l sábado pasado, Nona y yo fuimos invitados por Graciela Bensusán y Ricardo Valero a una muy grata comida en su precioso y algo lejano departamento, en el sur de la ciudad, por los rumbos de los hospitales y no lejos de la UNAM. Asistieron también Carlos de Buen y Alejandra y Arturo Alcalde y Bertha Luján, su esposa. Nosotros les llevamos un libro de recetas y dibujos; las primeras escritas por Nona y los dibujos de mi autoría que Jorge nuestro hijo convirtió en un libro atractivo. A cambio, Ricardo y Graciela nos obsequiaron otro, de Carlos Fuentes, intitulado Personas, que yo no conocía. Ya lo conozco. Admirador de Carlos desde siempre, he disfrutado de esta nueva y lamentablemente última obra y en mis lecturas nocturnas he leído las entrevistas y referencias que hace de personajes inolvidables.
Carlos era un poco más joven que yo, tres o cuatro años, pero nos tocó estar en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, por lo menos en dos o tres años comunes. Por eso mismo he disfrutado más su lectura, ya que trata de mis maestros: Mario de la Cueva y Manuel Pedroso, y menciona otros personajes inolvidables como Mitterrand, Luis Buñuel, Pablo Neruda y Lázaro Cárdenas, entre otros, que justifican su repaso por la historia reciente que es una historia común.
Desde hace muchos años leo a Carlos Fuentes y siempre me ha gustado su estilo que hace gozar al lector porque no le plantea problemas. Lo conocí personalmente, pero lamentablemente no tuvimos mayor trato. No obstante, nuestro conocimiento cercano de personas comunes a los dos hace más atractiva su lectura.
Menciona ampliamente a don Manuel Pedroso, quien fue mi maestro en teoría del Estado y de quien Carlos fue discípulo consentido. Cita a otros catedráticos españoles que se incorporaron a la Facultad de Derecho con motivo del exilio republicano, como Luis Recasens Siches, Niceto Alcalá Zamora y Mariano Ruiz Funes, todos ellos maestros míos también, y de paso me cita a mí, aunque queriendo citar a mi padre Demófilo de Buen, cuyo nombre no recordó.
Lo grato del libro de Carlos, que hoy por la noche terminaré de leer, es su manera de explicar, cómo no teniendo importancia acontecimientos fundamentales de la historia moderna que le tocó vivir dentro y fuera de México. Me emocionó leer las referencias al doctor Ignacio Chávez, un mexicano verdaderamente excepcional y rector inolvidable de la UNAM. Hoy podré concluir la lectura con la entrevista a Lázaro Cárdenas quien como todos los que he citado, pero quizá por razones de mayor importancia, es un protagonista de mi vida.
Durante la comida, Arturo Alcalde me preguntó si ya me había inscrito en el nuevo partido de la izquierda, Morena. Le dije que no y le sorprendió quizá no tanto cuando le expliqué las razones que están, nada menos, que en la Constitución. Por su culpa yo soy un mexicano de segunda, particularmente en materia política, ya que me está vedado el acceso a puestos políticos o de administración importantes. La Constitución exige ser mexicano por nacimiento de manera abrumadora, sobre todo para esos puestos, lo cual me parece una verdadera tontería, porque limita la vida política de los naturalizados.
Yo podría invocar, pero no sirve, mi excepción, que hice el servicio militar en filas, concretamente en el Batallón de Transmisiones, tercera compañía divisionaria y ascendí, sin mayores títulos ni esfuerzos, sólo por mis antecedentes académicos, a cabo operador de tercera, aunque nunca me pude aprender el alfabeto Morse. Aquél 1944 ha sido uno de los más felices de mi vida. Aún era español y no tenía obligación alguna de ser conscripto, pero sí un deber moral. En el fondo así me hice mexicano por inmersión.
Quizás la explicación es clara. El doctor Juan Negrín, último presidente del gobierno republicano, dijo que los españoles nos deberíamos incorporar a cualquier ejército que peleara contra los nazis y fascistas. A mí me pareció bien, aunque nunca me tocó esa pelea. En España sí, de manera pasiva. En México fue sólo como una posibilidad.