El fantasma de la dictadura
Francisco y Sudamérica
Colaboracionismo mexicano
MAM: Izquierda sin dueños
na consecuencia colateral de la elección del argentino Jorge Mario Bergoglio como máximo jefe de la Iglesia vaticana ha sido la actualización de los horrores cometidos por militares de su país natal durante un periodo dictatorial y las relaciones de complicidad establecidas con ellos por diversos factores de poder, entre otros el eclesiástico (circunstancias todas que no permiten caracterizar a la Iglesia ni siquiera como la ONG piadosa
que como destino declinante indeseado apuntó ayer Francisco al promover una mayor proclamación de Cristo por parte de la feligresía adherida al aparato romano).
Esos pasajes represivos, que los modeladores de la conciencia colectiva quisieran borrar o cuando menos dejar perdidos en el pasado, han tenido una viva actualización polémica al revisar el historial de servicio del arzobispo de Buenos Aires que ahora es Sumo Pontífice, pero han llegado a niveles caricaturales grotescos en Córdoba, Argentina, donde los colores blanco y amarillo, correspondientes a la insignia vaticana, han sido utilizados por varios de los imputados en un juicio contra crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar del país sudamericano. Sin reservas, provocadores, burlones, los acusados quisieron así demostrar beneplácito por la elección como jefe de la Iglesia católica romana de un personaje al que sienten cercano, reconfortante.
Tan rápidas implicaciones y complicaciones para un papado naciente están tachando al jesuita Francisco y están imponiendo límites y necesidad de deslindes políticos a alguien que tiene como principales objetivos tratar de reformar a la Iglesia en algunos de sus peores ámbitos (hoy el de la pederastia, pero históricamente el del colaboracionismo con regímenes violadores de derechos humanos y propiciadores de corrupción e injusticia) y mantener y acrecentar el volumen de prosélitos, notablemente afectado por el activismo de credos de otras denominaciones.
Aun cuando algunos despropósitos declarativos han enturbiado esa faceta del análisis (el venezolano Nicolás Maduro pretendiendo adjudicar la elección de Bergoglio a una presunta intercesión del difunto Chávez en el cielo
), la reaparición del factor dictatorial militar permite preguntarse si la intención de los electores del nuevo Papa ha sido la búsqueda de transferir el centro del activismo papal a la región sudamericana que durante largo tiempo, y a contrapelo justamente de aquellas dictaduras, ha instalado en los poderes nacionales a representantes de una izquierda variopinta, uno de cuyos líderes más expansivos y llamativos fue precisamente el fallecido Hugo Chávez.
Colocar la nueva fuerza papal, sabidamente conservadora, denunciada como favorable en su momento a esos militares ahora indefendibles, en el escenario de Latinoamérica, significa la habilitación de un jugador privilegiado para que en una cancha largamente dominada por una corriente contraria puedan encontrar apoyo las fuerzas conservadoras y la fuerza de la figura pontificia, presuntamente sabia y ecuánime, intervenga en contiendas o disputas correspondientes al nuevo campo de batalla.
Por ello es imprescindible que se aclaren los términos específicos de esa relación de Bergoglio con la dictadura militar de su país. Juan Pablo Segundo dedicó buena parte de su energía a combatir las expresiones de izquierda en su país natal y en todos los demás en que le fue posible, y el argentino seguidor del San Lorenzo de Almagro podría estar tentado o programado para cumplir un papel similar en Latinoamérica, específicamente en su segmento sureño. Pero algunos de los propios militares acusados en Argentina de violaciones gravísimas a los derechos humanos y de un ejercicio patólogico del poder le están descalificando de manera radical al asumir su designación papal como algo merecedor de ser compartido públicamente.
No es menor la implicación de la jerarquía católica mexicana en similares actos de barbarie desde el poder. La guerra sucia entablada contra grupos guerrilleros surgidos luego de 1968, contó con la aprobación silenciosa del alto clero nacional, a pesar de las múltiples evidencias de la violación constante de derechos y garantías, aún cuando existían testimonios desgarradores de la violencia brutal ejercida por militares y policías contra opositores que habían optado por el camino de las armas.
Tampoco ha habido una crítica ni deslinde de esos gerentes locales de la franquicia vaticana por las terribles agresiones contra la población civil que se cometieron durante el calderonismo desquiciado y continúan con el peñismo descontrolado. Los jefes mexicanos han callado frente a hechos imperdonables, como el reinado del macielismo, con su orden legionaria convertida durante largo tiempo en ámbito intocable y en fuente de relaciones políticas y sociales de alto nivel. Pero también le deben a la sociedad la toma de postura frente a la masacre cotidiana que se ha vivido desde el calderonismo. Sobran los ejemplos de las brutalidades cometidas contra pobladores inocentes, pero también contra miembros de la delincuencia organizada que deberían recibir en sus derechos fundamentales la defensa valiente de un clero que estuviera del lado de la justicia y la legalidad.
Pasando a otro tema: ha cumplido 100 días Miguel Ángel Mancera en el gobierno capitalino y se han hecho los correspondientes honores a sí mismo. En el Auditorio Nacional, a la hora de los discursos, dijo que busca dejar huella de una izquierda sin dueño
. La referencia trata de salir al paso del hecho de que su administración es sustancialmente una continuación de la de Marcelo Ebrard y, al mismo tiempo, empujar la tesis de que el Distrito Federal no es más un territorio electoralmente muy proclive al lopezobradorismo.
Y, mientras Jesús Zambrano ha asumido la presidencia rotatoria del consejo rector del Pacto por México, ¡feliz fin de semana!
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