l 2 de febrero pasado se conmemoró el 70 aniversario de la victoria soviética en Stalingrado, considerada la batalla más cruenta en la historia de la humanidad, y el principio del fin del fascismo alemán, hasta la toma de Berlín por el Ejército Rojo en mayo de 1945. Como ya es natural en esta época neoliberal, no hubo mención alguna de esta efeméride trascendente en los grandes medios de comunicación controlados por el gran capital, cuya amnesia y tergiversación históricas han pretendido ignorar el papel decisivo de la Unión Soviética en la derrota de Alemania, y ocultar la responsabilidad de las grandes potencias capitalistas en el estallido y el desarrollo peculiar del conflicto armado.
La Segunda Guerra Mundial no sólo se origina por los afanes de los fascistas alemanes, italianos y japoneses de imponer un nuevo reparto del mundo; también los imperialistas ingleses, franceses y estadunidenses coadyuvaron a desencadenar la tragedia más terrible que registra la historia y que causó la muerte de más de 60 millones de personas, en su mayoría civiles. Los gobiernos de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos estimularon y permitieron el rearme de Alemania; solaparon el crecimiento vertiginoso de sus fuerzas armadas, e invocaron una pretendida neutralidad frente a las agresiones fascistas a Etiopía en 1935, a la República Española en 1936, a Austria y Checoslovaquia en 1938 y a Polonia en 1939.
Los mexicanos sentimos con especial dolor el crimen que los fascistas cometieron contra la República Española y recordamos el Comité de No Intervención que los gobiernos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos crearon para encubrir su complicidad en el mismo. Aquí, Alemania y sus aliados pusieron a prueba sus nuevas armas y sus métodos de exterminio masivo. La experiencia española se constituyó en la advertencia de lo que sería el orden fascista
en Europa, mientras el indoblegable espíritu de lucha de los pueblos de España y la fraterna solidaridad combativa de los internacionalistas provenientes de todos los rincones de la Tierra alertaron a los fascistas sobre lo que sería la resistencia contra su predominio militar, que finalmente fue contenido a las orillas del Volga en ese crudo invierno de 1943.
¿Qué pretendían los gobiernos de Estados Unidos, Francia e Inglaterra con esta velada complicidad con la Alemania nazi de la preguerra? Se buscaba dirigir la maquinaria bélica alemana hacia el este, hacia la Unión Soviética. Se intentaba realizar lo que no fue posible en los años que siguieron a la Revolución de Octubre de 1917, cuando las potencias imperialistas asediaron a la joven república de los soviets. Asimismo, el anticomunismo y antisovietismo estuvieron presentes a lo largo de toda la contienda armada y fueron el factor subyacente en la singular conducción de las operaciones militares por parte de los aliados occidentales de la coalición antihitleriana. El retraso en la apertura del segundo frente hasta el año de 1944, cuando ya el curso del conflicto se había decidido en el frente soviético, y la sistemática política de las acciones militares pequeñas
, tenían por objeto lograr el desgate y la debacle de la URSS.
Es también significativa la traición nacional de la mayoría de los gobiernos capitalistas de Europa ante la ocupación fascista de sus países. El mariscal Philippe Petain, el colaboracionista jefe de gobierno que entrega Francia a los alemanes, representa cabalmente la política seguida por la mayoría de los gobiernos, que uno a uno fueron sometiéndose dócilmente a los nazis y desempeñando un importante papel en la represión genocida de sus propios pueblos. Por el contrario, durante el inicio y el desarrollo de la ocupación, sectores importantes de las clases trabajadoras conforman los grupos de maquis y resistentes de la lucha antifascista. La participación activa de los pueblos en la resistencia patriótica nacional y el peso descollante de la Unión Soviética en la contienda van cambiando la naturaleza misma de la guerra: de imperialista se trasforma en una guerra popular antifascista, justa y necesaria hasta la capitulación de las potencias del Eje.
Del estudio de las luchas antifascistas en Europa se desprende una verdad histórica también convenientemente olvidada: la presencia sobresaliente de los comunistas en los destacamentos de partisanos y en las células urbanas de la resistencia, efectuando diversas labores político-militares contra los ocupantes alemanes y manteniendo viva la identidad y dignidad nacionales frente a la dominación extranjera. Asimismo, muchos comunistas integraron ese otro ejército de combatientes anónimos que efectuaban inapreciables trabajos de inteligencia en las mismas filas del enemigo; esos cientos de hombres y mujeres que sin ser espías profesionales, les tocó luchar en este singular frente interno
, y fueron en su mayoría brutalmente asesinados por la Gestapo. La excelente obra de Gilles Perrault, La Orquesta Roja, la red de información más importante y eficaz durante la Segunda Guerra Mundial, da cuenta de esta trágica épica de modestos y valerosos revolucionarios antifascistas.
La dictadura mediática televisiva y la industria cinematográfica estadunidense han propalado la especie de que los ejércitos conjuntos británico-estadunidenses fueron la fuerza militar que derrotó a Alemania. La acción bélica que se inicia con el desembarco aliado en Normandía aparece como el acontecimiento más importante de la Segunda Guerra Mundial, intentando con estas manipulaciones ignorar la contribución soviética, al precio de más de 20 millones de muertos. La verdad es que las fuerzas armadas de la URSS enfrentaron a lo largo de la conflagración al grueso del aparato castrense nazifascista, y después de las victorias de Moscú, Stalingrado, Kursk y Leningrado es posible afirmar que Alemania estaba estratégicamente vencida.
Pablo Neruda escribió: Honor a ti por lo que el aire trae/ lo que se ha de cantar y lo cantado/ honor para tus madres y tus hijos/ y tus nietos, Stalingrado
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