onfrontado por el centenario del pavoroso genocidio de millón y medio de armenios a manos de los turcos otomanos en 1915, el gobierno de Turquía planea ahogar los recuerdos de las masacres con ceremonias conmemorativas de la victoria turca sobre los aliados en la batalla de Galípoli, ese mismo año. Ya académicos leales al régimen han hecho cuanto han podido por pasar por alto la presencia de miles de soldados árabes entre los ejércitos turcos en Galípoli, e incluso acusan a un oficial turco armenio de artillería, que fue condecorado por su valor en esa batalla, de haber fabricado su biografía.
En realidad, el capitán Sarkis Torossian recibió medallas al valor personalmente de manos de Mustafá Kemal, uno de los héroes turcos de Galípoli, quien más tarde, con el nombre de Atarturk, fundó el moderno Estado turco. Pero en vista del deseo de algunos de los historiadores más prominentes del país de llamar mentiroso a Torossian, tal vez sea necesario usar la palabra moderno
entre comillas. Ahora esos académicos afirman que el capitán armenio inventó las dos medallas.
Sin embargo, uno de los historiadores turcos más claridosos entre los que han reconocido sin reservas el genocidio de 1915, Taner Akcam, ha rastreado a la familia de Torossian en Estados Unidos e inspeccionado los dos expedientes de las medallas: uno de ellos lleva la firma original de Ataturk.
Turquía, como sabemos, quiere ingresar en la Unión Europea. Por cierto, yo creo que debería entrar. ¿Cómo podemos los europeos afirmar que el mundo musulmán desea permanecer alejado
de nuestros valores
si todo un país musulmán quiere compartir nuestra sociedad europea? Somos hipócritas en verdad. Sin embargo, ¿cómo espera Turquía unirse a nosotros cuando rehúsa con persistencia a reconocer la verdad del genocidio de armenios, y simboliza esa negativa con un escandaloso ataque a un oficial otomano muerto hace muchos años?
Las memorias del capitán Torossian, De los Dardanelos a Palestina, se publicaron por primera vez en Boston en 1947. Ayhan Aktar, profesor de ciencias sociales en la Universidad Bilgi de Estambul, encontró hace 20 años un ejemplar del libro y se asombró al enterarse de que oficiales armenios combatían del lado otomano.
La batalla de Galípoli, que duró ocho meses –un desembarco aliado soñado por Churchill con la esperanza de capturar Constantinopla y romper el estancamiento en el frente occidental–, fue un desastre para los británicos y los franceses, y para las masas de soldados australianos y neozelandeses que combatían de su lado. En enero de 1916 se retiraron de los enclaves de playa que habían establecido.
En su libro, Torossian recuerda los combates en Galípoli y otras batallas en las que participó, hasta que, hacia el final de la Gran Guerra, encontró a su hermana entre los refugiados armenios que iban en los convoyes de la muerte hacia Siria y Palestina. Entonces se pasó al bando aliado, conoció a T. E. Lawrence (quien no le agradó) y volvió a entrar a Turquía con las tropas francesas. Con el tiempo viajó a Estados Unidos, donde falleció.
El cojonudo profesor Aktar, notando la resistencia de sus colegas a reconocer que árabes y armenios combatieron en el ejército otomano, decidió publicar el libro de Torossian en el turco original. Las primeras reseñas fueron favorables, hasta que dos historiadores de la Universidad Sabanci lo impugnaron. Por ejemplo, el doctor Jalil Berktay escribió 13 columnas en el periódico Taraf, en las que afirmó que todo el libro era ficción y que Torossian era un mentiroso.
Taner Akcam, el historiador turco que descubrió a la familia de Torossian, quedó pasmado por la reacción a la edición turca del libro; uno de los críticos, afirmó, llegó a afirmar que Torossian nunca existió.
El ministro turco del Exterior, Ahmet Davutoglu, en un discurso pronunciado en Galípoli hace dos años, hizo un anuncio perfectamente franco de cómo planea Turquía definir el genocidio de armenios en el centenario: Vamos a hacer que el año de 1815 sea conocido en todo el mundo, no como el aniversario de un genocidio, como algunos afirmaron y calumniaron (sic), sino que lo daremos a conocer como la heroica resistencia de una nación; en otras palabras, nuestra defensa de Galípoli.
Así pues, se supone que el nacionalismo turco triunfará sobre la historia. Sin embargo, los descendientes de quienes murieron con las tropas australianas y neozelandesas en Galípoli podrían preguntar a sus anfitriones turcos en 2015 por qué no rinden honores a esos valientes árabes y armenios –entre ellos el capitán Torossian– que combatieron al lado del imperio otomano.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya