ace un año hablaba de un momento cardenista, un momento parecido al que enfrentó Lázaro Cárdenas a fines de los años treinta. Primero un crisis económica mundial que clama por soluciones heterodoxas. Y una correlación de fuerzas internas que permite imaginar coaliciones intrépidas en lo político y lo económico. Hasta ahí la analogía.
La presente discusión en Europa entre crecimiento y austeridad –una pésimamente definida opción entre nosotros en los ochentas, pero aún presente en las más recientes administraciones y en declaraciones de las actuales autoridades hacendarias–; o la oposición programática en Estados Unidos entre rendir culto a los ricos o un regreso a la senda de mejor distribución de ingresos y beneficios; apuntan a un momento en donde lo definitorio será asumir riesgos para salir de la actual inercia de las políticas económicas.
Me refiero también a un momento cardenista en el ámbito interno. La tremenda fragmentación entre las clases dirigentes, las profundas escisiones en los tres partidos reales, las fracturas en las formas de representación política y social y una enorme proliferación de movimientos sociales y organizaciones locales en casi cualquier ámbito geográfico del país; claman por la construcción de una amplia coalición. Se requiere una transformación de las formas de representación social y en la forma de hacer política.
El año pasado estábamos frente a una larga parálisis donde prevaleció una especie de administración de la decadencia. La respuesta a ello fue la creación del Pacto por México. Se trata de una creación colectiva más bien azarosa, uno de cuyos orígenes es la propia movilización juvenil de año pasado. Se trata también de un pacto cupular entre las tres fuerzas políticas principales que logra romper la parálisis. Aquí reside su inmenso valor político.
Pero la fuerza del Pacto está en su debilidad. Es un acuerdo entre dirigencias cuestionadas en sus partidos. Los incentivos para que funcione son máximos porque está en juego su futuro. Tiene otras debilidades. Una superable, resultado de que algunos influyentes legisladores de los tres partidos se sienten suplantados en su función constitucional. La participación de los coordinadores legislativos en el Comité Rector puede ser un camino adecuado.
Otra más complicada: cómo asegurarse una participación efectiva de fuerzas no partidistas. Lo han intentado bien en principio con organizaciones campesinas y grupos de mujeres. Ahora lo buscan con un movimiento en efervescencia, la CNTE.
Otra discusión es respecto a la relación entre el Pacto y las elecciones. Se dice que si el PRI arrasa en julio el pacto de rompe. En primer lugar no creo que el PRI arrase. En segundo lugar veo las elecciones de julio que obedecen estrictamente a lógicas locales. Nada que ver con el Pacto. Desde luego no dejarán de haber malandrines que quieran orientar
el voto como en Veracruz. Para evitar eso se requiere protesta, amenazas y vigilancia. Tal y como ha ocurrido.
Pero la discusión de fondo en este ámbito es entre reformas electorales como la propuesta de Madero que buscan mejorar el actual régimen de gobierno y las propuestas del Senado que aunque parezca un cut and paste
de las principales demandas panistas y perredistas, en realidad apuntan hacia un cambio de régimen. Como apoyo la idea de una transición hacia un régimen semi-parlamentario al estilo francés, quisiera ver en el Pacto el germen de lo que podría ser una Comisión plural de reforma del Estado.
Pero el verdadero peligro para el pacto y para el país está en la mala situación internacional y sus efectos en el mediocre crecimiento nacional.
Quizás una mínima política anticíclica crearía condiciones internas de defensa ante el deterioro internacional y un clima propicio para las reformas que faltan, de las cuales la que el país verdaderamente necesita
es la reforma del Estado.
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