El gendarme desconocido
legaron y pasaron los idus de marzo. No hay, nunca hubo calendas griegas. Y a la dividida isla de Chipre le pasaron la cuenta de la tozudez neoconservadora y los desmanes de banqueros en el paraíso del libérrimo flujo de capitales. Va de nuevo. La serpiente que muerde su propia cola. Y del aire enrarecido de la Corea dividida brotan amenazas de guerra nuclear. Días de guardar y Francisco papa no carga la cruz en el Coliseo. En Iztapalapa, más de dos millones asisten al vía crucis de un joven mecánico.
La historia como farsa. Pero la vida es pesadilla recurrente, condena a perpetuidad para los pobres en cuya defensa vistió hábitos de mendicante Francisco de Asís. De las respuestas y ajustes de los señores del poder, la disciplina fiscal y la austeridad a toda costa, habla la recurrencia de las crisis. Hot Money Blues, dice Paul Krugman en The New York Times de 24 de marzo. Durante más de tres décadas después de la Segunda Guerra Mundial, casi nunca se dieron crisis financieras de esa clase, con las que nos hemos familiarizado tanto. Dese 1980, sin embargo, la lista ha sido impresionante: México, Brasil, Argentina y Chile en 1982. Suecia y Finlandia en 1991. México, otra vez, en 1995. Tailandia, Malasia, Indonesia y Corea (del Sur) en 1998. Argentina otra vez en 2002. Y, desde luego, la más reciente serie de desastres: Islandia, Irlanda, Grecia, Portugal, España, Italia y Chipre
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Impera el libre flujo de capitales sin regulación alguna. Habrá que volver al tema. Porque Enrique Peña Nieto vuela con rumbo a China y Japón, atento al empeño de restituir el comercio y la inversión como tema central de nuestras relaciones exteriores. Lleva en el equipaje la buena recepción en la globalidad a las reformas de las telecomunicaciones. Pero también el fardo de la violencia persistente, legado de la estulticia que nos puso al borde del abismo. Y el lamentable crecimiento de nuestra economía: en el sexenio de Ernesto Zedillo el promedio anual de crecimiento fue de 3.52 por ciento; con Vicente Fox fue de 2.15 por ciento; con Felipe Calderón resultó menor, el más bajo de los recientes cuatro sexenios.
Y fluyen libres de regulación los capitales especulativos. En cuanto vuelva de Oriente Enrique Peña Nieto tendrá que afinar la narrativa de su programa político. El presidente Barack Obama visitará México en el mes de mayo. Peña Nieto se entrevistó con él en Washington antes del 1º de diciembre de 2012. Ambos en trance de tomar posesión. Y ambos con bazas de triunfo en las manos. De ahí que a nadie sorprendiera la sencillez con la cual cambió Enrique Peña la agenda mexicana de las relaciones bilaterales. Colaboración económica para el crecimiento y la generación de empleos: esa es la prioridad y no la malhadada guerra contra el crimen organizado. Nadie habla de abandonar las tareas de seguridad pública en ambos lados de la frontera. Pero ambos tienen el compromiso vital de crear empleos, atender al flujo de personas y evitar el laberinto del capitalismo global.
No hay mucho tiempo para ajustar la agenda en lo que hace a la colaboración en materia migratoria y en búsqueda de regular el flujo de capitales. Sobre todo para detallar las propuestas de reformas, ya no basta el término cósmico de estructurales. Luis Videgaray anticipó que empezarían por fijar las obligaciones de los bancos en materia de crédito, que no lo hay para las industrias pequeñas y medianas, las que más empleos generan. Vamos a ver. Ya se angustiaron los heraldos de las cúpulas por las reformas en las telecomunicaciones, al grado de ver amenazas de estatismo en el ente autónomo propuesto para otorgar las concesiones y regular el uso cabal del bien y servicio públicos. Nadie conoce todavía los alcances de la reforma hacendaria, aunque el de Hacienda habla de impuestos progresivos en los que pague más quien más gane.
En mayo estará Luis Videgaray y seguramente también Ildefonso Guajardo Villarreal en la comitiva mexicana. La persistente violencia y la importancia de la región fronteriza, el comercio de ambos lados, la convivencia y la interdependencia hacen obligada la presencia de Miguel Ángel Osorio Chong. Y quizás inevitable la de Manuel Mondragón y Kalb. Hay en favor del diálogo de Enrique Peña Nieto y Barack Obama antecedentes útiles y coincidencia de intereses para beneficio de ambos y de las dos naciones vecinas. Pero la violencia, el miedo, la barbarie criminal que no cesa pueden desviar la atención ciudadana, hacer que se imponga la nota roja a la importancia de la política exterior y la concertación de sólidos acuerdos.
La ausencia de las imágenes del carnaval sangriento en las primeras planas de los diarios; el desfile de presuntos capos y sicarios en la televisión, indebidamente, violando el debido proceso. En lugar de difundir logros del sistema de justicia, sembraban miedo; pánico al saberse que menos de 3 por ciento era condenado por un juez; que muchos del muestrario televisado eran liberados y volvían a secuestrar, a matar, a extorsionar, a cobrar derecho de piso
a los más modestos comerciantes. A quien fuera. Ya no era espectáculo cotidiano. Ya no eran cómplices de la vacua vanidad de los jefes y validos de la corte de los milagros que ha sido el mundo en deterioro constante de la policía. Del primer contacto de los ciudadanos de a pie con la autoridad, con su gobierno.
Pero la violencia sigue y ha encontrado nuevos cauces. Como si los agoreros del Estado fallido hubieran elaborado las respuestas de los pobladores de zonas rurales, agobiados por las amenazas, los robos, las violaciones, por el imperio de la violencia y el distante discurso del estado de derecho. Y, para colmo, con la presencia de fuerzas armadas, del Ejército, de la Marina, sin suspensión de garantías, sin haberla solicitado al Congreso. Los de abajo, los de comunidades rurales, indígenas la mayor parte en Guerrero, en Michoacán, en Oaxaca, se declararon en estado de guerra. Tomamos las armas, dicen ellos. Y dicen bien. Con bases legales en el caso de las policías comunitarias de poblaciones indígenas. Por sus pistolas en el caso de los grupos de autodefensa.
El hartazgo, la desesperación, dice una sorprendente mayoría de mexicanos. Pero esa chispa puede encender un fuego que acabe con el acuerdo de voluntades que constituye al Estado mismo; disolver el poder constituido sin el cual el hombre volvería a la barbarie, dice Hobbes. Las comunidades indígenas tienen derecho a nombrar policías, pero no a dotarlos con armas de alto poder, reservadas al uso del Ejército o al abuso de los cuerpos paramilitares autodesignados grupos de autodefensa. Ya hay muertos. Toma de instalaciones municipales y de prisioneros. Y en Guerrero, el primer tribunal popular ante el que comparecieron 20 o 30 acusados.
De los gobernadores, ni hablar. Y la única respuesta del gobierno federal es que ya se integra la gendarmería con personal de formación castrense y asistencia técnica francesa. Tal como declaró el doctor Manuel Mondragón y Kalb entrevistado por Adela Micha. Pero dónde están los policías federales, insistió la reportera. Ah, no intervinieron porque el gobernador Ángel Aguirre pidió más tiempo para dialogar con los de la CNTE que bloquearon nueve horas la carretera México-Acapulco.
Ahí está: el gendarme desconocido. Ojalá su discurso fuera tan articulado, tan convincente, como el del inolvidable agente 777 que inmortalizara Cantinflas. Hace falta. Aunque en las alturas no se den cuenta de que ya nos llega la lumbre a los aparejos.