odas las primaveras, en vísperas de los encuentros de varios de sus comités, el personal técnico del Fondo Monetario Internacional propala la versión al día de su visión prospectiva de corto plazo de la economía y las finanzas globales. En los últimos años ha sido un material de lectura bastante deprimente, al menos para quienes consideran que sería saludable un crecimiento económico mayor, más sostenible, más extendido y más firme, que mejore la oportunidad de enfrentar los demás problemas, en particular la desocupación y la pobreza.
La actualización a abril de 2013 de la perspectiva económica mundial puede empezar a leerse a partir de un dato que sintetiza todos los demás: ¿ha mejorado el crecimiento esperado para el año en curso respecto de lo que se esperaba en el otoño pasado, cuando se publicó el documento anterior? Si la respuesta fuera positiva podría concluirse que en los últimos seis meses se han adoptado políticas adecuadas y se ha retomado el camino de la reactivación. La respuesta, por desgracia, es no. El fondo espera un avance más débil en la economía global (tres décimas de uno por ciento menos) y en sus dos mayores segmentos: los países avanzados (con reducción también de tres décimas) y los emergentes y en desarrollo (con caída de cinco décimas). No se piense que se trata de correcciones marginales: dadas las muy bajas tasas de crecimiento previstas, reducciones de entre 2 y 5 décimas de uno por ciento equivalen a caídas importantes, de un tercio o más del crecimiento esperado o, como en el caso de la zona del euro, a pasar del estancamiento a, otra vez, la recesión. 2013 será el quinto año sucesivo oscurecido –con amplias variantes nacionales y regionales– por la sombra de la gran recesión. Y quizá haya que decir lo mismo de 2014, año para el que el FMI en general mantiene las previsiones anunciadas en enero último, con las excepciones de Estados Unidos, España y Reino Unido en el sector avanzado, y la muy significativa del conjunto de economías emergentes y en desarrollo, afectado por el menor crecimiento esperado en China e India, para los que prevé ahora tasas menores a las propaladas hace cuatro meses.
Medido sólo con este indicador, el impacto de la gran recesión ha sido sustancial: los ritmos de crecimiento esperado para 2013-14 en la economía mundial, en los países desarrollados y en las economías emergentes y en desarrollo son inferiores, en alrededor de un tercio, a los registrados antes de su inicio, en 2006-2007. La economía mundial no sólo ha atravesado severos lapsos de contracción sino que ha perdido dinámica de largo plazo, que quizá nunca se recupere. Las tres velocidades de la economía mundial que acaba de descubrir la directora-gerente del FMI tienen un común denominador –salvo las excepciones bien conocidas–: la parsimonia, que no es congruente con la demanda de avance socioeconómico, sobre todo del mundo en desarrollo.
Se felicita el FMI porque, en el último trimestre, las economías del norte hayan evitado la quiebra del euro y, en Estados Unidos, una recaída en la recesión a resultas de las reducciones de gasto derivadas del fiscal cliff. No entra en detalles en el precio pagado para conseguirlo por, entre otros, los ahorradores europeos y los desempleados estadunidenses. Constata que los bancos, sobre todo en Europa, continúan constriñendo la oferta de crédito, a pesar del espectacular ascenso de sus ganancias. La principal receta de política que el fondo ofrece a los países avanzados es llevar adelante al ajuste fiscal a un ritmo compatible con la recuperación
y compensar el efecto contraccionista con una política monetaria altamente liberalizada. Lo anterior equivale a que sean las economías emergentes y en desarrollo las que continúen financiando el ajuste global, mediante la continuada y quizá creciente sobrevaluación de sus tipos de cambio. A las economías emergentes y en desarrollo se les pide evitar el sobrestímulo y, en su momento, restablecer el enfoque restrictivo de la política monetaria. Estas prescripciones parecerían razonables si hubiese crecimiento sostenido y dinámico y existiesen riesgos de sobrecalentamiento.
En un aspecto novedoso de su análisis, el documento incluye un examen de los indicadores de sobrecalentamiento para las economías del G-20: nueve avanzadas y 10 emergentes. Se trata de una medida indirecta del espacio existente, a principios de 2013, para las políticas de estímulo, que mejoren la perspectiva de crecimiento y ocupación. En general, los indicadores muestran un muy bajo riesgo de sobrecalentamiento en las economías avanzadas, que disponen de espacio para políticas activas en los sectores interno, externo y financiero. El panorama en las economías emergentes del G-20 es más complejo y apunta al peligro de sobrecalentamiento en los cinco países en que la producción está creciendo ahora a un ritmo superior en 2.5 por ciento a la tendencia observada antes de la crisis: Arabia Saudita, Argentina, Brasil, India e Indonesia. En las otras cinco (China, México, Rusia, Sudáfrica y Turquía) en que el crecimiento no supera en 2.5 por ciento al anterior a la crisis hay mayor margen para las políticas de estímulo sin riesgo de sobrecalentamiento. En cuanto al balance fiscal del G-20, el FMI muestra un panorama equilibrado: en 10 de los países del grupo mejorará en 2012-2013; en tres habrá un leve deterioro, y en el resto una situación estable. El fondo concluye: No hay presiones de demanda excesiva en las mayores economías avanzadas. Las tasas de inflación también permanecen generalmente bajo control en las economías emergentes y en desarrollo
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En una investigación en proceso intenté un análisis similar: determinar el espacio fiscal existente en una veintena de economías emergentes para adoptar políticas activas a favor del crecimiento y el empleo. A partir de la posición de endeudamiento, la situación de las finanzas públicas, las presiones inflacionarias y la capacidad de producción no utilizada llegué a conclusiones similares a las que, en un análisis mucho más sofisticado, presenta el FMI: si los países emergentes quieren crecer más y crear más empleos, tienen margen para hacerlo. La opción por el crecimiento bajo y el desempleo elevado es una decisión política –o ideológica–, no un imperativo derivado de la situación por la que se atraviesa. Si México se conforma con 3.5 por ciento no es porque no se pueda crecer más, sino porque no se quiere crecer más.