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No Sólo de Pan...

De patrimonios y sustento

C

omo explica, con otras palabras, Gilberto López y Rivas en La minería y la defensa integral del patrimonio (La Jornada, 8-2-13), el patrimonio de un pueblo debe ser contemplado y preservado de manera integral y no en fragmentos de piedras históricas o aisladas manifestaciones culturales. Retomamos este tema por ser de vital importancia para la humanidad, pues a partir de 2003, cuando la Organización de las Naciones Unidas, para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés), como condición para obtener el regreso de EU al organismo intenacional, transformó sus criterios para otorgar las declaratorias de patrimonio mundial y de patrimonio cultural inmaterial, privilegiando consideraciones turísticas generadoras de beneficios económicos y en general para capitales trasnacionales, a la vez redujo las manifestaciones estéticas o exóticas que distingue con su label, en fenómenos cada vez más desprendidos del conjunto de las condiciones materiales que los hicieron históricamente posibles, es decir: de los pueblos vivos y de sus sistemas productivos tradicionales; del mismo modo que redujo las medidas de salvaguarda a puros actos de registro o museísticos –en el mejor de los casos y, en el peor– a homologar las manifestaciones culturales con patrones de consumo masivo.

Aunque esta institución internacional, que fuera virtuosa, al abandonar su papel protector del patrimonio humano, no hace sino someterse al contexto hegemónico mundial en el que, desde la segunda mitad del siglo XX, se enseña y aprende que nada está relacionado con nada, que yo no tengo nada que ver con lo que no conozco y no tengo por qué conocer nada fuera de lo que me satisface…, ideología que permite, sin levantar multitudes escandalizadas, que campesinos, gente de carne y hueso, entregue sus tierras por la fuerza o contra cantidades miserables y acaso precarios empleos, sobre su propio territorio, cuyo aire se habrá contaminado y el agua envenenado, los que no beberán ni respirarán quienes se los quitaron, porque, tanto el gobierno nacional como los inversionistas extranjeros viven muy lejos con sus familias y se limitan a recibir sus respectivas ganancias del oro y la plata explotados a cielo abierto, ahí mismo donde la gente y el medio natural irán enfermando y muriendo.

Pero, mencionando estas horribles condiciones, ¿por qué obviar lo que la gente ingiere como alimentos en el mismo caso? ¿Como si lo que se bebe y respira no estuviera vinculado en la persona a lo que ésta come, siendo, sin embargo, fenómenos tan vitales y cercanos entre sí en la fisiología humana? Tal vez, debido a esa forma de pensar que impide contemplar a la vez la concatenación de los fenómenos de la realidad, como diría el gran filósofo marxista Eli de Gortari.

Nunca he dejado de pronunciarme activamente contra el maíz transgénico de Monsanto, pero no me parece suficiente, aún si ganáramos y se prohibiera en territorio mexicano la siembra de estos contaminantes de nuestro grano básico –como se hizo en el Tratado de Tlatelolco respecto de las armas nucleares–, pero me sorprende que no luchemos los que somos y con el mismo énfasis por la recuperación del maíz y de su complemento el frijol, sustrayéndolos del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Me intriga que luchemos contra la contaminación del aire y no lo hagamos por el saneamiento de los suelos hasta eliminar los agrotóxicos dejados por los monocultivos. Que combatamos a Wal- Mart y no seamos verdaderos cruzados para recuperar la sagrada milpa mesoamericana con todos sus productos sanos, deliciosos y abundantes, responsables de las culinarias mexicanas. Que estudiemos antiguas civilizaciones y seamos indiferentes cuando se trata de inventar para el siglo XXI los círculos virtuosos de políticas sociales, éticas y suficientemente productivas para satisfacer el hambre del cuerpo y del espíritu de los mexicanos.

Me sorprende hasta el pasmo que sigamos creyendo la inmensa mentira acerca de la eficiencia de tecnologías agroalimentarias e industriales capaces de eliminar el hambre de la faz de la Tierra, como se afirma desde hace al menos seis decenios, cuando la realidad es que se han empobrecido y contaminado los suelos, arrojado al desempleo y la migración a millones de campesinos, a la enfermedad y miseria a millones de habitantes urbanos, al consumismo y la frustración humana a las clases medias… ¿Tendremos remedio?