Opinión
Ver día anteriorJueves 14 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Viejos tiempos
C

omo se sabe bien, Harold Pinter es una de las figuras máximas del teatro mundial en el siglo pasado e inicios de éste y su figura cobra relevancia no sólo por el premio Nobel que obtuvo con toda justicia en 2005, también por su activismo político en pro de las mejores causas y en contra de las injusticias mundiales. Su obra dramática es difícil, se sustenta en ambigüedades, en general sucede en recintos cerrados que pueden volverse asfixiantes con un peligro que acecha afuera –aunque esto último no se advierte en Viejos tiempos– y una lucha por el poder de algunos de sus personajes. Su manejo del lenguaje es el estrato superior de todos sus textos, con esas famosas largas pausas que sirven para cambiar de tema y también para ocultar las intenciones verdaderas de sus personajes si no es para enmascarar dudas y vacilaciones.

Viejos tiempos –en traducción de Roberto Mata y del director de la escenificación Rubén Szuchmacher– que según afirma este último, supuestamente basándose en algunos otros estudiosos, es un tránsito de lo realista a lo conceptual, también discurre en un espacio cerrado en que se ofrece una lucha por el poder, provista de buenas maneras y tono mesurado, entre Anna y Deley, mientras la pasiva Kate apenas responde. Es usual en el teatro de Pinter marcar a un personaje como fuerte y agresivo y a otro débil y receptor, lo que aquí está ilustrado por Anna como la agresiva y por Kate como la débil, con el añadido de Deley que es otro personaje fuerte aunque aparezca como menos agresivo que Anna. La memoria es tema y arma de control, aunque sea una memoria espúrea, el recuerdo de sucesos inexistentes, lo que no es infrecuente sobre todo en los viejos e incluso tiene un nombre en sicología, pero que Pinter presenta sin intentar sicologismos, al contrario, dentro de ese margen de lo que es verdad o no, que es uno de los distintivos de su dramaturgia.

En principio, se puede ver la obra sin darle otra lectura más que el encuentro de dos antiguas amigas en casa de una de ellas y su marido, pero los tonos, los silencios propiciados por las pausas y la actitud de cada uno hace ver que bajo esta superficie existe la posibilidad de otras lecturas más inquietantes como serían los falsos recuerdos de Anna y posiblemente los de Deley penetrando en la conciencia de Kate. Si se atiende a las palabras del autor escritas en el programa de mano, se infiere que “una cosa (…) puede ser a la vez verdadera y falsa”, lo que es el anteojo tras el que se debe ver el texto y el montaje, aunque pueda resultar muy difícil pero no se trata de un teatro de facilismos.

Alejandro Luna diseñó una escenografía también entre realista y conceptual. Un cuarto con un largo ventanal como abertura que cubre casi todo el largo de la pared frontal, con una puerta a la salida y otra al baño, y con dos canapés blancos tipo camas gemelas –probablemente referencia a los viejos tiempos en que las dos amigas, entonces colegialas, vivieron juntas–, con un sillón también blanco en medio y, en un rincón casi en proscenio, un pequeño estante con adminículos para el té. La iluminación tiene varias fuentes, una de ellas es la que proviene de esa especie de candilejas que rodean el escenario y que el maestro pareció extraer del recuerdo colectivo. El vestuario diseñado por Jerildy Bosch, sin apartarse de lo que se usaba en los años 70 del siglo pasado, exterioriza las características de cada personaje: la locuaz y agresiva Anna usa un colorido jumper con blusa que la destacarían en cualquier parte, mientras que Kate viste con sencillez en tonos pálidos y posteriormente en bata de baño blanca y Deley usa un suéter gris como su pantalón, no porque sea un tipo gris –que lo es un poco– sino más bien conservador, el típico inglés en su casa.

El sentido de los tiempos que tiene Szuchmacher dosifica de manera exacta tanto las palabras como las largas pausas en que las dos actrices y el actor se congelan para rehacerse, como si despertaran, y emitir parlamentos que no son consecuencia de los últimos planteados. El estupendo elenco cuenta con dos actrices de la categoría de Laura Almela co-mo Anna y Rosa María Bianchi como Kate y con el también excelente Arturo Ríos como Deley.