n los escasos días despejados que hay en la ciudad de México, una de las vistas más espectaculares es la del volcán Popocatépetl, llamado coloquialmente el Popo o don Goyo, por los habitantes de los pueblos aledaños.
Complementa el espectáculo su bella compañera, Iztaccihuatl, también conocida como La mujer dormida. Constituyen sin duda dos de los volcanes más hermosos del mundo, que custodian la inmensa cuenca que otrora albergó cinco lagos cristalinos, en medio de los cuales se erigió la grandiosa México-Tenochtitlan. A lo largo de los siglos han inspirado poesía, cuentos, crónicas y leyendas.
Volcan milenario, el Popo ha tenido diversas erupciones; de las primeras de las que existe evidencia son de los años 1347 y 1354, que es, según algunos autores, la época de fundación de la ciudad azteca. En 1519, precisamente previo a la conquista, volvió a entrar en acción, siendo considerado un presagio de los males que vendrían; esta erupción duró hasta 1530; en 1664 arrojó humo estrepitosamente.
Su constante actividad, que va desde simples humaredas hasta rugidos y expulsión de cenizas, ha intrigado siempre al hombre; a la llegada de los españoles, la vista del coloso nevado rugiendo y arrojando humo despertó la curiosidad de uno de los hombres más arrojados que venía con Hernán Cortés. Según nos cuenta Bernal Díaz el volcán echaba mucho más fuego que otras veces solía echar, con lo cual todos nos admiramos de ello y un capitán de los nuestros, que se decía Diego de Ordáz tomóle codicia de ir a ver que cosa era y demandó licencia a nuestro general Cortés, la cual le dió y aún de hecho, se lo mandó
.
El español llevó consigo dos soldados y algunos indios principales
, quienes le dijeron al acercarse a la cima que no subirían más y les mostraron unos cues
en donde veneraban a unos ídolos llamados los teules
de Popocatepeque. Ello no detuvo a Ordáz quien continuó con los soldados hasta la misma boca del volcan. Esta hazaña le valió enorme reconocimiento entre los indios y los propios españoles; consciente de ello, cuando regresó a Castilla demandó que en su escudo de armas apareciera la imágen del Popocatépetl, además de las armas de su linaje, lo que le fue concedido.
Ahora el Popo ha vuelto a despertar y esperamos que no sea más que otro de sus exabruptos ocasionales, para pronto volverse a apaciguar por varios siglos más. Hace cerca de 20 años atrás en que comenzó a dar signos vigorosos de vida, expresamos nuestra preocupación si la cosa pasaba a mayores. Primeramente por las personas que se verían afectadas y por el daño al medio ambiente, pero también por el peligro de que se perdieran sitios que guardan joyas arquitectónicas y documentales.
Señalo como ejemplo dos casos: Amecameca, que conserva en su bella parroquia dominica, registros de bautizos y matrimonios que datan de 1616, entre los que se encuentran los de la familia de Sor Juana Inés de la Cruz. En el archivo parroquial de Chimalhuacan, Chalco, ubicado en magnífica construcción del siglo XVI, se encuentra el acta sacramental de Sor Juana. Espero que el INAH ya haya tomado prevenciones.
Además de la belleza que imprime al paisaje capitalino, el Popo ha proporcionado elementos al hombre, como azufre, que en siglos pasados sirvió para hacer pólvora. Además, desde tiempos prehispánicos se traía a la cuenca hielo y nieve. Con esta última se preparaban unas sencillas nieves agregándole mieles diversas o jugos de frutas. La helada substancia fue muy valorada en el virreinato en que se le agregó leche, canela, vainilla y otros ingredientes que le dieron variedad.
Esto nos lleva a saborear un buen helado en la nevería Chiandoni, situada en la calle de Pensilvania 255, donde desde hace 74 años se expenden deliciosos gelatos
con receta italiana. El lugar conserva intacta su decoración que lo lleva a los años 50 del siglo XX, como se dice ahora totalmente retro. El hot-fudge es memorable.