Las telas elaboradas por mujeres en los años 80 volvieron a su país tras exponerse en Europa
Refugiadas en campamentos hondureños, al principio cosían flores, luego plasmaban sus demandas y denuncias
Otro de los temas, la labor de los sacerdotes jesuitas y las fiestas en medio del dolor
Lunes 25 de marzo de 2013, p. 7
Durante la guerra en El Salvador en los años 80, las mujeres desplazadas por el conflicto bélico y refugiadas lejos de su patria bordaron en tela sus sueños y esperanzas, pero también sus demandas y luchas.
Una colección de esas mantas, que hoy son testimonio de la triste y cruel represión que vivieron, vuelven a su país después de exponerse en Europa. La muestra se titula Bordando la memoria y se presentó en la Pinacoteca de la Universidad Nacional de El Salvador, en el quinto Encuentro Latinoamericano de Historia Oral, que tuvo lugar del 12 al 15 de marzo.
Las telas fueron elaboradas en el taller de bordado del refugio de Colomoncagua, Honduras, donde se instalaron más de 8 mil personas, que huían de los bombardeos cuando la guerra se agudizó en El Salvador en 1981, luego de la masacre de El Mozote.
Los talleres surgieron como una forma de mantener ocupada a la gente
, pero si bien al principio se bordaban sólo flores y pajaritos, de pronto una de las participantes, recordada simplemente como Aleyda, tuvo la iniciativa de plasmar en las mantas escenas de la vida cotidiana en los campamentos.
Es entonces que las mujeres comenzaron a bordar temas de contenido político o histórico, por ejemplo, acerca de la instalación de escuelas populares para no descuidar la enseñanza y alfabetización de niños y adultos.
Sentido plástico especial
Durante su estancia en el museo de Artes y Tradiciones de Bruselas, Bélgica, la curadora Francine Marot explicó que algunas bordadoras tienen un sentido plástico especial, el de la superficie y la ornamentación. La selección de la puntada y la dirección del hilo son determinadas por las formas. La aguja es empleada como lápiz, pincel, encerrando un detalle, estructurando un vestido, una planta o una cabellera
.
Las mantas también hablan
de la capacitación que se ofreció a varias personas para atender problemas de salud y nutrición, a la par de enseñar oficios como sastrería, zapatería, mecánica, carpintería o peluquería.
Otra de las actividades colectivas que desarrollaron tanto hombres como mujeres en Colomoncagua fue la elaboración de alimentos. Había comedores y áreas de cocina, además de hortalizas que proveían de maíz, arroz y frijoles; algunos víveres eran donados por organizaciones humanitarias no gubernamentales, y las granjas de aves de corral, cabras y conejos también se describen en las telas a través de coloridas y detalladas puntadas.
Pero también está presente la denuncia, por ejemplo, en bordados que hablan de una manifestación que hubo contra el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) quien también exigía su reubicación, no obstante la oposición de los salvadoreños que argumentaban que no existían condiciones de seguridad en su país para trasladarse allá con sus familias.
La represión y hostigamiento del ejército de Honduras fue otro de los acontecimientos denunciadosmediante los bordados que llevan títulos como Así tirotean nuestros campamentos día y noche y Asesores norteamericanos asesinan a campesinos indefensos, niños, ancianas, etc.
El compromiso de muchos sacerdotes jesuitas con los refugiados es otros de los temas que se aprecian en la exposición, así como las fiestas navideñas que tenían lugar entre el dolor y la tristeza.
En 1984 la revista Envío publicó: “La situación de los refugiados salvadoreños es muy delicada. Los dos grandes campamentos donde se encuentran, Mesa Grande y Colomoncagua (16 mil personas) son ‘centros de dolor, pero funcionarios hondureños dicen que son lugares de veraneo’, donde van a descansar de los guerrilleros’ (...) Existen también prohibiciones para los refugiados: no pueden salir a bañarse o a cortar leña, no pueden alejarse más de 50 metros del campamento, etcétera. El gobierno hondureño justifica este control: así los víveres, ropas y medicinas no irán a parar a manos de la guerrilla”.
Los bordados fueron hechos no sólo para obsequiarlos, sino para recolectar fondos para los campamentos. Hoy son testimonios del horror, pero también de la resistencia ante la adversidad.