Opinión
Ver día anteriorJueves 4 de abril de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
México SA

La buena: crecimiento de 3.5%

La mala: mínimo se necesita 6%

Reforma: la fábula del paraíso

P

ara los mexicanos incrédulos, buenas y estimulantes son las noticias que ha divulgado la Secretaría de Hacienda, pues para el presente año tal institución no sólo mantiene su pronóstico de 3.5 por ciento en materia de crecimiento económico, sino que, ya encarrerada, se anima a pronosticar que en 2014 tal aumento alcanzaría 4 por ciento, no sin antes precisar que tales proporciones corresponden al cálculo realizado sin considerar el positivo impacto que, dice, tendrán las reformas en las que decidida y desinteresadamente trabajan los chefs del Pacto por México.

No es la primera vez que esos mexicanos incrédulos escuchan noticias de esa naturaleza. De hecho, acumulan tres décadas a lo largo de las cuales un gobierno sí y el siguiente también, los bombardea –no sin la desinteresada contribución de los medios masivos de comunicación– con buenas nuevas como las citadas y el referido aderezo (aquel que promete más crecimiento y mayor bienestar si las reformas, las que sean, son aprobadas), para que a la vuelta del tiempo registren exactamente lo contrario.

Que en medio de la turbulencia económico-financiera (que acumula cinco años) se pronostique un crecimiento económico de 3.5 a 4 por ciento sería una espléndida noticia digna de celebrar sonoramente en la plaza pública... pero de otros países, porque para el caso mexicano tales porcentajes no alcanzan sino para mantener las cosas tal cual, es decir, en el estancamiento, en el raquitismo económico, en la insuficiencia laboral y con el bienestar en declive.

En 30 años al hilo, decenas de reformas estructurales han sido aprobadas en este país de incrédulos, siempre con la promesa de que, una vez en funcionamiento, el paraíso se quedaría chiquito comparado con el grado de desarrollo que alcanzaría México. Si fuera por discursos y promesas, a estas alturas nuestro país sería el primer mundo del primer mundo, pero la realidad es canija: todo se ha reformado, todos se ha modernizado, y el crecimiento económico se mantiene en la lona y el bienestar muy por debajo de ella.

Peor sería no crecer, dicen los defensores de los cálculos hacendarios, pero la pregunta es si un crecimiento económico promedio anual de 2 por ciento, como el registrado por México en las últimas tres décadas, puede catalogarse como tal, especialmente si se recuerda que el incremento poblacional avanza prácticamente al mismo ritmo que el primero. No es ocioso recordar que para que México comience a salir del hoyo, y sólo eso, la economía debe crecer a un ritmo no menor a 6 por ciento anual sostenido, y las buenas nuevas de la Secretaría de Hacienda apenas presumen poco más de la mitad de esa proporción.

A todos los gobiernos –sin importar de qué zoológico provengan– les fascina contar cuentos. Es su debilidad natural, pero hay de cuentos a cuentos. Allí está el caso de Felipe Calderón, para no ir más lejos. Reforma que anunciaba, reforma que, según él, llevaría a México al Nirvana. Tanto prometió, que perdió toda proporción, pues si se suman los puntos de más que, según él, aportarían sus reformas a la economía mexicana, entonces ésta habría crecido a una tasa anual promedio de 48 por ciento en su sexenio. ¡Ah!, pero la realidad es cruel, y en sus seis años de estancia en Los Pinos a duras penas logró un promedio anual de 1.8 por ciento, el menor en cinco lustros.

El cálculo de la Secretaría de Hacienda para 2013, que no es otra que un crecimiento de 3.5 por ciento en el año, no dista de la estimación que para el mismo asunto realizó el Fondo Monetario Internacional, aunque sí, y por mucho, de la comprometida por el actual inquilino de Los Pinos durante su campaña electoral (5 por ciento), la cual, si bien más cercana a la necesidad mínima del país (6 por ciento), también se quedó corta.

Lo anterior sin considerar que la economía mexicana se encuentra en fase descendente (lo que ya es decir), y que nada garantiza que el verdadero motor económico mexicano (Estados Unidos) finalmente quede reparado. Nada para presumir, pues, a menos de que (¡sorpresa!) las reformas sean aprobadas, pues de acuerdo con las estimaciones oficiales la modernización energética aportaría dos puntos porcentuales al crecimiento económico, y otro par por la reforma a las telecomunicaciones. De ser así, México comenzaría a crecer a un ritmo de 7.5 a 8 por ciento anual, según los entusiastas promotores de tales cambios, sin olvidar los bonitos premios adicionales que todo esto traería.

Recuérdese el discurso del secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell: con la aprobación de la reforma energética se permitiría mayor inversión privada en Petróleos Mexicanos (y se) podría dar un empuje adicional al crecimiento del país de 2 puntos porcentuales del producto interno bruto. Por si fuera poco, la única manera de hacer asequibles a los mexicanos tarifas eléctricas más bajas será a través de una reforma energética. Algo similar se dijo en el sexenio salinista, cuando abrió la generación eléctrica al capital privado, y a estas alturas suficiente resulta consultar el recibo bimestral por consumo de energía eléctrica para saber qué tan cierto es eso de las tarifas asequibles.

Y de Miguel de la Madrid a Felipe Calderón el cuento fue el mismo: reformamos para beneficiar a los mexicanos con alto crecimiento, más empleo, mejores salarios, mayor bienestar. La diferencia en el discurso se dio sólo en el tipo de bombón que regalaría tal o cual reforma, por mucho que la constante fue que sucedió exactamente lo contrario a lo prometido. Por este circuito pasaron la banca, el sector carretero, las telecomunicaciones, las líneas aéreas, los Ferrocarriles Nacionales de México, los ingenios azucareros, las empresas mineras, la generación de energía eléctrica y todo aquello que se quede en el tintero, y en ninguno de los casos las reformas sirvieron para beneficio de la nación. Algo muy distinto, desde luego, dirán los hoy barones Forbes, quienes están maravillados con lo bien que en este país se reforman las cosas.

El mayor crecimiento prometido, en los hechos, fue cada vez menor. Con Miguel de la Madrid a duras penas la tasa promedio anual fue de 0.34 por ciento; con Carlos Salinas de 3.9 por ciento; con Ernesto Zedillo de 3.5 por ciento; con Vicente Fox de 2.3 por ciento y con Felipe Calderón de 1.8 por ciento. En cinco lustros, el crecimiento económico se desplomó 50 por ciento, con todo y las decenas de reformas cuyos promotores ofrecieron exactamente lo contrario.

Las rebanadas del pastel

Pero bueno, alegraos, que la buena nueva es que en 2013 la economía crecerá 3.5 por ciento, si bien va.