ntre 2004 y 2007, el conflicto armado de Irak resultó en 76 mil 266 muertes. En Sudán, otro país convulsionado, los muertos fueron 12 mil 719, poco más que los 12 mil 417 registrados en Afganistán. En el mismo periodo, los muertos de Colombia han sido 11 mil 833.
Pues en Brasil, entre 2004 y 2007, ocurrieron 147 mil 343 muertes por armas de fuego. Ese número se hace aún más impactante cuando es comparado con el total de víctimas fatales registradas en 12 países que vivieron conflictos armados, de la República del Congo a Pakistán, pasando por Somalia y los territorios palestinos e Israel: 169 mil 574.
Esos son los datos compilados por el Centro Brasileño de Estudios Latinoamericanos, y que acaban de ser divulgados en Brasilia. Solamente en 2010 han sido asesinadas 36 mil 792 personas en Brasil, una media de 100 al día, o cuatro por hora. Una cada 15 minutos.
Hay otros aspectos del mapa de la violencia en Brasil que llaman la atención. Si antes las muertes violentas estaban concentradas en los dos mayores centros urbanos, Sao Paulo y Río de Janeiro, ahora el fenómeno se nacionalizó. Con eso, Brasil sigue ocupando un lugar destacado entre los países más violentos del mundo, tomándose como base la proporción de asesinatos por cada 100 mil habitantes: 20.4 personas.
Ese número sitúa a Brasil en el octavo puesto entre las 100 naciones con estadísticas consideradas relativamente confiables, según la institución.
La media de asesinatos es el doble de lo que la ONU considera tolerable (10 por cada 100 mil habitantes). Julio Jacobo Waiselfisz, coordinador de la investigación, destaca que la violencia se expandió por todo el país, aunque se haya concentrado en el nordeste y en el norte.
En Alagoas, por ejemplo, se registró en 2010 la tasa de 55.3 homicidios por cada 100 mil habitantes. Es el estado donde más se mata a negros y mujeres. En Maceió, famosa por sus playas y polo de atracción turística, esa media es de 94.5. No sólo es la capital más violenta de Brasil, sino una de las más violentas del mundo.
El problema es que otras capitales muy turísticas, como Salvador de Bahía, también aparecen con índices elevadísimos (59.6 asesinatos por cada 100 mil habitantes). Río de Janeiro, octavo estado con mayor proporción de muertos por arma de fuego (26.4 por cada 100 mil habitantes), tiene una capital relativamente segura, comparada con las demás: 23.54. Más del doble del tope determinado por la ONU.
Sao Paulo, el más rico y poblado del país, es uno de los cuatro, entre los 27 estados brasileños, que se queda por debajo de lo que la ONU dice que es tolerable
: 9.3 asesinatos por cada 100 mil habitantes. Ha sido el estado con la disminución más significativa de esa proporción, en el periodo entre 2000 y 2010: 67.5% menos asesinatos. En Río de Janeiro, la caída ha sido de 43%.
Ya en Pará, entre 2000 y 2010 el número de asesinatos creció absurdos 307%. En el vecino Maranhão, también en el norte miserable, 282.2%. En Bahía, 195%.
El estudio abarca un periodo que va de los dos últimos años de la segunda presidencia de Fernando Henrique Cardoso al final de los dos gobiernos de Lula da Silva. El resultado demuestra que pese a haber sido declarado reiteradamente por los gobiernos estatuales, a lo largo de todos esos años, que la seguridad pública era tema prioritario (también el gobierno nacional dio en la misma tecla), los resultados son elocuentes, y preocupantes. Son políticas ineficaces o, en el mejor de los casos, insuficientes.
Hay muchas explicaciones para el fenómeno de la violencia: el narcotráfico, la gran cantidad de armas (legales y principalmente ilegales) en circulación, y la misma cultura de la violencia como vía de solución para conflictos personales.
A eso hay que sumar la corrupción policial, la incompetencia olímpica de la policía a la hora de investigar crímenes, la absurda morosidad y la corrupción de la justicia, el estado degradante y degradado del sistema carcelario.
Con relación a la manera como las muertes por arma de fuego se extendieron rápidamente por todo el país, dejando de concentrarse en los dos o tres mayores centros urbanos de Brasil, la explicación resulta sorprendente: acorde a la investigación llevada a cabo por el Centro Brasileño de Estudios Latinoamericanos, el fenómeno se debe a la desconcentración industrial y a la migración interna provocada por la expansión geográfica de actividades económicas. O sea, cuanto más se desconcentran la industria y la economía, más se desconcentra la violencia.
La responsabilidad directa de la seguridad pública es de los estados, aunque el gobierno nacional igualmente tenga su propia política sobre el tema. De todas formas, los resultados observados deben ser imputados principalmente en los gobiernos estaduales, que se muestran, en la inmensa mayoría, incapaces de frenar la violencia que crece y afecta la oferta de trabajo.
Todo eso hace recordar un viejo dicho brasileño: Si corres, el bicho te atrapa; si te quedas, el bicho te come
. Así las cosas. El país diversifica su economía, por todas partes crecen las posibilidades de trabajo, empleo y renta, y crece también la posibilidad de que, frente a una política ineficaz de seguridad pública, te peguen un tiro.