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Miércoles 27 de marzo de 2013, p. 22
La razón dice que los sucesos en una isla del Mediterráneo, con una población de poco más de un millón de habitantes, no deberían tener el poder de cambiar las actitudes del público en toda Europa. Pero el dinero es cobarde. No escucha a la razón; cuando tiene miedo, corre hacia donde ve seguridad.
Lo ocurrido la semana pasada en Chipre elevará los temores de los depositantes en bancos que no tienen solidez a toda prueba. Eso está claro. Lo que está por verse es si las actitudes cambian, no sólo hacia la probidad bancaria, sino también, en general, hacia la responsabilidad fiscal y monetaria.
Chipre ha resultado ejemplo de un rasgo familiar en el mundo de las finanzas: resultados que parecerían inevitables tardan mucho más en llegar de lo que se esperaba, pero cuando llegan, todo ocurre de modo más repentino. Así, durante meses ha sido el siguiente candidato a un rescate, y sin embargo el desenlace –que algunos depositantes en algunos bancos perderán hasta la mitad de su dinero– era impensable. Y ahora ha ocurrido.
Desde luego, Chipre es sólo el siguiente en una progresión. Hace cinco años muchos jubilados en Escocia poseían acciones en los dos bancos de su país y dependían de los dividendos para obtener ingreso. Era la conducta prudente, razonable. Esos ahorros han sido borrados, pero a nadie le preocupa mucho porque los accionistas sabían que corrían un riesgo
.
Entonces, ¿los depositantes en bancos chipriotas sabían que corrían un riesgo? ¿Y qué hay del riesgo para los depositantes en bancos croatas, españoles e italianos?
Pero aun si la progresión es sólo gradual, se ha cruzado una línea y, como expresó un cándido aunque inexperto ministro holandés de finanzas, esto podría volverse el modelo de futuros rescates de países.
Ahora pensemos en las consecuencias. Hasta ahora no ha habido un retiro sustancial de fondos de bancos del sur de Europa. Eso debe ser un alivio; pero en el curso del tiempo las personas procurarán no tener más de 100 mil euros en un solo grupo bancario. Muchos ya lo hacen. Si bien para la mayoría de los individuos eso no debe ser un problema, a menos que acaben de vender un inmueble, es un gran problema para las empresas. Europa se encamina a un sistema en el que las personas que tengan una buena suma de dinero de sobra la colocarán tal vez en algún instrumento gubernamental seguro, en vez de dársela a un banco. Un euro invertido por un abuelo italiano en bonos alemanes es un euro que no está disponible para prestarlo a un banco regional o una pequeña o mediana empresa en Umbría.
Decir esto no es ser apocalíptico. Chipre es sin duda un caso especial. Los bancos más solventes en los países más solventes se beneficiarán de lo ocurrido; los bancos más débiles en los países más débiles sufrirán. Pero, en general, el monto que los bancos podrán prestar será más pequeño de lo que podría haber sido y eso será más que un estorbo para la economía.
No es una política explícita. Ningún ministro de la eurozona ha declarado: Infundamos en las personas temor de tener depósitos cuantiosos en los bancos para que éstos tengan que reducir sus préstamos
. Sencillamente, es una inevitable respuesta humana.
La respuesta financiera es fácil de predecir; la reacción política es más difícil. Pero el choque entre la indignación en el sur y la frustración en el norte es muy desagradable. Me temo que se volverá más desagradable en los meses por venir, y que eso hará más difícil sostener la austeridad fiscal en una región aporreada.
Hamish McRae
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya