uelo despertarme en la madrugada, sin otra razón que el intempestivo insomnio, y algo guardo a mi lado para llamar al sueño en las horas pequeñas. Tenía anoche conmigo un pequeño libro de poemas de Valery Larbaud, publicado por primera vez en 1908, a sus 27 años de edad. Lo estuve leyendo cuando amanecía. Donde interrumpí dejé la marca y ahí se quedó.
Poco después, a eso de las nueve, sonó el teléfono. Una voz amiga me dijo la noticia: José María Pérez Gay murió esta madrugada, cuando serían las dos o tres de la mañana.
Chema, entre otras cosas – gourmet, novelista, embajador, académico, profesor, veterano del 68 en Alemania, viajero, narrador de anécdotas y sucedidos, inteligente, irónico y además sentimental en cada uno de los oficios antedichos–, era amigo, lo que se dice buen amigo, él y Lilia, de esos de quien años después sigues contando historias que con ellos viviste o que ellos te contaron, relatos que Chema matizaba con grandes carcajadas o indignados enojos, o las unas y los otros combinados, aunque al final era la risa de los ojos la que cerraba lo narrado y uno se quedaba sin saber qué tanto de realidad y cuánto de imaginado había combinado el Chema Pérez Gay en su relato.
Por esas cosas del azar objetivo –decía André Breton– de cuya existencia tengo en la vida pruebas reiteradas, tomé poco después de la hora mala de aquella noticia ese libro pequeño que tenía a mi lado. Vi entonces que la marca nocturna había quedado en La Innombrable, último poema de la primera serie.
No quiero explicar más. Nos fuimos al Panteón Francés para dar nuestro adiós al amigo querido y nuestro abrazo a Lilia y al regreso traduje La Innombrable, la Belleza Invisible de que habla el poema. Aquí está, a ellos dos dedicado.
El nombre del ausente se quedó en el silencio, tan innombrable como esa Belleza Invisible que él también se pasó una vida buscando.
La Innombrable
Cuando yo esté muerto, cuando sea uno de los queridos muertos
(¿Al menos me darán ustedes un recuerdo, transeúntes
que me han cruzado tantas veces en sus calles?)
¿Quedarán en estos poemas algunas imágenes
De tantos países, de tantas miradas y de todos los rostros
De repente entrevistos en esa multitud fugaz?
Caminé entre ustedes cuidándome, yo también,
De los coches que pasan, y parándome en las vitrinascomo ustedes.
Con los ojos les hice cumplidos a las damas;
Alegre caminé hacia los placeres y la gloria
Creyendo, en mi querido corazón, que había llegado;
Caminé en el rebaño con delicia,
Pues del rebaño somos, yo y mis aspiraciones.
Y si soy un tantito distinto, ay, de ustedes todos,
Se debe a que yo veo,
Aquí, entre ustedes, como una divina aparición
Hacia la cual me arrojo para que ella me roce,
Deshonrada, negada, exiliada,
Diez veces misteriosa,
La Belleza Invisible.