l crimen no cede, surgen levantiscos, reina la confusión y el gobierno, que goza aún de su plazo de gracia, lejos al menos de mostrar una pericia que se exprese en programas y organización, está hundido en un gran desconcierto en materia de orden interno. Sus drásticas innovaciones en el área de gobierno no están asignadas a programa alguno; ni siquiera están activadas, mientras los personalismos al más alto nivel surgen destructivos. Tal es la confusión. Mientras, el crimen prevalece y el pueblo llega a sus extremos de tolerancia desfogándose por caminos indeseables.
El cambio de estrategia comunicativa respecto de las operaciones antinarco es muy positivo, pero el hueco informativo dejado por la ausencia de los robocops que nos recetaban todos los días ha hecho más clara la cauda de crímenes que brotan por todos lados. Decenas de muertes cada día. Sería insano describirlas. Y oficialmente nada se explica, los medios simplemente dan la nota aunque rancios políticos rueguen: hablen de lo bueno
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El eje de este texto es sugerir una preocupación mayor y es que la anticultura criminal que nos sofoca, además de que llegó para quedarse, al menos por muchos, muchos años, sí está madurando, no como los desconciertos gubernamentales. Lo doloroso es que está madurando para mal. El problema es y seguirá siendo mayor de lo previsto hace meses, está arraigando en las formas de vida de la sociedad. No se trata más de un asaltante con antifaz y puñal. Se trata de amplios segmentos de la población que han descubierto los caminos obligados de la reivindicación y otros las veredas del dinero fácil.
Dentro de los que saben de los extremos de la violencia a los que estamos llegando está el International Crisis Group, que preside Kofi Annan, ex secretario general de la ONU. Este grupo tiene por mandato ofrecer asesoría a organismos oficiales, países, a la Unión Europea o a la propia ONU, para estudiar y resolver problemas de prevención y resolución de conflictos de gran violencia.
Sus ideas centrales se identifican con las de los analistas mexicanos de avanzada que sostienen que estamos adentrándonos en una forma de inestabilidad que es una crisis de enormes implicaciones internas con posibles rebotes en la vida internacional de la región y, por ende, para los intereses y la responsabilidad mexicana ante esa comunidad.
Es bueno exorcizar las ideas que nos asocian a los procesos colombianos. Allá el crimen o la violencia social, o como se le quiera llamar, ha intentado por décadas apropiarse del gobierno. En México no. El alto crimen o gran crimen no aspira a sustituir al gobierno, sólo ambiciona doblegarlo, sea municipal, estatal o estratos federales y servirse de él, como lo está logrando ya en muy vastas regiones. La violencia magisterial, potenciada con las policías municipales, nada tiene que ver con Colombia; es auténticamente mexicana y tiene raíces en el autoritarismo y la corrupción. Hace muy mal el gobierno –y demuestra no leer la historia–; demonizar no arregla nada.
El mexicano es un caso verdaderamente ejemplar. No tiene antecedentes, por ello no debemos perder tiempo y oportunidades argumentando lo que ya ha sido rebasado: todo lo originan los malos. Demonizar, criminalizar es una postura mediática muy transitoria en su efecto y ya está rebasada. Estamos ya en los albores de algo más con actores y formas casi inéditas, por lo menos en la actual versión.
Es verdad que parecemos estar metidos en una guerra de baja intensidad, pero más, que por las características teóricas de ésta, por las conductas oficiales de involucrar enormes cuerpos del Ejército y la Armada y por la política mediática calderoniana, por el discurso satanizador como técnica retórica, como forma de justificar un trato político, militar o policial diferenciado, y finalmente por tildar de incorrecto todo lo que está en contra de lo que se cree o se apoya.
La guerra de baja intensidad es una confrontación político-militar entre contendientes con principios e ideologías contrastantes, efectivos, organizaciones y operaciones militares o paramilitares tenues, amplias y ambiguas, por debajo de los propios de la guerra tradicional. En México no vamos por ahí; vivimos o vamos hacia vivir otra cosa. Lamentaremos ser precursores en esa caracterización de antisocialidad.
Vivimos una nueva forma complejísima y terrible de alteración social y crimen expansivo. Por ello mismo somos un laboratorio universal, estamos estableciendo hitos en la clásica forma de expresar y clasificar la violencia, y nuestra respuesta oficial aún es absolutamente inadecuada. La respuesta inteligente del gobierno a la sociedad o a organismos internacionales es nula. Ante un drama que cobra caracteres de avalancha, el discurso oficial es una respuesta agotada.
No podemos permitirnos, en este laboratorio universal, ser precursores e inventar en nuestro perjuicio un tipo de violencia que haga historia por enmendar a los clásicos. No, no podemos ser ejemplo histórico de una equivocación, pero lo estamos siendo.