n Francia la reciente aprobación y promulgación de una reforma legal que extiende a parejas del mismo sexo los derechos al matrimonio y a la adopción ha provocado una respuesta conjunta del clero católico, la ultraderecha política –representada básicamente por el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen– y la derecha que hasta hace poco se decía moderada: la Unión por el Movimiento Popular (UMP), principal fuerza opositora al gobierno de François Hollande. Estos tres sectores lograron movilizar ayer decenas de miles de personas de eso que se denomina la Francia profunda
–predominantemente agraria, tradicional y conservadora–, así como a pequeños grupos de habitantes urbanos, en una manifestación para pedir que la reforma mencionada sea sometida a referendo antes de que entre en vigor; algunos contingentes incluso exigieron la renuncia de Hollande y escenificaron conatos de violencia, como el intento por asaltar la sede del gobernante Partido Socialista Francés (PSF).
Ciertamente, la súbita beligerancia homofóbica no cuenta con amplio respaldo social: de acuerdo con encuestas de opinión, 78 por ciento de los franceses piensa que las movilizaciones de protesta tendrían que terminar, toda vez que la modificación legal ya ha sido promulgada. Sin embargo, es preocupante y significativo que el UMP haya abandonado sus conceptos tradicionales de centroderecha y haya decidido involucrarse en el respaldo a posturas características de la ultraderecha secular y clerical, como esta embestida en contra del avance de los derechos individuales y de género.
Entre los postulados civilizatorios y éticos logrados en la modernidad, uno de los principales es que las preferencias y prácticas de la mayoría no tienen por qué convertirse en prohibiciones discriminatorias contra las minorías. Esa convicción y sus consecuencias legales y sociales topan y seguirán topando con la resistencia de los reductos del pensamiento fundamentalista y cavernario que inspiran a los estamentos menos informados de la sociedad.
Tal resistencia es deplorable, pero puede entenderse como expresión del atraso educativo y la persistencia del autoritarismo y aun de la barbarie. Lo que no tiene justificación posible, en cambio, es que la UMP, uno de los polos principales de la vida política francesa, haya decidido plegarse a la reacción homofóbica y primitiva que se expresó ayer en las calles parisinas y sumado su apoyo a una demanda –suspender la vigencia de la ley y condicionarla a un referendo aprobatorio– que atenta, en lo formal y en lo sustancial, contra el estado de derecho y contra la institucionalidad misma. Semejante actitud sólo puede explicarse como producto de un cálculo electorero: dirigir un guiño a los votantes del FN para llevarlos a las filas de la propia UMP.
Es lamentable, finalmente, que en el país que fue cuna de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano los políticos inescrupulosos hayan hecho suya una causa emanada de los residuos de la ideología oscurantista en un intento por negar la igualdad, la libertad y la fraternidad y proclamar la discriminación, el autoritarismo y la opresión de los semejantes.