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Nosotros ya no somos los mismos

Equívocos en American Express

Responden Santander y el Buró de Crédito

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Inmueble que alberga el Centro de Excelencia de American Express, ubicado sobre el Eje 5 Norte del Distrito FederalFoto Cristina Rodríguez
C

uando en el colmo de la desesperación pregunté a la cuarta o quinta empleada de American Express con quién, esa semana, había tenido que tratar, si ella conocía a algún ser humano que fuera titular de más de dos nalgas, se congeló en automático. Cuando se repuso dio media vuelta y corrió en busca de un supervisor (yo tenía días solicitando, inútilmente, entrevistarme con uno). El tipo, injertado en pantera, me enfrentó y gritoneó: ¿Es usted el majadero que está ofendiendo a la señorita con pretensiones y palabras vulgares y ofensivas?

Con toda calma, contesté: Señor mío (expresión de cortesía verdaderamente mentirosa y en desuso: ¿cómo iba a ser de mi propiedad un sujeto tan ridículo?), pienso que hay un equívoco. Lo que a la señorita solicité fue sólo información sobre el número de nalgas de que dispone una persona, no le pedí nada más. Si insiste en sus vulgaridades ordenaré a la policía que lo eche de aquí.

No contesté. Me dirigí a una joven y le dije: ¿Podría leer este papelito? ¡Claro que sí!, me respondió y comenzó a leer: “Diccionario de uso del español, de María Moliner. Editorial Gredos, 2007. Página 2030, párrafo final de la segunda columna: Nalga (del lat. vulg. natica) 1 f Cada una de las dos porciones carnosas situadas debajo de la espalda del hombre” (¡Vaya que los académicos tienen problemas con esas cuestiones del sexo y el género! ¿Del hombre? ¿No será del ser humano, de la persona o de los terrícolas todos? ¿Dónde dejamos a Jennifer López o a Ninel Conde?) La definición continúa: En plural (nalgas), es el nombre para esta parte del cuerpo. También, se agrega, es conocida como asentaderas, cola, culamen, fundillo, petaca, pompa, salva sea la parte, donde la espalda pierde su casto nombre y mil etcéteras más. Nótese que, aunque en ocasiones uno singulariza el sustantivo y en lenguaje figurado dice qué buena nalguita, en realidad son siempre dos. Pero sigamos: la señorita y el supervisor se recluyeron en las oficinas y el tarjetahabiente (todavía lo era en ese momento) salió a tomar su jaibol y celebrar que por ese día había alejado la amenaza de un infarto cerebral.

Todo lo anterior resulta incomprensible sin los siguientes antecedentes: eran finales de 1994. Ocurrió entonces el errorcito de diciembre, que por su insignificante repercusión en la vida de los mexicanos a la fecha ni siquiera tenemos la posibilidad de direccionar con precisión nuestros reclamos y conducentes recordatorios familiares: ¿será melón Salinas o sandía Zedillo? De lo que sí no hay duda es que al alimón nos la partieron, un vez más, a todos.

En esas fechas uno de mis dos primos ricos (Virgilio) me invitó con la familia a pasar el fin de año en San Francisco, California. Aunque la invitación no se objetivaba en nada concreto (por eso precisamente ya aclaré que es rico), podía aprovecharme de los servicios comunes, y acepté.

En las oficinas de American Express reservé boletos para tres personas. La situación de incertidumbre prevaleciente impedía establecer una cantidad exacta por los servicios solicitados. ¿Estaba yo conforme con fijar un máximo al costo del dólar? No había de otra. Establecí un techo, firmé el pagaré en blanco... y recé.

Días después se me informó que el costo era ligeramente menor a la cantidad autorizada. Acepté que se llenara el pagaré y pedí entregar mis papeles al señor Óscar Fierro, viejo gerente de producción, quien a la sazón trabajaba conmigo. Fierro llegó en el momento de cierre de las oficinas de American Express, pero tanto alegó que le abrieron la puerta unos segundos y sin dejarlo pasar le entregaron los tres boletos. Los recibí y comprobé que los costos se ajustaban a lo convenido.

Viajé, regresé y comenzaron a llegar los estados de cuenta. Los errores eran increíbles: en un solo reporte se repetían cobros del mismo acreedor, la misma fecha e igual cantidad. Y, lo más extraño, entre las facturas a mi cargo se incluían las cuentas del hotel de mi primo el rico y su familia. Inexplicable, porque no tenemos en común ni apellido, ni lugar de origen, ni línea aérea utilizada (menos patrimonio) que pudiera provocar confusión.

A mi requerimiento, mi primo me faxeó copia de sus adeudos, ya para la fecha saldados. Con ellos me presenté en las oficinas de American Express y, para usar términos de temporada, se inició el viacrucis.

Dejo constancia de que después de cientos de horas-hombre (pompas y alegatos), las confusiones se arreglaron. Pero en ese momento se ensombreció el cielo y crujió la tierra: American Express me envió el cobro duplicado de los boletos de avión: mismos nombres, pasaportes, visas, línea aérea, número de vuelo, fecha, origen y destino, pero seis lugares diferentes para tres pasajeros idénticos.

A partir de que fueron publicadas mis dolientes quejumbres sobre el banco Santander, el Buró de Crédito y el tráiler de mi bronca con American Express, han tenido la atención de procurarme, con el fin de conversar sobre mis columnetas, los señores Julio E. Guillén de la Serna, defensor del cliente Santander, quien me dice que el banco le comunicó: La cuenta (la mía) ha quedado eliminada, como nos lo solicitó, por lo que no recibirá ninguna llamada en adelante. Imprescindible aclaración: jamás solicité la eliminación de esa cuenta, por cuanto considero que es imposible eliminar lo inexistente. Solicité ser llevado a juicio ante autoridades competentes. Si éstas fallaban en mi contra, pagaría lo que no debía, pero que en ese momento cobraba realidad por decisión de autoridad y no por coacción de unas pandillas de delincuentes.

Acuso recibo a Wolfang Erhardt Varela, del Buró de Crédito, quien me expresa su disposición a ilustrarme, hasta donde mis entendereras lo permitan, sobre todo lo que a ese organismo compete. Deme por inscrito en ese singular seminario.

Me escribió nada menos que el account director de Ogilvy Public Relations Worldwide, Carlos Valadez Leal (Sé que en Saltillo van a decir: qué echador sigue siendo Ortiz, ¿ya viste quién dice que le escribió?). Me informa que Jorge Guevara, director de Asuntos Corporativos y Comunicación de American Express, habrá de contactarme para conocer de viva voz la dimensión de mis dolencias.

La verdad soy facilito: les acepto cita a los tres (obviamente, por separado). Pero aclaro: no voy a despachos, los invito al mío (en el que casi todo lo bebible es bien habido), o al San Ángel Inn, donde cada quien paga lo que consume.

Sigue el suspenso: ¿Qué tiene que ver el número de pompas de cada tarjetahabiente de American Express con el cobro de los servicios que presta?