Opinión
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Noche de estrellas
E

n el rumbo morado, sombra del triángulo donde se escondía la luna, la magia regresiva prehispánica, emanación de sol y esa luna en esferas parabólicas, con 2 mil 978 fanáticos lunares comiéndose al sol para que la luna reinara y apareciera su luz nebluna defeña, transformada simbólicamente en noche de estrellas luz endiablada en choque frontal con los modernos telescopios, como afirmación de imperativos nuevos y nuevas prohibiciones enmarcadas en el abracadabra de la sabiduría de los brujos aztecas, derivada de antiguas ideas de estar a merced de fuerzas inestables y no recurrentes transferidas a la naturaleza que son inestabilidades subterráneas, que a cada momento amenazan con aniquilarnos.

A pesar de que ya no existe el temor de que no salga el sol, es como si no se le viese más y todo se convirtiera en un fluir lunático que es un no pensar, un no saber, un no sentir, un sueño, un sueño eterno contra el que se establece una oposición, sabiduría indígena para rehuirlo, quebrarlo con los espíritus, los demonios, los duendes que ante movimientos como la noche de estrellas, a pesar de la modernidad aparece en toda su intensidad y nuestro pasado prehispánico magnífico y esplendoroso. Necesidad de magia, definición para que aparezca el sol y busque a su amada luna para parpadearle cual semáforo raudo y majestuoso, lluvia de alegres estrellas, en mar que la azula, barca que bogue, miel que la endulce y canto que la arrulle, porque nada garantiza que el sol aparezca y convierta a la luna en piel de suavísimo capullo y le gane una milésima de segundo al tiempo y al espacio, para que las fantasías se muden en las sombras del inconsciente inclinado, respetuoso ante la luna, y la muerte del sol; enamorado, asombrado y temeroso sienta el cambio que ha ocurrido, perciba diferente y viva otro mundo desconocido, misterioso, inimaginable que no encaja en la modernidad. Porque este enamoramiento no es una meta, no tiene objetivos: es sólo puerta abierta, igual que la noche de estrellas, sensación sólo comparable a la incomprensible muerte, fuerza natural, ola de fondo, temblor de tierra, desbordarse de río, frenético brotar de la llama, fuego capaz de acabar con todo.

Y es que al torrente solar no se le puede pedir que sea luna porque el torrente nace solo y no y no se encauza, sin anular. Y si, a pesar de todo, quiere volverse nostalgia, ritmo perfecto, hay que desviarlo hacia el interior, que no sabe de reglas ni de métodos, ni modales, sólo fuerza brutal de búsqueda que se escapa y perdura con incontrastable vialidad frente a todo ritmo, voluntario y estudiado y se detiene al borde del abismo de insondable profundidad que se inicia y nadie sabe sus orígenes ni a dónde va. Es otra cosa porque si es imposible remontar el curso del tiempo, cuya expresión torna alucinante la búsqueda acorde de ritmo y de instinto.

Fuerza del instinto, dulzura de tortura, agonía que da aparente fin a esa vida que sigue y sigue como un torrente instintivo del sol sobre la quieta luna, que lleva a querer matarla porque lo enloquece, lo hace su esclavo y no lo puede dominar, al remarcarse como desaparecida con el resorte de su himen; el dolor de sus barreras que impiden pasar del tendido al ruedo, del torrente solar a la luna; de mirada anaranjada, baño amarillo; imposible unidad de los seres, sólo chispazos de unidad carnal, para pasar a la tortura, del no poder irrumpir.

Solidaridad con la defensa de la UNAM; inteligencia, legalidad y prudencia del rector José Narro