Soberbio ridículo del juez de plaza en la última corrida de la temporada
Talavante, obligado a devolver mexhincado rabo
Hermoso impone su agandaye de llenaplazas
Lunes 18 de febrero de 2013, p. a43
Cuando la autorregulación empresarial pierde el decoro y la autoridad los papeles, no hay poder humano que recupere los mínimos de racionalidad que requiere todo negocio para darle sentido y servicio a sus propuestas. Si el interés por la fiesta de toros en México lo redujeron a dos o tres apellidos importados, entonces basta con anunciar a uno de estos para asegurar la entrada más una terna sacada de la manga. No te vayas, lector.
En la última corrida de la temporada 2012-2013 en la Plaza México hicieron el paseíllo el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, en su única comparecencia en el serial, y los matadores de a pie Fermín Spínola (35 años de edad, 12 de alternativa y 24 corridas toreadas el año pasado en México y tres en España), Alejandro Talavante (25 años, seis de matador y, ojo, 74 tardes en 2012 entre ambos países) y Víctor Mora (23, seis y sólo siete corridas el año anterior) para lidiar un encierro de… ¡seis ganaderías seis!, no en concurso ni como limpia de corrales, sino como otra ocurrencia más del incorregible Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje (Cecetla, no olvidar estas siglas), sobre todo para intuir y respetar las expectativas del público que, noblote y deformado, llenó tres cuartos del aforo del coso.
El espigado Spínola se las vio primero con uno de Marrón que, para no desentonar del comportamiento del grueso de los astados en la temporada, apenas si fue al caballo. Luego de parones y lances, por fin se acordó el torero de las verónicas e instrumentó tres con sabor. Cubrió con lucimiento el tercio de banderillas y logró tandas aisladas ante otra embestida pasadora. Mató de pinchazo y tres cuartos.
Con su segundo, de San Diego de los Padres, tras una vara sin empujar, Fermín quitó por gaoneras de mano alta y volvió a lucirse con los palos, sobre todo en el primer par, cuando el toro se arrancó con fuerza de tercio a tercio, burló la embestida y dejó un par al quiebro en todo lo alto, en la mejor tradición rehiletera de México. Inició con riñonudos derechazos de rodillas en los medios y si bien ambos acabaron soseando, incluso con muletazos de tres vueltas enteras a falta de bravura y temple, como matara al primer viaje, recibió una oreja.
Talavante enfrentó primero a uno de Campo Hermoso que desmontó antes que por su bravura por la debilidad del jamelgo. Hubo tandas lucidas por ambos lados en una inventiva sin embestida y tras dejar media estocada demasiado trasera vino el numerito del juez Jesús Morales, otrora magnífico peón de brega y seguro banderillero, quien primero soltó dos orejas sin que nadie las pidiera y no contento regaló el rabo, que el diestro badajocense devolvió ante la sonora rechifla. Con su segundo de Barralva, que acabó soseando, más detalles creativos sustentados en el oficio, pinchazo y estocada.
Víctor Mora fue incluido en el cartel por influyentes razones, sólo para corroborar sus buenas maneras, medio aprovechar su lote y reiterar que los toreros se hacen toreando, no en las antesalas de las empresas.
Hermoso de Mendoza, con su entendida y bella cuadra y la maestría alcanzada en 23 años de alternativa, enfrentó a dos nobles y perseguidores toros de Los Encinos. Tras haber pinchado a su primero recibió bondadosa oreja pero como se encaró con el juez Morales consiguió de éste, no del público, otra más. A su segundo, que brindó a Carlos Slim, al igual que Víctor Mora, también lo templó al hilo de las tablas, ejecutó rehiletes en la cara del toro y lo mató de mala manera. Un final a la altura de… la fiesta que podemos, no obstante los autorregulados y los taurinos de Forbes.