Rodolfo Gaona XI
al y como lo escribimos, un amigo de Gaona le comentó de la mala suerte que proyectaba
su apoderado, Juan Cabello y, como añadidura
, recordó lo del traje negro y oro y decidió cortar por lo sano.
Aquella temporada que tan bien comenzó terminó mal y tan así las cosas, que no faltó publicación española que le sugiriera el retiro.
El Califa de León nombró a don Manuel Rodríguez Vázquez como su nuevo apoderado, decidido a recuperar lo que había perdido en 1912 y, sí, todo le fue mucho mejor, sumando 44 festejos en Europa y nueve en plazas mexicanas.
Un muy buen total.
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1913.
Bien se le dieron las cosas al compatriota, que dejó un estupendo sabor de boca
en la península y cabe citar que fue en ese año que recibió la alternativa Juan Belmonte, quien dividió la fiesta de los toros en dos: antes y después de él.
Belmonte, conocido ya como El Pasmo de Triana, y Vicente Pastor vinieron con don Rodolfo a probar fortuna en cosos mexicanos y, a las primeras de cambio, el compatriota las pasó más que negras, al vérselas, igual que Pastor, con toros de La Laguna, con mucho poder y que sabían para qué tenían los pitones. El primero de la tarde cogió a Pastor, así que el de León tuvo que cargar con todo el encierro y, por más que se esforzó, el público estuvo de uñas con él y aquello finalizó en medio de fenomenal bronca.
A punto del adiós…
Dolido, se marchó Gaona a León, decidido a dejar de torear, pero dos de sus amigos emprendieron el viaje a su terruño y lograron convencerlo de olvidarse de ese precipitado retiro.
1914.
Ese año, de enero a marzo, toreó 20 corridas entre la capital y los estados, alcanzado sonados triunfos en casi todas ellas y en los cosos hispanos sumó 56.
Comenzó el 12 de abril, en Sevilla, con Vázquez II y Belmonte, y, a continuación, debido a sus repetidos éxitos, toreó casi todos los festejos de la feria de abril, alternando con El Gallo, Gallito y Juan Belmonte.
De nuevo, en la cúspide.
Y vino la confirmación de sus triunfos; fue el 23 de agosto, en San Sebastián, con Rafael El Gallo y Freg, para vérselas con un imponente encierro de Miura. El Gallo, a su primero, le dio dos o tres trapazos y, de inmediato, se tiró a la arena, donde se salvó de ser cornado, pero no quiso saber más y se metió a la enfermería. A Freg un miureño lo prendió por una pierna destrozándole la taleguilla y también se llevó lo suyo el leonés y, fue un milagro que ese astado le perdonara la vida.
Furioso, se levantó Gaona, se impuso a la fiera con una gran faena y, como suele suceder, un imbécil de tantos, le gritó: ¡A ese hay que cogerle los pitones! El de Miura se le fue encima al sentirlo cerca, prendiéndolo por la chaquetilla primero y echándoselo al lomo después y, al incorporarse, Gaona lo fulminó con estocada hasta la empuñadura, con lo que volvió a encumbrarse como amo y señor de aquella plaza y de aquella afición.
Ese año de 1914, Joselito y Belmonte arrasaban con todo y con todos, y como a Gaona también lo aplaudían, aunque menos que aquellos dos, recordó lo que le habían aconsejado tiempo atrás y diose a los agarramientos de pitones, a los molinetes y a los muletazos cerca del estribo, que eran la moda
en aquellos días.
¡Pá todos tuvo!
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Y vinieron los celos.
Después de aquella corrida en San Sebastián, en la que Rafael El Gallo se espantó con los de Miura, volvieron los dos a la misma plaza para vérselas con toros de Murube, siendo Freg el tercer espada.
Al terminar el paseo, el público ovacionó a Gaona estruendosamente, en tanto que a Rafael le chillaron ruidosamente y de ahí la emprendió Gallito contra el leonés, afirmando que había pagado gente para que se metieran con su hermano y fue ese el pretexto para el inicio de las hostilidades entre los dos.
Tiempo después, cuando amigos mutuos buscaron un acercamiento, Gallito le dijo que haber enviado reventadores
a San Sebastián no se podía olvidar.
Gaona le respondió que se dejara ya de cuentos e historias y que era el toro el que ponía a cada quien en su lugar y que él no se ocupaba de mandar gente a chillarle a ningún torero, y que si había quienes así lo hicieran, él no era de esa clase.
Y vino la guerra.
(AAB)