Opinión
Ver día anteriorViernes 10 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
De nuevo la llorona en llamas
M

ás que solidaridad: vergüenza y culpa. Culpa persecutoria, temor ante la confrontación espectacular de lo marginal. Mujeres llorando acompañadas de sus hijos y emitiendo, a su paso, gritos desgarradores, acompañados de ayes plañideros largos y agudísimos lamentos. Lloronas de ayer y hoy que siguen llorando, hijos quemados por la explosión de una pipa, como a diario, lloran otras lloronas, la muerte de hijos, en las diversas formas de las neurosis traumáticas. Lloronas que saben que esta tragedia es una forma de la pobreza que las imposibilita para defenderse. Que las lleva a aceptar el peligro de vivir en zonas gaseras.

Lloronas que toman conciencia en esta muerte colectiva porque integra temporalmente, para regresar a la desorganización, consecuencia de la pobreza y su secuela sintomática: apatía, pasividad, drogadicción, infecciones y melancolía. Lloronas con tan lúgubres gemidos que nunca se apagan y lamentos como canciones tristes, que hablan de niños muertos por la miseria y desgarros por los llantos de niños que les impiden dejar de llorar. Por eso dicen que el ex lago de Texcoco, no se puede secar, desbordado de tanta lágrima derramada.

Esta semana, lloronas, aún más desesperadas por la impotencia, estremeciéndose a tal grado que el lago se desbordó y un camión se salió de la carretera y explotó la pipa, empezó a temblar y los estallidos provocaron el fuego y se confundió su espacio con el infierno.

Convulsa y confundida, San Pedro Xalostoc, vecina de Ecatepec, anexa de Neza tiembla de espanto ante los movimientos de las largas lenguas de fuego que iluminaron su placita. Volcanes de humo que salían del subsuelo salitroso y se mezclaban entre las nubes negras de un cielo encapotado por la contaminación. Un olor a hierro que se torcía y tatemaba al penetrar el habitual olor a gas y mierda, entre ladridos, gritos, gruñidos, carreras y chillidos.

El incendio expresión de la desorganización resultó abortivo. Ecatepec, zona minada, a punto de explotar, expulsó a alguno de sus hijos que murieron despedazados y a otros heridos y sin sus tugurios. Más que solidaridad, culpa e indicios de vergüenza promovidos por la visión televisiva de lo inenarrable. La intensidad de la tragedia confronta con una población, que vive donde puede, donde cabe, y a veces donde no cabe. Los sentimientos de culpa nos integraron de nuevo en la derrota, en la pérdida.

El drama de San Juan Ixhuatepec no fue un accidente aislado. Es una repetición de los antiguos dramas de explosiones para no recordar. Expresión de nuestra depresión nacional. Ante la imposibilidad de elaborar los duelos de otras pérdidas normalmente lo hacemos de modo traumático, como forma de nuestra patología social: con nuevas pérdidas, cada vez más dramáticas –casas incendiadas con sus moradores atrapados sin salida–, síntomas de nuestro aislamiento y escisión.

El resplandor de las llamas descubrió a un Ecatepec que normalmente solíamos esconder con una negación social, que es una forma de sadismo. El encuentro con este grupo de mexicanos en la pobreza, es una posibilidad de reparar y elaborar duelos que permitan un proceso afectivo, depresivo, diferente.