Los universitarios tardaron 70 minutos en lograr el primer tiro de peligro, pero sin éxito
La fiera intentó latigazos en el contragolpe; Britos y Peña estuvieron muy cerca de anotar
Lunes 18 de marzo de 2013, p. 5
Fue una tarde perdida en Ciudad Universitaria. Desperdiciada por un par de equipos romos, tercos para perseguir el balón, pero sin una estrategia clara de lo que querían hacer. Si la tenían, entonces hizo falta algo más, quizás una mejor coordinación grupal o cualquier cosa que les permitiera entender hacia donde deberían dirigir los esfuerzos.
Lo único evidente fue que Pumas y León se desmoronaron ante sus técnicos y los 24 mil aficionados que acudieron a ver cómo se pierde el tiempo con una pelota.
Nadie esperaba una lección de jogo bonito para alegrar el domingo, pero los aficionados pasaron del entusiasmo fiel, con el que se inicia la jornada de mediodía, para terminar acodados y luchando contra el bostezo, con demasiada pereza hasta para estallar enojados ante el pobre espectáculo de un empate a cero.
Pumas tardó 70 minutos en disparar con verdadera intención de anotar, cuando Luis García –apenas entraba por Eduardo Herrera– imprimió potencia en sus botines y mandó el balón directo al arco, con tal fuerza que el arquero William Yarbrough tuvo que volar sobre su costado izquierdo para desviar el tiro.
Ausencia que pesó
Antes de ese intento, pasaron una hora diez minutos de juego en los que el conjunto universitario pateó el balón con la intuición de una gallina ciega.
La ausencia de Javier Cortés –por una contractura muscular en el muslo izquierdo– se tradujo en una baja significativa del potencial ofensivo de los universitarios, y el consecuente desvarío en la media cancha.
Los esfuerzos se quebraban en intentonas con jugadores en distintas revoluciones: a los contragolpes desaforados de Martín Bravo nunca les correspondía un despliegue ofensivo colectivo y los centros, del extremo que salieran, casi nunca se encontraron con un delantero en posición de hacer sudar frío al arquero Yarbrough. Siempre reaccionaron un segundo tarde, siempre hizo falta un palmo de terreno para que una carrera cobrara sentido.
En la primera parte, Martín Bravo apenas había rodado –porque no puede llamarse disparo a lo que hizo– la pelota en dirección de las manos del guardameta del León. Luego nada. Puro toque laberíntico entre ambas escuadras.
Cuerpos sin alma
En el marasmo colectivo del primer tiempo, ambos equipos se fueron al descanso ambientados con una sonora rechifla de reprobación. La esperanza de los aficionados era que los regaños de sus respectivos técnicos o el descanso sirviera para que los jugadores se sacudieran eso que los hacía parecer cuerpos sin alma sobre la cancha.
Con poca profundidad, Romagnoli se volvió un hombre estratégico para los universitarios durante la segunda parte, al menos con su recuperación de balones no permitió que funcionaran los latigazos que el técnico Gustavo Matosas pretendía aplicar con Hernán Burbano y con Nery Castillo. Sin poder ofensivo, el factor clave fue entonces no permitir errores.
La zaga de Pumas cometió uno que por poco le cuesta el gol en contra, al permitir el ingreso al área de Matías Britos, que trató de rematar con furia, pero por fortuna para los auriazules el portero Pikolín estaba atento y terminó con la pelota en las manos.
Eduardo Herrera salió del campo atizado por el reclamo de los hinchas universitarios y cedió su puesto al español Luis García, que prometía un cambio en el ritmo. Estuvo a punto de ocurrir con ese zapatazo que apenas pudo desviar Yasbrough. Pero luego, otra vez, nada.
En cambio, el León estuvo a punto de amargar la tarde a los Pumas, cuando Carlos Peña se quedó sólo frente al arco, encarando a Alejandro Palacios, quien con sangre fría lo embistió y logró arrebatarle el balón. Peña quedó tendido con las manos cubriendo su rostro con la impotencia de haber estado muy cerca de abrir el marcador.
Pumas todavía forcejeó un poco antes del final del encuentro. En un rechazo Bravo resolvió con una chilena una jugada muy apretada y llegó como un centro a Luis García; cuando éste se preparaba para conectar lo que pudo ser un gol bien trabajado, fue arruinado por la asombrosa barrida de Edwin Hernández, que tapó el tiro.
El partido terminó con dos equipos con los brazos caídos y las miradas al suelo. En las gradas los aficionados auriazules chiflaron decepcionados y salieron con la molestia de ser testigos de que su casa ya no es infranqueable.