on ese título se anuncia una exposición vigente todavía esta semana. Al ingresar a la sala del cuarto nivel, el visitante cobra esperanzas, pues lo recibe una clasicista escultura de la serie Pomona, de un escultor admirado entre nosotros. Marino Marini, cuyo hermano Arturo también está representado con un bronce de 1922: La amante muerta, aunque no se sabe por que está muerta, salvo que se trate de pieza funeraria. Buenas esculturas ambas, corrrespondientes a un periodo en Italia denominado Novecento, en pleno fascismo.
Quienes hemos procurado seguir los decursos del arte italiano, quizá creímos que el término Farnesina
se refería al famoso palacio denominado Villa Farnesina, construcción manierista de Baldassare Perussi que se encuentra en el Transtevere y que alberga la Galatea de Rafael y los cartones realizados por sus más acendrados discípulos: Giulio Roman y el Sodoma entre varios otros tesoros. Imaginamos una exposición de fotografías y grabados sobre lo que allí hay y sobre el propio edificio.
Lo exhibido forma parte de una raccolta importante que lleva a cabo desde hace tiempo el ministerio para asuntos extranjeros que tiene su sede en el Palazzo Farnesina, construido en 1935 y diseñado por tres arquitectos con la intención de que el edificio, con una fachada de 170 metros de largo se convirtiera en la sede del Partido Nacional Fascista.
Como resulta lógico, en la posguerra los planes cambiaron, el inmueble se adecuó y desde 1959 es la sede del ministerio mencionado. El título Farnesina
de debe a que esos terrenos, entre Monte Mario y el Tíber, pertenecieron en su momento al papa Pablo III Farnese, que fue elegido como sucesor de Clemente VII (pontífice Médici) después de un cónclave que duró dos días.
La exposición es escueta y no toda relevante. Posiblemente tuvo su origen hace unos tres o cuatro años cuando itineró una muestra organizada por el mismo ministerio, por varios países de América Latina., de modo que se retomó la posibilidad de que cierta selección se exhibiera en nuestro país, auspiciada, entre otras instancias, por el Instituto Italiano de Cultura, cuya directora Melita Plestini, contribuyó con un pertinente escrito a la comprensión de la muestra, que incluye más que nada, firmas famosas, pero no obras magníficas, pues ni siquiera los caballos de De Chirico corresponden a la mejor de sus etapas, sino que son producto de una retoma varias veces practicada de su Caballos antiguos (1928), óleo con temple sobre tela que pertenece a las colecciones de la Galeria Nazionale d’Arte Moderna en Roma. Sin embargo, estos caballos en bronce dorado, aunque reciclados, hacen buen presencia, como también otras piezas principalmente escultóricas v.gr. el jurisconsulto con toga dorada de Michelango Pistoletto exhibido con su aditamento museográfico: un espejo en el que se refleja. Se titula El etrusco, aunque la figura no es etrusca, sino pretoriana.
Es posible que tanto la curadora, Laura Cherubini, autora de un interminable ensayo a modo de guía sobre sitios romanos que nada tienen que ver con la muestra, como otras autoridades italianas, hayan considerado que los mexicanos no sabemos nada de arte italiano, pero eso supone error de apreciación, que incluye como conocedor al propio presidente de Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Todos los investigadores que han estudiado y estudian arte del virreinato son profundos conocedores de los decursos italianos, no sólo de los flamencos, Manrique et al, y eso sin contar a quienes se han ocupado concretamente del arte italiano del siglo XX, ya no se diga del XXI.
Hay un catálogo muy bien impreso por Palombi Editori. Se reproducen las piezas en exhibición, pero no se las comenta mediante notas explícitas y por eso resalta en este contexto el ensayo de Melita Palestini que refiere, si no a las obras, sí al menos a los artistas representados, entre quienes están Renato Gutusso, con una obra mediana: un retrato del escritor, escenógrafo y poeta antifascista Goffredo Parise, relevante por los libros rojos que no se sabe si el escritor admira, pues llegó a viajar a China, o van a ser sujetos a la visible hoguera. De Mario Sironi es un relieve en bronce. Sólo hay una obra por autor, método inadecuado para armar una exposición que cuenta con buenos autores, pero pocas obras convincentes y con un catálogo desperdiciado porque da la impresión de que se quiso cumplir con un protocolo sin ahondar en contenidos respecto de la selección hecha (con la excepción mencionada y las presentaciones consabidas).
Una de las mejores piezas corresponde a Gino Marotta (1935-2012), Rossavorio, 2001, metacrilato con efectos superpuestos, transparentes, este artista fue un maestro en uso de materiales y un exponente relevante del arte italiano contemporáneo. En cambio, Sandro Chia y Mimmo Palladino, bastante conocidos por el público mexicano, no cuentan con representación relevante, como si sólo sus nombres bastaran. No sucede lo mismo con Gastone Novelli y su velado homenaje a Malevich, bien ideado. La pieza de Kounellis, muy bien museografiada, habla al menos de que el equipo directivo y museográfico del museo Carrillo Gil supo captar con rigor la muestra albergada.