ugo Chávez era, con mucho, incluso con sus errores y carencias tan grandes como su figura histórica, el más radical y firme de todos los llamados gobiernos progresistas
de América Latina y de todos los políticos de dicho sector en nuestro continente. Era capaz de evolucionar, de sentir la influencia popular, de responder a las adversidades con lucha y tenacidad y, aunque se apoyaba en un aparato –en especial, en las fuerzas armadas–, no dependía del mismo ni para llevar a cabo la política que se trazaba ni para hacer política. En un continente de caudillos, y siendo él mismo un caudillo que medía todo con referencia a su persona y veía la organización de los trabajadores como emanación propia (por eso decía que los sindicatos son contrarrevolucionarios
), no era sólo un caudillo.
A diferencia de Rafael Correa, Cristina Fernández, Dilma Rousseff o José Mujica, Chávez era anticapitalista e intentaba, desde el poder, producir –y controlar– un todavía vago poder popular
(que las fuerzas armadas y el aparato se encargaban de asfixiar). A diferencia de Evo Morales, no era un edificador de un Estado capitalista más moderno, desarrollista y extractivista pues, aunque aplicaba una política en la que todo sigue basado en la exportación de petróleo a Estados Unidos y aunque promovía la industrialización, buscaba a tientas y sin todavía lograr mucho un Estado no capitalista, estructurado sobre bases más democráticas, que él denominaba vagamente socialismo del siglo XXI
, y que se diferenciaba del neodesarrollismo y a la vez del sistema burocrático soviético, cubano, chino, vietnamita. Por eso su desaparición se hará sentir no sólo en Venezuela sino también en toda América Latina y, en particular, en las organizaciones que él impulsó.
El Mercosur, semifrenado por los intereses rivales de un gran país –Brasil– que ve a otro mucho más débil –Argentina– como mercado y no como socio, y también por los esfuerzos vanos de Buenos Aires por contrarrestarlo, podría salir de ese empantanamiento si Venezuela, con sus excedentes petroleros, desempeñase en su seno un papel importante, a pesar de la reticencia brasileña ante el proyecto chavista de BancoSur que Brasilia ve como competidor de su propio Banco de Desarrollo.
Si para afianzarse en el poder el nuevo grupo, que depende del chavismo nacionalista y conservador de las fuerzas armadas, optase por reforzar el clientelismo y la dependencia total de la renta petrolera (que son lastres de la economía venezolana que Chávez combatía) para hacer una política de subsidios, asistencialismo e importaciones indiscriminadas, es posible que ese sector logre mantener una popularidad que Chávez buscaba, en cambio, en medidas renovadoras, pero fortalecerá la boliburguesía y la corrupción y pondrá sordina a los esfuerzos integradores en el plano latinoamericano.
Ese peligro amenaza también al Alba, a las relaciones con los países caribeños, al apoyo a Cuba para que tenga combustible más barato y pueda comprar alimentos. Sobre todo porque en el Alba ningún país está en condiciones de remplazar a Venezuela en su papel de locomotora y ningún líder político tiene la talla o el prestigio necesarios para sustituir a Chávez como animador político de esa organización.
Lo mismo sucede con la Unasur, que se basa en el trío Brasil-Argentina-Venezuela y que si pierde una de las patas del trípode se reduciría casi a acuerdos bilaterales. En dicho grupo, Rafael Correa, y sobre todo Dilma Rousseff, son los que desde el punto de vista político están más firmes en el poder. Pero el primero tiene una economía muy débil y, además, dolarizada, y la segunda depende demasiado de una burguesía muy fuerte a la que satisface continuamente (lo cual hace que algunos hablen, tontamente, de subimperialismo brasileño, a pesar de que Brasil tiene roces constantes con Washington para preservar, justamente, su propio margen de acción capitalista).
En cuanto a Cristina Fernández, muy probablemente no podrá lograr la modificación de la Constitución que le autorice un tercer mandato consecutivo. Su gobierno parece ya un pato rengo y un posible sucesor surgido de la tribu que por ahora la reconoce como caudillo en versión femenina, muy probablemente será más derechista que ella. Además, con un gobierno paraguayo de derecha pero constitucional y, por lo tanto, readmitido en la organización; Chile, en crisis política pero sin grandes cambios, y con una crisis política en Colombia que dificulta al presidente Juan Manuel Santos, que apostó a la distensión con Venezuela, en su combate contra el regreso del ultrarreaccionario Álvaro Uribe, el panorama de la Unasur cambiará mucho con respecto al imperante cuando Chávez era una fuerza impulsora.
Todo depende pues, en muy gran medida, del desenlace del postchavismo oficial en Venezuela y, sobre todo, de la reacción popular para defender palmo a palmo las conquistas y la participación de los trabajadores y los pobres y crear y ampliar el llamado poder popular, dándole fuerza e ideas a la autogestión, a la lucha por la unidad sindical, a la organización de comunas que administren el territorio y le quiten así base a la derecha oligárquica y proimperialista, que ahora está calma porque teme despertar una ola hostil, pero reaparecerá a la luz, y a los sectores verticalistas y burocráticos del chavismo oficial que buscarán hacerle concesiones a esa derecha y a la boliburguesía.
Lo mejor del legado de Chávez –osar, insubordinarse–, pasado el momento de gran duelo, estará al orden del día, así como una discusión-balance sobre lo que hay que cambiar y sobre cuál debe ser la estrategia para el futuro próximo. Sólo la preparación de las bases del socialismo podrá mantener la independencia nacional y los progresos materiales realizados en tiempos de Hugo Chávez.