lamour del apocalipsis. En Spring breakers: viviendo al límite, su quinto largometraje, el realizador estadunidense Harmony Korine (Gummo, 1997; Julien Donkey-Boy, 1999), ensaya una faceta nueva en su ya fatigante faena de provocación moral y estética. La idea, al parecer, es sacudir con fuerza la muy aletargada conciencia de la clase media estadunidense con imágenes perturbadoras y comentarios cínicos. El cineasta tuvo su mayor momento de lucidez en la materia como coguionista del no menos provocador Larry Clark en la emblemática cinta Kids: vidas perdidas, en 1995, afianzó luego su reputación como uno de los realizadores independientes más originales con muy pocos títulos, hasta sorprender con su realización más delirante y sulfurosa, Trash humpers, en 2009.
Lo que hoy propone en su cinta más reciente es una inmersión total en la cultura de desenfado y maratónico reventón juvenil de los spring breakers, estudiantes vacacionistas que por espacio de unos días eligen un sitio turístico nacional o extranjero para improvisar una orgiástica temporada de música, sexo y diversión compulsiva. La trama es sencilla: un grupo de jovencitas deseosas de pasar una temporada de spring break en Tampa, Florida, se encuentran sin dinero para realizar su sueño y asaltan un restaurante en lo que es el inicio de una serie de delitos de poca monta que las conduce a la cárcel. Un desconocido –traficante de drogas y bueno para nada– de nombre Alien (James Franco), las saca del apuro sólo para involucrarlas en asuntos de gravedad, por decirlo de algún modo, superlativa.
Lo novedoso en este historia de apariencia tan inocua es la manera en que Harmony Korine, con dosis parejas de oportunismo y malicia, utiliza iconos de la cultura pop juvenil más convencional, jóvenes actrices (Selena Gomez, Vanessa Hudgens, Ashley Benson) provenientes del azucarado mundo de Disney, para volverlas improbables heroínas de un relato en el que caprichosamente se combinan la violencia sexual y el tráfico de drogas. Este traslado del cine iconoclasta de Korine a los territorios del mainstream hollywoodense tiene como escenario a la Florida, uno de los estados más conservadores de la Unión Americana, aquél que albergó complacientemente en los años 70 los delirios homofóbicos de una cantante mediocre, Anita Bryant, furibunda activista contra los derechos civiles, y donde tiempo después se arrestaría también al actor cómico Pee Wee Herman por faltas a la moral.
Harmony Korine lleva hasta esos ámbitos de la jubilación dorada y la corrección política satisfecha toda una bacanal de amoralidad y desenfrenos juveniles en lo que pretende ser la provocación máxima en la filmografía de ese adolescente prolongado que a los 40 años sigue siendo el también director de Mister Lonely (2007).
El problema con Spring breakers es la escasa distancia, si alguna, entre los posibles señalamientos de una cultura de la superficialidad y los excesos de violencia, y el engolosinamiento que muestra el director con sus personajes y las situaciones extremas. Hay sin embargo elementos interesantes. El atraco al restaurante visto desde en su integridad desde el interior de un auto, como en Muerte al amanecer (Gun crazy, Joseph H. Lewis, 1950), cinta culto del cine negro estadunidense, o la pretendida humillación de Alien sometido por sus jóvenes cautivas, con un revolver en la boca y que luego él lame retadoramente en un alarde extremo de prepotencia, sensualidad y cinismo.
Lo que estéticamente inicia de manera prometedora (la fotografía es de Benoît Debie, talentoso colaborador del francés Gaspar Noé), pronto adquiere formas ligadas al video clip promocional, a la frenética dinámica visual de MTV. Por su lado, el desarrollo del pretendido thriller improvisado termina asemejándose a Salvajes, de Oliver Stone, sin encontrar una voz propia en el magma e híbrido de imágenes y sonidos esforzadamente irreverentes. Todo el asunto sugiere una larga fantasía musical pop rembobinada una y otra vez en las mentes de jovencitas absortas primero en un hedonismo de ocasión, luego inverosímilmente transformadas en enmascaradas amazonas con turbias revanchas sanguinarias.
La distancia entre aquella memorable película Kids, de Larry Clark, con sus perturbadoras imágenes de desolación juvenil en su final abierto, o la crónica de violencia irracional en Bully, también de Clark, con su comentario ríspido y filoso sobre una sociedad en crisis, es enorme. En Spring breakers lo que permea es una gran complacencia con el universo juvenil que se describe y en el que el realizador semeja ya sólo ser un auto excitado convidado de piedra.
Twitter: @CarlosBonfil1