erusalén en 1933. En las colinas que se miran desde Al-Aqsa no se ven caminos; la vista más allá del Monte de los Olivos apenas si contiene cuatro casas. En la Primera Guerra Mundial, un hombre de túnica blanca camina fuera de la puerta de Jaffa, unos soldados turcos otomanos adoptan posición de firmes –orgullosos de su asesinato judicial–, la cabeza del ejecutado está torcida hacia la derecha y un gran letrero en el pecho anuncia que intentó ayudar al enemigo. El enemigo en ese tiempo eran los británicos, y tal vez los nacionalistas árabes que se oponían a los otomanos, y luego los británicos se volvieron enemigos de los árabes mismos.
Jalil Raad, el primer fotógrafo palestino, tomó todas las fotos que ahora cuelgan en una fresca galería de la calle Clemenceau de Beirut –sí, bautizada en honor del presidente francés en esa misma guerra mundial–: una majestuosa serie de paisajes y retratos que van desde la Gran Guerra hasta 1948 y muestra a Palestina como era entonces. En una imagen se ve un empleado de mudanzas que carga un piano de cola; en otra un hombre lleva un armario a la espalda. Tiempos difíciles, gente correosa.
El Instituto de Estudios Palestinos (al cual pertenece la exhibición) afirma que las fotos ayudan a llenar los huecos en la historia palestina –que por muchos años perteneció exclusivamente a Israel– y creo que tal vez tiene razón. Pero también creo que Palestina, que para muchos palestinos existe en un sueño sin sueño, jamás volverá. Las colonias judías en lo que hoy se llama Cisjordania y las que rodean a Jerusalén son, al examinar estas fotografías, fantasmas del futuro.
Hay otros fantasmas también. Se puede ver un policía turco de antes de 1918 que registra a un árabe. Luego un soldado británico registra a otros árabes. Ahora israelíes registran a palestinos. Hay niños escolares árabes de camisas y blusas blancas (muy occidentales), calles rebosantes de transeúntes, en su mayoría árabes. En algunas fotos posteriores a 1918 aparecen judíos, pero no muchos. Pero bueno, en ese tiempo los árabes eran mayoría.
¿Qué pasó con esos niños, con los hombres que cargaban naranjas de Jaffa en sus botes para llevarlos al barco de vapor amarrado en la costa? ¿Qué ocurrió con la familia del hombre que llevaba el armario a cuestas?
No lo sabemos, y eso es parte de la tragedia. Esas personas, por lo regular no identificadas, nos hablan con su rostro o sus ropas de agricultores.
La exhibición termina con la catástrofe –para los árabes palestinos, no para el nuevo Estado de Israel– de 1948, con estallidos de artefactos explosivos en todo el territorio del viejo mandato británico. Para ser justos, también hay imágenes de bombazos árabes contra civiles judíos en ese año, así como de judíos contra civiles árabes. Pero no es posible negar la autenticidad de esas escenas. La mayor parte de las naranjas de Jaffa eran enviadas a Londres. Y Londres, desde luego, pagaba a los árabes palestinos apoyando el deseo del gobierno británico de una patria judía en Palestina.
La versión israelí, por supuesto, es que los ejércitos árabes trataron de destruir el naciente Estado judío –cierto–, en tanto las radiodifusoras árabes instaban a los árabes a dejar sus hogares hasta que los judíos hayan sido arrojados al mar
. Totalmente falso. Ninguna difusora árabe dijo jamás tal cosa. Hubo violaciones, asesinatos y limpieza étnica de árabes en esa parte de Palestina que se convertiría en Israel. El historiador israelí Illan Pappé ha realizado un trabajo seminal sobre esos hechos.
Existe una imagen profundamente perturbadora en esta colección. Muestra el hotel Fast de Jerusalén, con la bandera de la suástica nazi colgando del primer piso, junto a una bandera británica. ¿Qué era el hotel Fast? ¿Eran esas las habitaciones de diplomáticos alemanes y británicos después de 1933, la fecha en que Hitler llegó al poder? Porque ya en septiembre de 1939 la suástica sin duda debía haber sido retirada. El Instituto de Estudios Palesinos no lo sabe. ¿Algún lector sí?
La familia de Raad, nacida en Líbano en 1854, se mudó a Jerusalén a la muerte de su padre, cristiano maronita que se había convertido al protestantismo. Pero en la guerra de 1914-18 Raad felizmente había llegado a ser fotógrafo en el ejército turco. Existe una sombría foto de Jemal Pachá, uno de los autores del genocidio de armenios en 1915, y otra del propio Raad a caballo en uniforme otomano. Su familia donó las fotografías.
Al final de la galería me encontré con el director palestino de cine Naji Simaan, quien aún recuerda la vida en el exilio. “Cuando llegamos al campo de refugiados de Ein el-Hilweh, en Sidón –relata–, tenía que caminar dos kilómetros en el lodo sólo para llegar a los retretes.” Esa es la vida de un refugiado: despojo, privaciones y aburrimiento. En el libro de visitantes comento que esas fotos también deberían exhibirse en Israel. Pero me equivoco de nuevo. Ya se mostraron allá… en Nazaret.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya