Las lágrimas
a expresión fílmica minimalista ha tenido en la presente edición del Foro de la Cineteca una presencia destacada. Lo que refleja es una tendencia estética insoslayable en el quehacer cinematográfico actual, como lo confirman hasta el momento dos experiencias radicales argentinas: Leones, de Jazmín López, y Viola, de Matías Piñeiro, cintas que se atienen a líneas narrativas muy escuetas y cuyo interés reside más en la forma en que van contando su trama exigua que en la sustancia real de lo que cuentan.
Pero no todos los minimalismos son iguales, aunque suelan confundirse en la percepción o en el prejuicio de muchos espectadores.
El caso de Las lágrimas, primer largometraje del mexicano Pablo Delgado Sánchez, es al respecto paradigmático. Su argumento es sencillo: dos hermanos viven de modo muy distinto el abandono de su padre, y de paso asisten a la depresión anímica de la madre.
Una salida de los dos al campo pondrá de relieve sus sentimientos encontrados, la solicitud afectiva del hermano más chico, el desasosiego existencial del hermano mayor, una disputa pasajera y luego un marco de reconciliación.
En el cine mexicano reciente esta historia de disfunción familiar se ha contado de maneras muy diversas, y en el terreno de la expresión minimalista el filme Familia tortuga, de Rubén Imaz, sigue siendo una muestra de complejidad dramática y sobriedad narrativa. La obra de Pablo Delgado despliega cualidades semejantes.
El cine minimalista no tiene por qué estar disociado de la emoción, y en ocasiones su parquedad misma puede agudizar y problematizar la carga dramática de lo narrado.
En Las lágrimas los diálogos son escasos, pero la dinámica que se establece entre Fernando (Fernando Álvarez Rebeil) y su hermano menor Gabriel (Gabriel Santoyo), el primero adicto a la bebida alcohólica; el segundo, a la televisión y a los videojuegos, contiene matices suficientes para conferir densidad y volver interesantes a los dos personajes, interpretados con solvencia por los dos jóvenes actores.
Hay improvisación afortunada en los diálogos a partir de un guión de apenas 20 páginas, una notable contención en las actuaciones, incluida la breve presencia de la madre (Claudette Maillé), una captura muy sugerente del paisaje, la influencia declarada del Gus Van Sant de Los últimos días (2005) y posiblemente también la del André Téchiné de Los juncos salvajes (1994).
Una cinta minimalista preñada de intensidad y de lirismo, al abrigo de toda acusación de vacuidad ensimismada.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional (12, 17 y 21 horas)