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Los caminos y el hogar
L

a primera vez que escuché el nombre de Bruce Chatwin fue en Oaxaca. Era una fría noche de enero de 1989. Caminábamos por las calles de los alrededores de Santo Domingo buscando el cobijo de una buena mesa cuando Guillermo Bonfil comenzó a contarme las maravillas de Los trazos de la canción. Su deslumbramiento lo conducía a expresarse con inmensa admiración y hasta una especie de asombro. Chatwin había logrado comprender y transmitir, decía Guillermo, la esencia de la vida y la consonancia espiritual de los aborígenes de Australia. Ni siquiera los clásicos de la antropología habían logrado un acercamiento tan profundo. Tenía razón. La literatura es, quizá, el mejor camino para alcanzar el alma de la historia de los hombres.

Nunca supe si el gran maestro de la antropología mexicana, casi olvidado hoy, sabía que Bruce Chatwin acababa de morir por esos días en que conversaba con los ojos iluminados sobre el último de los viajeros legendarios del siglo XX. Quizá sí. Guillermo Bonfil murió dos años después de aquella conversación y tuvo que pasar poco más de un lustro para que yo pudiera tener en mis manos, en 1996, un libro de Chatwin. Desde entonces, siempre mantengo uno cerca de mí.

En la Patagonia es un libro pleno de fulgor. Seduce desde sus primeras páginas. Es a un mismo tiempo un libro de memorias, de crónica, de historia, de ficción, de leyendas de pueblo, de geografía, de imaginación, de viaje. Es, en suma, un libro de gran literatura. Perdido como estaba el autor siendo un joven prodigio, especie de crítico historiador del arte autodidacta en Sotheby’s, especialista en arte antiguo, nómada viajero movido por una curiosidad universal, y columnista después de The Sunday Times, escribió de repente a los suyos, sin más, en 1976: Me fui a la Patagonia.

En su viaje y en su libro buscaba colmar su nostalgia del espacio para tratar de explorarse en ellos y encontrar los sueños de la conciliación. A cada paso y a cada mirada intentó desentrañar los símbolos que le permitieran alcanzar ese sueño, imposible casi en alguien tan singular como era él. Nómada del alma, alcanzó a crear una literatura que se alimenta de todos los estímulos, los convierte en erudición sobre las cosas más simples, y con base en una aguda observación nos hace ver todo el cúmulo de espíritu que existe en las texturas del paisaje, en las capas de los objetos, en el volumen de los recuerdos, en el tejido de las palabras. En la Patagonia, su primer libro, Bruce Chatwin traza los rumbos de una escritura que busca lo universal en las cosas pequeñas del mundo.

Por eso es tan grande Los trazos de la canción, el libro que muchos consideran su obra maestra. En sus páginas explica cómo los signos de identificación de la cultura aborigen de Australia tienen su raíz en las canciones que los rasgos del paisaje cantan en el inmenso territorio simbólico que le da raíz al espíritu común. Los hombres y mujeres originarios viven en un peregrinar constante mientras buscan conocer, caminando, la partitura que la historia de su pueblo ha escrito en el espacio.

Mario Vargas Llosa –autor del que Chatwin, en agosto de 1983, mandó pedir desde Australia La guerra del fin del mundo– lo cuenta así ante las dudas que despertaba esta explicación simbólica: “Y, después de todo, ¿por qué no? Por qué no diría la verdad Bruce Chatwin (…) y todos quienes aseguran que (…) los aborígenes nacen de la música, porque la música es, o fue y sigue siendo para los que sobreviven (…) su elemento natural, el medio ambiente físico y espiritual que todo lo modela, orienta y organiza. Esas cosas no hay manera de probarlas, desde luego. Esas cosas se creen o se descreen. Pero cuando son creídas, porque ayudan a la gente a entenderse mejor y a sentirse más seguras de lo que hacen y de lo que son, entonces pasan a ser ciertas de la misma manera que lo son las aventuras del Ulises o del Amadis”.

¿Qué hago yo aquí? se interpela Chatwin como hizo Arthur Rimbaud en una carta a su familia escrita desde Etiopía. Así está expresada la pregunta que mueve a este inmensamente curioso espíritu del mundo en una de las legendarias libretas de apuntes de Los trazos de la canción, donde también está inscrita la frase de Pascal, nuestra naturaleza reside en el movimiento; la calma completa es la muerte.

Bruce Chatwin creó una obra central para entender los símbolos y los intersticios del universo. Murió joven, escribió como vivió. Acelerado, a la vuelta de poco más de una década, entre 1977 y 1989 publicó En la Patagonia, El virrey de Ouidah, Colina negra, Los trazos de la canción, Utz, ¿Qué hago yo aquí? y en 1997 se publicó su recopilación de textos Anatomía de la inquietud.

Gracias a Elizabeth Chatwin, su viuda, a su amigo y biógrafo Nicholas Shakespeare y a la Editorial Sexto Piso, hoy contamos en español con Bajo el sol: las cartas de Bruce Chatwin, generosa selección del acervo epistolar que en postales, papelería de hoteles y hojas sueltas escribió desde todos los confines del mundo.

Es un mapa de navegación para conocer los alumbramientos y desasosiegos que desde los caminos, la vida y la obra de Bruce Chatwin provocaba: la agitación eterna de las olas. O si lo decimos en palabras del poeta Matthew Prior citadas en las páginas de este libro de correspondencia que ilumina: Por muchas bellezas que haya encontrado en el camino/ sólo han sido visitas: mi hogar eres tú. Sí, la sensibilidad de Bruce Chatwin unió, en uno solo, lo imposible, los caminos y el hogar de las palabras.

Twitter: cesar_moheno