ste título, aplicable a tantos hechos, corresponde en esta nota a la exposición que se exhibe temporalmente, con cuidadísima museografía, en la Casa Azul de Coyoacán (Museo Frida Kahlo desde 1958), que luce ahora fresca y rehabilitada.
La muestra temporal reúne además de vestuario de Frida, muy recuperado y restaurado, ejemplares de prendas contemporáneas que algunos diseñadores le han dedicado como homenaje, situación que en su vida tiene antecedente importante en el diseño que le dedicó Elsa Schiaparelli, que hasta donde sé todavía no se ha encontrado.
Entre los diseñadores actuales están Jean Paul Gaultier y Ricardo Tisci para la casa Givenchi. Frida posó también para Vogue, situación que no vio contradictoria respecto de su fe comunista.
En el trayecto que se realiza antes de llegar a la observación de estas creaciones actuales, cuyo uso es exclusivamente museístico o de colección, el visitante se encuentra al inicio con un aparador cerrado con cristales en el que se exhiben los corsés de diferente índole, soportes para la espalda y la prótesis de la pierna derecha que se ajustaba al muslo por medio de sostenes y correas, rematada con la bota roja de tacón puente y bordados chinos, y a eso sigue el exhibidor que deja ver nueve maniquíes tipo De Chirico –sin cara, pero con tocado– que endosan sus atuendos con sesgo regional sin que todos correspondan a Tehuantepec, porque muy probablemente fueron mandados confeccionar por ella misma con sus propios diseños que ostentan modificaciones y variantes de su propia creación, desde los más sencillos hasta los fastuosos.
Por asociación, quien observa la muestra se remite al famoso libro de Lipovetsky, El imperio de lo efímero, debido a una situación que desdice el término efímero
, pues contrapone este aspecto de la construcción identitaria de Frida, sea o no verídico que le fue inculcado por Diego Rivera. Hay que tomar en cuenta que su madre, Matilde Cabrera, también posó de niña en traje de tehuana.
De hecho, Frida tuvo el poder de interrumpir a su arbitrio la continuidad de los usos vestuarios de su época, sin las señalizaciones de rivalidad de clase
que la hubieran asignado a la moda modernista de Occidente. Eso es aparente, porque viéndolo objetivamente sí las hay, al examinar la variedad de telas, encajes y diseños que muy probablemente no corresponda con lo propio de las usuarias originales.
Es un vestuario entre campirano y étnico de gran belleza además de ser acorde con la condición física de Frida. En ocasiones especiales ella se engalanó con atuendo de gala formal
, de procedencia neoyorquina, pero tal cosa no se encuentra ilustrada. Logró imponer su moda regional que alcanzó muchas imitaciones.
El recinto donde se lleva a cabo esta muestra es totalmente oscuro, sólo iluminado por los aparadores, algunos rectos, otros esquinados, en los que se exhiben las prendas, y en el último tramo, las joyas, algunas impresionantes, como los torzones de oro o los collares de piedras originales de tónica prehispánica que admiramos en sus autorretratos. Frente a los aparadores-vitrina se muestran fotografías, algunas muy conocidas, otras inéditas.
El ambiente crea presencias ilusorias debido a los reflejos que producen los maniquíes sobre los cristales que protegen las obras del muro opuesto, creándose así la ilusión fantasmática de su presencia.
En las obras de los diseñadores hay variedad, pero todas sin excepción aluden a los corsetes, sostentes, placas, tiras de piel muy trabajadas sobre lo que es el cuerpo del vestido. Hay uno que posee cierta tónica sado-masoquista, que cubre toda la figura pero dejando al descubierto la vulnerabilidad de los senos. En otro, de gran elegancia, se admira una chaqueta que parece estar hecha de plumas de seda rosada, con aspecto líquido. Se abre por enfrente dejando ver un torso de encaje cuyo bordado veneciano simula las vértebras, otro más parece replicar su pintura titulada La columna rota.
El conjunto depara un rubro cerrado de posibilidades, algunas ostentan simulacros acolchados de vendajes de hospital. Todas son bellas, e igualmente todas, sin excepción, aluden al dolor y al menoscabo físico.
La curadora de la muestra es Circe Henestrosa. El público que asiste, numeroso en día hábil, se triplica o cuadriplica los fines de semana. Sea ella mítica o santa laica, los diseñadores y la museografía hacen prevalecer en su figura un arquetipo adaptable a cualquier circunstancia, convirtiéndola, mediante artificio, en presencia irrevocable.
El visitante puede disfrutar la exposición como espectáculo, pero si desea conocer a fondo los pormenores de lo que se exhibe, las cédulas proporcionan abundante información, incluso técnica; por ejemplo: hay un botín (en la sección homenaje de diseñadores) de seda tussah, que remite al botín original mediante la inclusión de los bordados chinos con aplicaciones de chaquira, en la sección que se denomina la randa
del calzado.
Por cierto, se exhiben también unas hormas de madera que dan cuenta del tamaño y la forma de sus pies. A la postre la visita resulta algo escalofriante, pero allí está parte de la fascinación que provoca.