l Cisen es una institución del Estado mexicano, diseñado para prevenir los riesgos estratégicos a la seguridad nacional, para mejor manejarlos y, de concretarse, para paliar sus efectos. Anticipar es su meta; lo debe lograr obteniendo, procesando y ofreciendo a la Presidencia de la República información confiable para la toma de decisiones de alto valor para política nacional trascendente, la que obtiene mediante sí mismo y con la aportación de información de todas las fuentes que forman el Consejo de Seguridad Nacional. La información se convierte en inteligencia al lograr las características de ser veraz, precisa y oportuna y el Cisen hace la integración y prepara la agenda para la apreciación presidencial.
Esta es, a la letra, la verdad de ayer. El Cisen cargaba eficientemente con el fardo del trabajo trascendente, el estratégico y las otras agencias escasamente cooperaban y sí aprovechaban lo obtenido. Ese llegó a ser el estatus. No se alcanzó por falta de coordinación presidencial, el que cada institución asumiera su propio papel de coadyuvante en la inteligencia, la que satisficiera específicamente las necesidades presidenciales. Se permitió la visión egoísta, sectaria y chismosa por parte de Calderón.
La inteligencia estratégica, mirada con esa dimensión, se limitó a un diálogo bastante pobre Presidencia/Cisen con todos los celos de Gobernación y la antipatía del resto de agencias de gobierno. Sin embargo, y quizá por esto mismo, el Cisen se consolidaba, avanzaba en su profesionalización, en su tecnificación y siempre con las miras garantes de que su futuro estaba en sostener una visión de eficiencia, legalidad y democracia.
La actuación del centro mismo nunca fue de materia o semejanza policiaca; eso murió con la DFS. Abandonó también, y esto es poco más o menos que memorable, el servir al gobierno en el partido con una exclusividad antidemocrática, para depurar el servir a los altos intereses nacionales. Lenta pero firmemente dejó atrás aquella visión tan equivocada y se impuso el cumplir su mandato estratégico al servicio de los más valiosos haberes nacionales. Que quede claro lo que el centro no debe ser: una policía de ningún tipo. El equivocarse, como está sucediendo, no sólo es una vuelta atrás de treinta años, sino poner en riesgo la democracia nacional, tan endeble, que se ha logrado. Es la destrucción de las instituciones.
El Cisen no tuvo facultad operativa alguna; a sus miembros les estaba prohibida la portación de armas y charolas
. Hasta antier todos los miembros, salvo el personal administrativo, tenían títulos profesionales; son universitarios o pasantes. Existieron doctores y hay muchos maestros y todos tienen licenciaturas.
Su concepción fue legítima porque aspiraba a servir a lo más alto del interés nacional. Fue legal y democrática porque sus actos confidenciales eran calificados por un juez federal y su conducta vigilada por una comisión del Congreso de la Unión. Hoy es una agencia de colocaciones de gran dinamismo.
Hoy las cosas marchan para atrás a velocidades vertiginosas. Los ofrecimientos de empleo de la campaña se exigen, negocian y cumplen desde su sede en Contreras. Para dar el golpe final en esta dadivosa tarea se esperan los nombramientos de unos 30 delegados de secretarías federales al menos por estado, todos con claras consignas políticas. Así de rudo. El Cisen se está convirtiendo en un instrumento político electoral en favor de los intereses del gobierno en turno. Se ha convertido en un nido acogedor de cuates y paisanos, es mérito el sólo serlo.
El Cisen fue y debió ser una de las instituciones más respetables del Estado y eso con mucho era una tarea presidencial que partía de respetar su misión trascendente. Su valor estratégico hoy está desestimado. Se le ve exclusivamente como un instrumento poderoso que puede ayudar a inclinar la balanza en las elecciones. Resulta que el aprendiz de brujo se encontró con la vara mágica.
En sus filas sobrevive la inteligencia y el profesionalismo, a menos que, como está sucediendo hoy en el interior, haya una gran lucha de los advenedizos impreparados, codiciosamente en pos de los puestos relevantes. Pero sobre todo la nueva consigna: ¡Vamos a ganar las elecciones!