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Bolivia: sus dictadores, encarcelados de por vida
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a justicia boliviana condenó en mayo de 1995 al ex dictador Luis García Meza a 30 años de cárcel inconmutable por sus crímenes contra el pueblo y el Estado. A comienzos de este siglo Perú juzgó y condenó al ex dictador Fujimori, como Argentina hizo con sus crueles depredadores militares.

El general Videla fue sentenciado dos veces a prisión perpetua y murió en la soledad de su celda hace unos días. Ahora el ex presidente guatemalteco Ríos Montt anda birbiloqueando la pena de 80 años de prisión que le decretaron por sus horrendos crímenes de exterminio de los indios. Estos ejemplos de dignidad se dan donde hay memoria histórica y cuando los pueblos se imponen quitarse el rencor a cambio de que se haga justicia.

En la cárcel de alta seguridad de Chonchocoro, a 3 mil 800 metros en el altiplano de La Paz, estará preso García Meza hasta que cumpla 93 años de edad. Con él, en celda contigua, se halla el coronel Luis Arce Gómez, su ex ministro del Interior, acusados ambos del asesinato de unos 500 ciudadanos, torturas y persecución contra otros 4 mil, al menos 90 desapariciones forzadas, asalto a los recursos fiscales y tráfico de cocaína desde la mera presidencia de la república.

El golpe militar perpetrado el 17 de julio de 1980 –el noveno de 11 sangrientas asonadas desde 1964 bajo el influjo yanqui de la guerra fría– tenía por objetivos, entre muchos, impedir la posesión presidencial del demócrata Hernán Siles Zuazo, ganador de unas elecciones ocurridas 18 días antes; interrumpir el juicio de responsabilidades instaurado por el diputado socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz contra la atroz dictadura fascista del general Hugo Banzer Suárez (1971-78); frustrar la reversión al Estado de yacimientos hidrocarburíferos y mineros en manos de trasnacionales, y, por designio del imperialismo, iniciar en América Latina la implantación del neoliberalismo.

Aquella aventura militarista tuvo el desembozado apoyo de la embajada de Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional y la dictadura argentina de Videla. Los celebrantes más ostensibles del putsch fueron, además de la derecha reaccionaria regional, la televisora estadunidense CNN y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), las cuales dijeron que el ejército impidió con esa acción patriótica la instauración del castrocomunismo en Bolivia.

Al ser derribado, ese día, el precario gobierno de la presidenta Lidia Gueiler, prima hermana del golpista García Meza, la población se consagró a desplegar en las calles todas las formas de resistencia contra los atracadores de su voluntad electoral y frente al despiadado servilismo del ejército de una república venida a menos. Ese literal Estado fallido fue superado con la instauración constitucional, en 2010, del actual Estado Plurinacional de Bolivia.

El régimen fascista de los luises duró sólo 13 meses, pero causó grandes estragos, como la reactivación del negocio internacional de la cocaína –práctica multimillonaria iniciada por el dictador Banzer en los años 70–; la matanza callejera de gente inerme; el asesinato y desaparición del cuerpo de Quiroga Santa Cruz y de líderes políticos y sindicales; la sustracción y venta del diario de campaña del Che Guevara; la masacre de ocho altos dirigentes socialdemócratas sorprendidos en una reunión clandestina; la adjudicación atrabiliaria a sus pares de una cantera de piedras semipreciosas; la violación de derechos humanos y supresión de libertades con la aplicación del estado de sitio y el toque durante cinco meses; el cerco y asalto de campamentos de mineros rebeldes en las montañas andinas, etcétera.

Fue el tiempo en que el ministro Arce Gómez pidió a la ciudadanía en resistencia andar con su testamento bajo el brazo (abril 1981). Ese sicópata purgó después 10 años de prisión en Estados Unidos por delitos de narcotráfico y fue extraditado a Bolivia en 2009, donde la justicia lo condenó a otros 30 años de prisión, hasta 2039.

Cuando finalmente, tras 18 años de dictaduras militares, los bolivianos recobraron en 1982 su derecho a ejercer la democracia, el imperialismo y sus gobiernos nacionalistas y socialdemócratas desataron el neoliberalismo como sistema de gobierno. Todo fue objeto de privatización. Hacia 1995 Bolivia había perdido la posesión y el manejo de sus recursos naturales y empresas históricas, al conjuro de la capitalización, eufemismo demagógico por la privatización a secas.

Se muere cuando se deja de combatir y Bolivia resistió de pie tanto temporal adverso. En pleno neoliberalismo la sociedad civil y sus organizaciones sociales iniciaron acciones reivindicatorias para sancionar a los culpables de su desgracia, empezando por los golpistas.

Se viabilizaron en los estrados de la justicia suprema acusaciones y denuncias con pruebas documentadas de centenares de mujeres, huérfanos, dirigentes políticos, periodistas, religiosos y, en fin, sobrevivientes de esa golpivia.

Por vez primera se desplegó públicamente el listado de tiranos, carceleros, torturadores, defraudadores y paramilitares que sirvieron a los dictadores Barrientos, Banzer, Natush Busch y García Meza, entre muchos.

El juicio público contra las dictaduras duró casi 10 años plagados de entrampamientos y ardides que, empero, se desbarataban con testimonios de ametrallamientos contra multitudes, bombardeos aéreos sobre mercados de barrio, ajusticiamientos a domicilio, cerco y asalto criminal a fábricas, núcleos cocaleros y centros mineros, destrucción de radioemisoras y diarios antigolpistas, etcétera.

La CIA, la DEA y la Usaid, brazos operativos del intervencionismo yanqui, fueron señalados con evidencias. No se adoptaron sanciones contra esos organismos de espionaje y represión, sino hasta este tiempo en que el gobierno de Evo Morales procede a expulsarlos del territorio.

Estando sometido a juicio en la Corte Suprema de Justicia de Sucre, la ciudad capital, el ex dictador García Meza huyó del país en abril de 1993. Fue descubierto un año después en Brasil con papeles de falsa identidad. Lo reaprehendieron, junto con el coronel Gualberto Rico, su recamarero personal, en un penthouse de Río de Janeiro. El cruel golpista se entregó sin resistencia, llorando.

Este fugaz recuento de la crueldad del ogro capitalista propone significar la validez del recuerdo histórico y pide no perdonar a título de convivencias mal paradas sobre el olvido. La revolución comunitaria de Bolivia se abre camino alumbrada por la memoria social y la esperanza socialista.

* Periodista boliviano