omo gustéis. Este título de una comedia de William Shakespeare bien podría convenir como nombre alternativo para Viola, la cinta más reciente del realizador bonaerense Matías Piñero, graduado en la Universidad del Cine, semillero de las propuestas más audaces del nuevo cine argentino. Una película sobre las simulaciones en el arte teatral y en la práctica amorosa, interpretada por un grupo de actrices estupendas que infatigablemente repiten parlamentos de la comedia Noche de reyes (Twelfth night), del poeta y dramaturgo inglés, entremezclando frases de otras obras suyas, improvisando polifonías y combinaciones teatrales que paulatinamente se confunden con la realidad de este círculo encantado.
El realizador y su camarógrafo predilecto, Fernando Lockett, capturan en movimientos tersos y sensuales el ritmo de las frases, pasan de un rostro a otro en el paciente registro escénico que incluye mudanzas de mobiliario y de vestuarios, y también un lúdico intercambio entre las actrices de los papeles, así como de algunas identidades de género, como en la propia Noche de Reyes, donde, luego de un naufragio, la protagonista Viola se transforma en el apuesto Cesario para mejor impartir alguna clase de seducción galante. Y de seducciones trata también la cinta de Piñero, del imperativo de reciprocidad en las relaciones amorosas y de los peligros que acarrea su ausencia.
Viola es asimismo un astuto juego de personalidades intercambiables. Una actriz propone a una repartidora a domicilio de videos pirata que la remplace interpretando el papel de Viola, nombre que en la vida real también lleva la joven empleada de Metrópolis, la compañía de entregas. La Viola de Shakespeare se confunde con la del propio Piñero en una caprichosa expansión del espacio teatral a los territorios siempre cambiantes de la ficción cinematográfica. El juego entre ficción y realidad explora nuevos cauces y también el de esa simulación extrema que es la copia ilícita y exacta de los videos que Viola reparte a domicilio. Ilusión teatral, piratería comercial, clonación de personajes, incansables variaciones escénicas que remiten al cine de Jacques Rivette y sus largos ensayos del Pericles de Shakespeare en París nos pertenece (1958), en el relato coral, sin trama aparente ni objetivo declarado, que termina siendo reflexión moral y filosófica sobre el amor y la expresión artística, y sus múltiples y muy variadas declinaciones. Un trabajo de extrema sofisticación formal donde complejidad y sencillez se confunden maliciosamente. Se exhiben la sala 10 de la Cineteca Nacional (15 y 19 horas).