l debate que suscita La noche más oscura (Zero Dark Thirty), de Kathryn Bigelow (Zona de miedo), se relaciona con el tema de la tortura y la posible legitimación de su empleo cuando sirve para obtener una información tendiente a evitar daños mucho más grandes. El símbolo más conspicuo de dichos daños es la catástrofe del 11 de septiembre de 2001, exitoso atentado terrorista que cobró miles de muertos en un país que hasta entonces parecía blindado frente a cualquier ataque externo. Perseguir enérgicamente a los terroristas de Al Qaeda, utilizar contra ellos toda estrategia al alcance, incluida la tortura, se volvió parte de una cruzada nacional, criticada por algunos, los menos; aceptada por la mayoría de los estadunidenses.
La película de Bigelow inicia elocuentemente con el clima de estupefacción y espanto colectivo vivido durante el ataque al World Trade Center, para luego dar paso a la crónica puntual de la ubicación, asedio y ejecución final de Osama Bin Laden, 10 años después, el 1º de mayo de 2011, al cabo de una larga y frustrante cacería.
Lo interesante en La noche más oscura es la manera en que, aún desprovisto de buena parte del contexto histórico que explicaría la severidad de las estrategias planeadas por la CIA e instrumentadas por sus agentes en los centros de detención de terroristas supuestos o reales, el guión de Boal alude a la revancha moral de una nación agredida y humillada, y a su voluntad de infligir a los enemigos declarados una represalia (retaliation) equiparable al mismo daño infligido. La película de Bigelow es, y esto la diferencia sustancialmente de Argo, la cinta de Ben Affleck con tema parecido, una reflexión sobre las humillaciones y los miedos colectivos, y la irracionalidad de superarlos o de ajustar cuentas pendientes mediante métodos tan siniestros como la tortura.
En Argo es importante y muy oportuna la referencia documental al malestar generalizado, vuelto odio visceral, de la población iraní contra un gobierno estadunidense que protegió y dio asilo a un dictador que impunemente practicó la tortura contra la disidencia. Ese contexto enriquece la crónica del rescate de los diplomáticos secuestrados en la embajada suiza de Teherán.
En La noche más oscura asistimos a otro tipo de respuesta no menos visceral. A los agravios y acciones criminales, a la humillación colectiva vivida el 11 de septiembre, se responde con la sistematización de un procedimiento que consiste en degradar a los prisioneros, negándoles toda humanidad (en Guantánamo, Abu Ghraib o Afganistán), sabiendo que la información extraída mediante la tortura es poco confiable y autoriza excesos a todas luces condenables. El reproche que algunos diputados estadunidenses hacen hoy a la cinta de Bigelow es precisamente el haber alterado los hechos para incrementar el dramatismo del relato, pues la captura de Bin Laden no fue facilitada por la tortura, sino más bien el producto de una estrategia de inteligencia que en lo sustancial pudo haber prescindido de ella.
Queda pues una cinta de acción que juzga innecesario o estorboso para su dinámica narrativa brindar contextos históricos más sólidos, que exhibe la tortura sin pronunciarse jamás sobre su inmoralidad básica y su inutilidad final, que construye un personaje femenino del que se ignora absolutamente todo, excepto su vigoroso empeño por cumplir la misión encomendada (encontrar y eliminar a Bin Laden), venciendo la ineficacia, pusilanimidad o prudencia de sus superiores o colegas, como tantos héroes masculinos lo han hecho antes en el cine de acción estadunidense.
Jessica Chastain está impecable en su papel de Maya, la testaruda agente de la CIA obsesionada por una represalia que juzga indispensable, y a quien rápidamente se ve transitar de la primera compasión por un hombre torturado a la rigidez moral que no admite contemplaciones (Salvarte es responsabilidad tuya
, es el único consuelo que acierta a brindar a una víctima del maltrato).
En el brumoso territorio en el que se confunden la indignación moral por las atrocidades de la tortura y el elogio apenas disimulado de aquellas acciones heroicas que la vuelven necesaria, cabe reconocer el talento y tenacidad de una directora que sabe siempre filmar con eficacia (cámara en mano, edición acelerada, filtros de visión nocturna que incrementan el realismo en las escenas de asalto), que logra actualizar y refrendar a su manera el legado hormonal de un don Siegel, un Sidney Lumet o un Clint Eastwood, sin crear viragos demoledoras al estilo de Uma Thurman (Kill Bill) o Angelina Jolie (Lara Croft), y también explorar, como pocos realizadores estadounidenses, esas oscuras zonas de miedo colectivo que conducen a intervenciones bélicas o a masacres escolares finalmente consentidas por buena parte de la gran mayoría silenciosa.
Twitter: @CarlosBonfil1