marchan en direcciones opuestas, hunden sus pies en la nieve bifurcándose en una esquina señalada por una edificación nada enjundiosa en ambiente nocturno. Todo es rojo, negro y blanco. Con recursos muy escuetos, esta pintura desata peculiar atractivo, uno quisiera llevársela
, según escuché decir a una espectadora adolescente.
Otro vanguardista representado con varias obras es Carlos Mérida, con piezas de diferentes tesituras, entre las que menciono su entrañable retrato de Luis Cardoza y Aragón, 1927, con fondo de chimeneas y arquitecturas estilizadas comunes en aquel tiempo, algo similares a las que fueron propias de Manuel Rodríguez Lozano. El cuadrito de Las azoteas, de Frida Kahlo, colección del Munal, marca diferencias en el modo de tratar elementos arquitectónicos.