ra yo director del Issste, en el régimen del licenciado Carlos Salinas de Gortari, cuando estaba, como labor de rutina, en una junta con médicos y jefes de enfermeras, tratando asuntos de planeación del uso adecuado de tiendas y farmacias de la institución. Yo mismo estaba en el uso de la palabra, cuando se acerca, con apariencia impertinente, el jefe de ayudantes, capitán Alejandro Campos, quien insistentemente trataba de interrumpirme, hasta el punto de que, ya molesto, le pregunto: ¿qué es lo que quiere?
El capitán, un poco perturbado, me dice: Señor, es que acaban de balacear al candidato Colosio, en Tijuana
.
Quien en ese momento se perturbó fui yo mismo. Enmudecí y un grueso rumor se empezó a difundir por toda la sala: Colosio había recibido en partes vitales del cuerpo, varios balazos, disparados a quemarropa. Dentro de la confusión, en ese momento no se sabía si sobreviviría. Se dio a la audiencia la escasa información de que se disponía, y a toda prisa tomamos los vehículos que nos condujeron a las oficinas de la dirección del Issste, desde donde, con toda seguridad obtendríamos más y mejor información.
Todo lo que se sabía, ya en contacto con elementos médicos nuestros que estaban dentro del quirófano del hospital nuestro, aun allí había confusión, lágrimas y un cabal desconcierto. Todos los presentes creían tener mejor información que el otro, pero lo cierto era que, desde la oficina del director, la perspectiva era sumamente pesimista, entre todos nosotros, y todos teníamos la gravísima convicción de que el tiempo transcurrido y la suma de todos los demás factores, entre los que no había uno solo que permitiera alentar objetivamente una conclusión optimista. En suma, desgraciadamente para nuestro país, para sus familiares y para sus seguidores en la campaña, para quienes habíamos visto un candidato que ganaría sin duda la campaña y que abriría grandes vías de progreso, y de alternativas alentadoras para el país, en su conjunto, y un prometedor futuro para erradicar la pobreza y para crear una generación de jóvenes en quienes depositar la confianza de todo México.
Luego, después de un breve titubeo, que el sentido de responsabilidad mostrado por quien era presidente de la República, a quien elegimos con toda la legitimidad necesaria, las alternativas que se presentaron en Los Pinos no eran las mismas, que queríamos seguir con Colosio al frente. Y hubo que aceptar, sin ese entusiasmo que se había levantado y sin esa confianza que sin reservas se había entregado a Luis Donaldo, no había otra salida, intuimos, que el creador de la sana distancia, que encerrado en su gabinete, con sus computadoras, allí en la soledad del mando supremo, se estableció, la sana distancia entre el partido y el gobierno, sino que se mantuvo entre el gobierno y el pueblo. Las computadoras no fueron bien manejadas en favor del pueblo mexicano, sino que únicamente en beneficio propio para mantener hasta el final una sana relación entre él mismo y las grandes empresas estadunidenses, que habrían de ser sus empleadoras en el periodo pospresidencial.
Ahora tenemos a nuestro alcance, otra nueva opción: la sana distancia, se mantendrá, sí, entre el pueblo y el gobierno, como factor de unión que habrá de beneficiar al pueblo mexicano.
Quien esto escribe fue testigo casual cuando el licenciado Manuel Camacho llegó a la entrada posterior de la funeraria que atendió el servicio para el velorio de Luis Donaldo. Al bajarse de su vehículo, la gente que se arremolinaba allí para entrar a la capilla mortuoria, al advertir la presencia del licenciado Camacho, fue muy áspera con él y no lo dejaba entrar. Le gritaban cosas desagradables y le bloqueaban el paso. A empujones llegó. Hubo un fotógrafo, que le aventó la cámara contra la cara, y alguien que metió la mano con fuerza impidió que le pegara. Avanzando así, difícilmente, entró finalmente a la sala en donde estaba Diana Laura, esposa de Luis Donaldo. Al advertirlo, dio instrucciones a quien fue su secretario particular hasta estos difíciles momentos, Alfonso Durazo. De inmediato cumplió. Tomándolo del brazo le dijo que, por instrucciones de ella misma, le comunicara que sus presencia no era grata allí. Que hiciera el favor de abandonar la sala. Camacho contestó algo sin mucho sentido: Es que yo vengo en son de paz
, lo cual no tenía sentido. Pues todos los que estábamos allí. También íbamos en son de paz
, pero lo que sí es cierto es que a él era al único que se le ocurría explicar de este modo su presencia, sobre todo si ya había recibido el mensaje expresándole su deseo de que abandonara la sala mortuoria. Momentos muy difíciles para Camacho.
Por ahora lo que interesa es lo que Luis Donaldo llegó a significar para el pueblo mexicano, que fueron las mismas causas por las que lo mataron. Muy lejos todavía de que se hiciera pública cuál sería su decisión, lo visité en su oficina de Sedeso, y le dije en unas cuantas palabras, que yo no iba a explorar su posición frente a la gran corriente que ya se formaba para que él fuera candidato. En primer lugar le expresé mi convicción de que, independientemente de lo que él fuera a decidir, lo mismo si quería serlo como si no lo quisiera, yo tenía la clara idea de que sería candidato a la Presidencia, así como de que si él resolviera serlo, la iba a ganar arrolladoramente. Yo le ofrecí dedicarme a profundizar en el estudio del problema del mercado internacional de los combustibles fósiles, del que un candidato, como era ya casi un hecho, debía mantenerse bien informado. Su respuesta fue inmediata: Yo sí quiero ser presidente de México, y acepto tu ayuda. ¿Qué necesitas para empezar inmediatamente? Que me ayudes con algunas publicaciones que se necesitarán, porque son muy caras
. Inmediatamente tomó el teléfono de la red interna, y ordenó que me atendiera el oficial mayor. Al despedirme de Luis Donaldo fui a verlo, era yo amigo también y como tal se comportó.
¿Qué habría pasado si Colosio no hubiera muerto? Lo que pasó en Gran Bretaña cuando Churchill estuvo a punto de ser atropellado por un automóvil en Nueva York, por un descuido al bajar del taxi por el lado del tránsito: Inglaterra habría perdido la guerra.
* Discurso leído en la Fundación Colosio de San Luis Potosí en el homenaje que hicieron al autor