na particularidad francesa, practicada por muchos mexicanos, consiste en presentar cualquier asunto bajo forma de polémica. Sobre todo en el microcosmos mediático-político-intelectual, pero también en las discusiones de cafés o cenas mundanas parisienses. Cualquiera que sea la cuestión planteada, se argumenta en pro o en contra. Esto permite dividir la opinión en dos campos y, como el público se place con los combates, de política o de box, aumenta la venta de la prensa y el público de radio y televisión. Todos ganan cuando el debate se vuelve apasionado. La disputa es más espectacular que la reflexión. Matrimonio homosexual, venta libre de armas, vacaciones escolares, tamaño de las banquetas o peso de las top models, no se pide reflexionar, se pregunta si se está en pro o en contra. Cada tema se politiza y facilita aún más la toma de posición sin preguntarse de qué se trata, basta saber si la ley de Newton es de izquierda o es de derecha para decidir, según su ideología, si se la ataca o no.
La última polémica que divide a los franceses es la del destino de Hugo Chávez: apenas fallecido, está más presente que nunca en vida en los medios de comunicación. ¿Por o contra? ¿Dictador o liberador? ¿Caudillo o demócrata? En una especie de proceso teatral, cada partidario litiga en favor de su causa. Dos partidos se enfrentan a golpes… de profesiones de fe. Cada quien expone los hechos que sirven a sus tesis. La derecha: falta de respeto a la Constitución de Venezuela, despilfarro de la riqueza petrolera, alianzas con dictadores, megalomanía bolivariana. La izquierda más izquierdista, representada por el Front de gauche, de Mélanchon: acciones en favor de los pobres, alfabetización, solidaridad con los países en dificultad, resistencia al imperialismo estadunidense. Cada quien expone lo que le conviene con el espíritu partidario característico de todas las polémicas. Como si, al hacer un retrato, el fotógrafo no iluminara más que la mitad de un rostro, decidido a ocultar la otra mitad de la cara. Cierto, un retrato completo de la personalidad de Hugo Chávez rebasaría a un historiador, ya no se diga a un polemista. Más fácil, pues, dejarse caer en la tentación que son los esquemas maniqueos. El eje del bien y del mal tranquiliza las buenas conciencias.
Victorin Lurel, ministro francés encargado de los territorios de ultramar, quien representó a su gobierno en los funerales de Hugo Chávez, llevó la polémica a su paroxismo al declarar: Chávez es De Gaulle más Léon Blum, y el mundo ganaría si tuviese muchos dictadores como él, puesto que se pretende que es un dictador cuando, durante 14 años, respetó los derechos humanos
. Estos propósitos indignaron, desde luego, a los representantes de la derecha francesa, pero también sembraron la confusión en su proprio campo, el cual está muy lejos de adherir a las posiciones del chavismo. Fiel a su tradición, el Partido Socialista francés se halla dividido en tendencias, y hay los pro y los anti Chávez. El presidente François Hollande no desea zanjar, su carácter lo inclina más bien a buscar el consenso, tal como siempre lo hizo cuando fue primer secretario de este partido. Político muy hábil y, sobre todo, muy prudente, logró llegar a la cima del poder al presentar la imagen contraria de su predecesor Nicolas Sarkozy, quien zanjaba cualquier problema con brutalidad. Hollande, presidente normal
, sus adversarios lo califican de blando
. Él sigue la lección de su maestro, François Mitterrand, gran maniobrero de la política. A la manera de Pedro Páramo, quien manda sus hombres a la bola
para conservar haciendas y poder, o como el héroe del Gatopardo cuando dice que es necesario cambiar todo para que nada cambie, los políticos no cesan de hablar del cambio. Las palabras cambian, no las cosas.
De ahí la pregunta que eleva la polémica: ¿sobrevivirá el chavismo a Chávez? En todo caso, con su desaparición entra en la leyenda de quienes ya no pueden morir.