A los siete años de edad Abner Mares salió de México de manera ilegal. Cruzó la frontera con Estados Unidos, junto a sus siete hermanos y a su madre, todos con papeles falsos, haciéndose pasar por sus primos estadunidenses.

Creció en Los Ángeles, en un barrio de migrantes, rodeado de pandillas y a punto de ser iniciado en la banda de Hawaiian-Gardens cuando tenía 15 años. Entrar al grupo significaba pasar una prueba de fuego: soportar 13 segundos los golpes de cinco compañeros de armas. Después estaría apto para participar en asaltos, robo de autos y todas las obligaciones de un miembro de la banda.

La mayoría de mis amigos de aquel entonces terminaron muertos o en prisión, seguro me habría pasado igual, cuenta el boxeador.

Entonces sus padres decidieron enviarlo de vuelta a México para evitar que su hijo corriera la misma suerte de los chicos de aquel barrio angelino. Regresó a su tierra natal, Guadalajara, donde vivió seis años, pero sufrió el rechazo de quienes lo consideraban pocho.

Volví a Los Ángeles a los 21 años, convertido en un hombre duro, que había crecido rápido y en absoluta soledad, pero ahora estaba casado, con hijos y con una carrera por delante, dice Mares.

Se formó como pugilista enfrentando a los mejores de su división, desde que representó a México en Juegos Panamericanos y Olímpicos, hasta convertirse en campeón mundial supergallo el 21 de abril de 2012 ante Éric Morel.

Buscó enfrentar al campeón de la Organización Mundial de Boxeo, el filipino Nonito Donaire –la semana pasada éste perdió ante el cubano Guillermo Rogondeaux–, pero asegura que lo eludieron.

Me fui de la categoría supergallo porque ya no tenía rivales interesantes que quisieran enfrentarse conmigo, sostiene, y dice que ahora que buscará el título pluma del CMB ante el monarca Daniel Ponce de León.

Se me fue Donaire, pero Rigondeaux debería pelear conmigo si quiere ser considerado el mejor del peso en la que yo me coroné y abandoné por falta de rivales.