ivir y desarrollarse al lado del país más rico y poderoso del planeta no ha sido fácil para México. Incluso antes de que Estados Unidos se erigiera en imperio global, nuestro país tuvo que experimentar la crudeza de una relación asimétrica y desigual que a partir de entonces, luego de la afrentosa derrota y la pérdida del territorio, tuvo como una constante el ejercicio del poder del más fuerte, frente a lo cual sólo quedaron los principios y el apego al derecho de gente y de la soberanía de los estados.
De aquí la fuerza histórica y trascendental del apotegma juarista de que el respeto al derecho ajeno es la paz. De aquí, también, que la gesta del 18 de marzo de 1938 y el ejemplo del presidente Cárdenas no puedan ser opacados por el realismo corriente de estos tiempos.
Una constante de esta relación compleja y dura ha sido la migración de los mexicanos al norte. Sujeto a oscilaciones de origen multivariado, como lo documentan en estas páginas Jorge Durand y Arturo Balderas, el trasiego de almas y cuerpos a través de la línea fronteriza seguirá con nosotros y marcará muchos de nuestros reflejos sobre la vecindad, la integración estadunidense o la diversificación de las relaciones con el mundo, incluida nuestra recuperación de América Latina como referencia primordial para ubicarnos en el mapamundi futuro.
Antes, ahora y, probablemente, después de que nuestra apresurada inscripción en la globalización mediante el TLCAN encuentre algún punto de inflexión, el tránsito de hombres y de mujeres al otro lado de la frontera es y será parte fundamental del tejido mental, cultural y laboral de la región de la que formamos parte. De ahí surgirá el perfil de la nación mexicana que formará parte de los nuevos mundos que emerjan de esta primera y portentosa crisis global.
Mucho se ha escrito y estudiado sobre nuestro inveterado apego a migrar y configurar realidades trasnacionales desde la región o la familia, el gusto o el trabajo. Pero los tiempos cambian y con ellos las actitudes y las posturas que se adoptan frente al tema.
El de la migración fue asunto tabú en las negociaciones que dieron lugar al Tratado de Libre Comercio. Entonces, por lo demás, se exaltaban sus aportes positivos a una economía en auge, como la estadunidense, y a una sociedad, como la mexicana, apabullada por tanta austeridad y tan magro crecimiento, que no veía ni sentía la salida del laberinto.
El paso del norte se vio así como una providencial variable de ajuste social, mientras la Gran Transformación
neoliberal buscaba materializar sus promesas. Lo que siguió fue un éxodo masivo que, como el remolino, alevantó comunidades y regiones enteras.
Hoy, nuestro enfoque sobre la migración reclama ser actualizado a la luz de nuevas ofertas políticas y deslizamientos económicos y sociales, que podrían volverse estructurales. Estados Unidos no acaba de superar una magna crisis de empleo y crecimiento, en tanto que México sufre una realidad laboral de bajos ingresos, precariedad e informalidad que aqueja a más de la mitad de los que trabajan.
Sobredeterminado por la política estadunidense y sus precipicios fiscales e ideológicos, el asunto se agrava por la reaparición del racismo activo en Estados Unidos; nos pone contra la pared y vuelve a plantearnos grandes retos de política y concepto.
Reclamamos respeto a los derechos humanos de nuestros compatriotas y buscamos un nuevo trato con la reforma migratoria prometida por el presidente Obama, pero no corregimos, ni siquiera asumimos con honestidad, dos de las grandes fallas que hoy resumen el talón de Aquiles histórico de la relación de México con el resto del mundo: nuestra incorregible desigualdad y, peor aún, el maltrato con majadero tufo racista que se permite o directamente se inflige a los migrantes centroamericanos que, como los nuestros, sólo quieren mudarse por mejorar
.
Honramos al padre Solalinde con el Premio Nacional de los Derechos Humanos, pero en recientes y estrujantes revelaciones Amnistía Internacional y Jorge Bustamante, reconocido y comprometido estudioso de los migrantes, denuncian que el maltrato se mantiene y la agresión e impunidad de los llamados zetas se agrava criminalmente. Y el homenajeado padre Solalinde, junto con otros religiosos, se aprestan a iniciar una huelga de hambre como último recurso ( Reforma, 13/03/13, p. 14).
Con indignación, Bustamante advierte que no es que sea mentira lo que se informa, pero lo cierto es que no cambia nada. Al contrario. El crimen está aumentando
. Los migrantes, como dice Daniel Zapico, representante de Amnistía Internacional en nuestro país, siguen siendo invisibles para las autoridades federales ( El Universal, 13/03/13, p.A5).
Se trata de señalamientos que deben compartirse y volverse reclamo urgente de acción inmediata por parte del gobierno mexicano. La ceremonia inaugural de los trabajos para el Plan Nacional de Desarrollo fue en Relaciones Exteriores, donde se habló de responsabilidad global y se confirmó la voluntad latinoamericanista de México.
El secretario Meade, por su parte, abusando de la metáfora, declara que, con el resto de la Alianza del Pacífico, somos el rostro de Latinoamérica
( Reforma, 15/03/13). A la luz de los vergonzosos acontecimientos reseñados habrá que decir que, desde México, la cara aparece enlodada.
Al permitir o soslayar el descuido y el desprecio de las autoridades responsables hacia los centroamericanos, al cobijar la impunidad criminal más descarada, se ahonda la brecha entre los hechos y las palabras de que habla el insigne relator de las Naciones Unidas y esta vergüenza trashumante cae sobre todos nosotros.