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Ríos Montt en Guatemala
S

entado en la sala del Palacio de la Justicia, observando el proceso de Efraín Ríos Montt, el general retirado y presidente de facto 1982-1983, y de su jefe de inteligencia Mauricio Rodríguez Sánchez, acusados de genocidio, es quizás lo más cerca que uno puede estar del Eichmann en Jerusalén.

No es una comparación directa: el juicio del encargado de organizar el transporte de los judíos a los campos de concentración, realizado en Israel en 1961 (retratado por Hannah Arendt en su Eichmann en Jerusalén, un informe sobre la banalidad del mal, 1963), y el juicio de los militares guatemaltecos que en una campaña contrainsurgente arrasaron con la población civil, no son lo mismo.

Los separan las particularidades de los hechos (los guatemaltecos eran más rústicos: asesinando en el lugar, abriendo vientres de mujeres y sacando tripas de niños) y sus contextos, pero los unen las dimensiones históricas (es el primer juicio por genocidio en Guatemala tras el conflicto interno 1960-1996, que arrojó unos 200 mil muertos, y el único así del mundo en una corte nacional) y la esencia del delito.

Tiene razón Ricardo Falla, antropólogo y jesuita, autor de un libro-denuncia, Masacres en la Selva (1993), que, analizando las bases jurídicas del genocidio (según la ONU) y poniéndolas en el contexto de Guatemala, subraya que el genocidio allí tenía sus propios rasgos: Sería una trampa ideológica compararlo con el genocidio nazi y concluir que aquí no ocurrió. Según él, éste se realizó por dos vías: 1) masacres de aldeas y 2) desplazamiento y sometimiento al hambre, enfermedades, etcétera ( Plaza Pública, 19/3/13).

La acusación se limita al área ixil en el departamento del Quiché, dónde los asesinatos eran más sistemáticos, revelando una política del Estado (plasmada en los planes militares: Sofía/Victoria 82/Firmeza 83) para exterminar a los mayas-ixiles, considerados un enemigo interno, que fueron: 1) masacrados (con saldo de mil 771 muertos), 2) desplazados (unos 30 mil), 3) y los demás recluidos en condiciones de campos de concentración en las aldeas modelo.

Según la defensa, ex militares y la derecha agrupados en la Asociación de Veteranos Militares (Avemilgua) o en la Fundación contra el Terrorismo, que financió un sintomático panfleto producto de la propaganda de la guerra fría: La farsa del genocidio en Guatemala, una conspiración marxista desde la iglesia católica I-II ( El Periódico, 14 y 21/4/13), se trata de una fabricación jurídica.

Un buen ejemplo de este negacionismo han sido los testimonios de los testigos de Ríos Montt, que siguieron después de casi 100 víctimas ixiles y peritos que hablaron de masacres, violaciones, torturas, desplazamiento, quema de casas y milpas.

Según Alfred Kaltschmitt, ex director de una fundación que gestionaba proyectos de desarrollo en el área ixil, miembro de la misma Iglesia del Verbo que Ríos Montt (es interesante cómo los círculos evangélicos y el desarrollo se insertaban en la política contrainsurgente), el ejército protegía y salvaba a los ixiles (sic), las aldeas modelo no eran campos de concentración (sic) y los años 1982-1983 eran los mejores tiempos del ejército (¡sic!), versión repetida por otros testigos, curiosamente todos ladinos que se lamentaban por pobres ixiles manipulados por la guerrilla...

No testificó ningún ixil salvado por el ejército: ¿será que –igual que en aquella caricatura de un marine– la mayoría de ellos fue salvada del comunismo hasta la muerte? (como apunta Falla, desde el racismo imperante del Estado la población indígena fue considerada desechable, con tal de salvar a la patria del comunismo).

Paradójicamente la negación proviene también de la izquierda que le hace el juego a la derecha y al ejército que cierran filas en torno a Ríos Montt: el documento Traicionar la paz y dividir a Guatemala, firmado por intelectuales, ex guerrilleros y negociadores de paz ( Prensa Libre, 16/4/13), no difiere mucho de uno firmado por el presidente, general retirado Otto Pérez Molina ( Prensa Libre, 23/4/13), que durante el proceso fue señalado como participante de matanzas.

Todo esto parte de la estrategia mediática para descarrillar el proceso, que consiste en: 1) polarizar a la sociedad en torno al genocidio, 2) asegurar que el proceso corresponde a la presión internacional, 3) descalificar a las víctimas, 4) cuestionar la imparcialidad de la corte, 5) afirmar que a los acusados se les negó la defensa, 6) que el fallo ya está emitido 7) y que atentará contra la paz y dividirá el país.

Algo de esto funcionó ya, pues, cuando parecía que ya no le faltaba mucho al juicio, el 18 abril el tribunal de primera instancia anuló todo... Aunque la juez del caso anuló lo anulado, la Corte de Constitucionalidad (CC) hasta ahora mantiene todo en un limbo.

Mirando a Ríos Montt, ya a sus 86 años –sonriente y respetuoso con la corte–, hace pensar en la tesis central de Arendt sobre la banalidad del mal: los genocidas nazis no eran malos por naturaleza, sino productos de ciertas circunstancias. Quizás él tampoco (sic), siendo en parte un producto –igual que el genocidio– de las presiones de Washington para frenar el comunismo.

Más allá de las controversias en torno al juicio de Eichmann, criticado por Arendt en su recuento, también cuestionado ( El Puercoespín, 9/4/11), o las prácticas (¿casi genocidas?) del mismo Israel hacia los palestinos, y más allá, pero sin olvidar el apoyo israelí a Ríos Montt ya cuando Carter le retiró la ayuda militar por violaciones de los derechos humanos, Eichmann en Jerusalén, como un hecho histórico, sigue siendo símbolo y sinónimo de la justicia y triunfo de las víctimas.

¿Símbolo y sinónimo de qué será Ríos Montt en Guatemala?

* Periodista polaco