a tarea de gobernar un partido derrotado es ingrata, amarga y, sobre todo, difícil. Miremos al exterior: en Francia, el UMP, o Unión por un Movimiento Popular, partido de Nicolas Sarkozy, después de la derrota entró en una severísima crisis de liderazgo que puso en peligro su existencia misma. Aquí en México basta observar el cansancio en el rostro de Gustavo Madero, a quien le ha tocado lidiar con las tormentas que desató en el interior del PAN la última elección presidencial, para imaginar las dificultades que está enfrentando en defensa de los acuerdos básicos que mantienen unida a la organización. Por ejemplo, muchos atribuyen la debacle en la que se encuentran al intervencionismo de Felipe Calderón; luego, hace unas semanas Roberto Gil dejó ver que todavía no cicatrizan las heridas de la campaña, cuando se enteró de que el partido no había ejercido todo el presupuesto que había sido destinado a la promoción de la candidatura de Josefina Vázquez. No son pocos los que siguen pensando que esa candidatura fue un error, y que Ernesto Cordero habría obtenido mejores resultados. Y muchas otras cuitas hay, personales y mezquinas.
Pero si quisiéramos reducir a una sola las causas de buena parte del descontento y de la incomodidad que experimentan los panistas, creo que podemos referirnos a la creencia bastante generalizada entre ellos de que la derrota fue provocada porque el partido, una vez en el poder, adoptó los peores vicios del PRI: incurrió en prácticas clientelistas, en corrupciones y en lo que consideran desvíos doctrinales. Esto no se sabe muy bien qué significa, porque la referencia a la doctrina del partido se ha convertido en un cliché carente de contenido; sin embargo, adquiere sustancia si la referimos a la política económica de los dos presidentes del PAN, que en este terreno mantuvieron la continuidad con sus predecesores del PRI. Sin embargo, es el motivo de una marcada discrepancia en el interior del PAN, pues mientras una corriente defiende el neoliberalismo, otra se avergüenza de los costos sociales que ha tenido, y reivindica la vuelta a la doctrina social de la Iglesia.
A esa fractura ideológica, que es bastante seria, habría que añadir otro tipo de desacuerdos. Creo que muchos de los problemas que enfrenta en este momento Acción Nacional tienen que ver con los dilemas que se le plantean a cualquier partido que pasa del poder a la oposición. ¿Debe colaborar con el partido en el gobierno, aun cuando con esa estrategia pospone su regreso al poder? ¿O debe bloquear en forma sistemática las acciones gubernamentales, porque así exhibe la incompetencia de sus adversarios y precipita su caída?
Gustavo Madero ha optado por la primera vía: ha mantenido una actitud positiva en la relación con el gobierno priísta: por ejemplo, firmó el Pacto por México que propuso el presidente Peña Nieto, lo que le valió la rechifla de algunos de sus correligionarios. Sin embargo, Madero ha estado actuando conforme a patrones que, yo diría, están en el ADN del PAN, que, ante la disyuntiva de confrontar o cooperar con el presidente de la República, históricamente ha optado por lo segundo, por la simple y sencilla razón de que estamos hablando de un partido conservador, averso al riesgo. Una aversión que mucho benefició a los líderes sindicales. Esa tradición partidista, que no desafiaron ni Clouthier ni Fox, recomienda la cautela sobre todo en circunstancias tan turbulentas como las que atraviesa actualmente Acción Nacional.
Más allá de las luchas intestinas, los panistas tendrían que recordar que en toda democracia la oposición cogobierna. Entre los dirigentes actuales, Madero parece ser el único que tiene clara esta función absolutamente crucial. Lo es tanto que en un país como Gran Bretaña el líder de la oposición recibe un sueldo del Estado. No obstante, entre nosotros la participación de los partidos minoritarios en las tareas de gobierno es, por lo general, vista con desconfianza, como si la colaboración fuera en sí misma una traición a sus principios, y a sus electores. Esta actitud está en la base de una estrategia muy socorrida por la izquierda partidista, que en el Poder Legislativo ha optado preferentemente por ser una minoría de bloqueo. Es decir, ha privilegiado la función opositora.
A ojos de muchos panistas, la estrategia de colaboración de Gustavo Madero no resuelve los dilemas del partido, porque tal vez el PAN perdió la brújula en Los Pinos. Si así fue, entonces habrá que concluir que el poder de la Presidencia de la República fue el tsunami que arrastró a Acción Nacional, y que sus consecuencias fueron mucho más devastadoras para el partido que la derrota de 2012.