e acuerdo con un informe del Banco de México (BdeM) referente a la balanza de pagos, difundido ayer, el monto de las transferencias de los capitales mexicanos hacia otros países cuadruplicó –en el primer trimestre de 2013– la cantidad de divisas que ingresaron por concepto de inversión extranjera directa. La primera de estas cantidades superó 20 mil 500 millones de dólares –mil 215 por ciento más que en el periodo correspondiente a 2012–, en tanto la segunda fue de cuatro mil 987 millones de dólares. Adicionalmente, el informe reporta que de 2000 a la fecha –periodo que coincide con el ciclo de administraciones federales panistas–, la cantidad de recursos que se fugó
de la economía nacional, vía las transferencias al extranjero, asciende a 66 mil 720 millones de dólares, suficiente para pagar cuatro veces el saldo actual de la deuda externa del gobierno federal.
Los datos referidos desmienten en forma contundente uno de los principales argumentos con que los gobiernos de las tres décadas recientes han defendido la imposición del modelo económico neoliberal: que la conversión del país en un destino atractivo para los capitales foráneos –mediante acciones como la privatización de la propiedad nacional, la apertura indiscriminada de mercados, la desregulación económica y el aniquilamiento de derechos sociales y laborales– derivaría en una importante captación de divisas provenientes del extranjero que permitirían financiar el desarrollo.
Sin embargo, a la luz de cifras, como las del informe del BdeM, queda claro que ha ocurrido todo lo contrario: la forma en que se ha insertado nuestro país en la economía global lo ha convertido en exportador neto de capitales –valga decir, de riqueza–, y ese fenómeno, a su vez, es una de las razones centrales del mediocre desempeño de la economía nacional desde hace décadas; de la persistencia de rezagos sociales; de la falta de empleo y, a la postre, del incremento de los índices delictivos y estrechamiento de los márgenes de gobernabilidad.
Se configura así un círculo vicioso, en la medida que los fenómenos sociales señalados desalientan el flujo de inversiones productivas procedentes del extranjero; incentivan, por contraste, la proliferación de inversiones especulativas –cuyo aporte a la economía real es nulo–, e impulsan la salida de capitales mexicanos hacia otros países.
Las cifras mencionadas indican claramente la improcedencia de las políticas actuales de aliento a la inversión foránea: en tanto las mismas sigan diseñadas para favorecer a los grandes capitales y no a la población en general, se seguirá experimentando un déficit de recursos para mejorar las deterioradas condiciones de vida de ésta y alimentando, así sea en forma indirecta, la inseguridad, el descontento y la debilidad de las instituciones. Es necesario, en suma, iniciar un viraje en la prioridades presupuestarias, en las directrices fiscales, en las finanzas públicas y, en general, en la conducción económica del país. Porque es claro que el rumbo actual no está orientado a la generación y redistribución de la riqueza, sino a un saqueo económico sistemático y creciente.