La llamada izquierda radical lanza un programa nacional contra la austeridad
A Hollande le resulta más fácil hacerse aplaudir en Malí que en varias regiones de Francia
Domingo 10 de febrero de 2013, p. 21
Burdeos, 9 de febrero. El hombre de regreso de Bamako no tiene nada que ver con el muñeco de látex, bonachón y algo necio, inventado por la serie de televisión Les guignols de l’info. El hombre de regreso de Malí es un jefe de guerra, de palabra firme y cuya popularidad, en caída fuerte desde hace seis meses, ha logrado incrementarse de manera significativa en poco tiempo. Pero ese hombre de regreso a Francia, el presidente François Hollande, tiene que volver a la realidad nacional.
La guerra iniciada en Malí para luchar contra el terrorismo
y los yijadistas
por decisión de François Hollande, en apoyo a la solicitud del gobierno de Malí
, provisional después del golpe de Estado de marzo 2012, ha recibido una aceptación resignada, pero global, de los partidos de la derecha y la izquierda francesas. Muy lejos de la oposición, hace dos años, manifestada en contra de la intervención militar en Libia, la de Malí tiene consenso, tanto en Francia como en África.
No cabe duda que haber dejado una alianza de grupos disparejos (grupos tuareg olvidados, reclamando desde hace tiempo su independencia, grupos fuertemente armados de ex mercenarios de Gadafi, grupos de Aqmi y del Mujao, narcos y falsos islamitas pasando la cocaína colombiana hacia Europa) el acceso abierto a Bamako y, por tanto, a una amplia zona de África, hubiera desatado un periodo de barbarie tal como lo ha estado sufriendo el norte de Malí desde marzo del pasado año. No obstante, el presidente Hollande, su primer ministro y sus ministros de Defensa y de Relaciones Exteriores siguen repitiendo que no es misión del ejército francés mantenerse duraderamente en Malí. Pero una cosa fue cerrar la carretera a la capital y retomar las ciudades del norte, como Tombuctú, y otra es atacar las bases terroristas e iniciar una nueva guerra, con el riesgo de entrar a un engranaje sin fin.
François Hollande ha sido recibido en Malí no como el representante de la vieja potencia colonial cuya presencia sigue en toda la región, sino como el superhéroe capaz de resolver los problemas del país africano. Una histórica contradicción que muchos franceses ven como afrenta a sus graves problemas domésticos. Hoy es mucho más fácil hacerse aplaudir en Tombuctú o Bamako que en Florange, donde Arcelor Mittal acaba con la siderurgia; Aulnay-sous-Bois, donde PSA-Citroën se prepara a cerrar una planta, o los Campos Elíseos, en París, donde los empleados de la tienda Virgin esperan el anuncio de su programado despido.
En mayo de 2012, cuando la elección presidencial francesa, hubo un fuerte voto anti Sarkozy, y la gran mayoría de los que votaron por Hollande lo hicieron sin ninguna esperanza de ver cambiar la política neoliberal llevada a cabo durante tres décadas, de François Mitterrand a Nicolás Sarkozy, pasando por Jacques Chirac. Sólo pensaron que se disfrazaría de social y humanista. Y ni siquiera. Los índices de las bolsas financieras rompen marcas, y si el mundo de las finanzas está en plena euforia y los banqueros van rembolsando antes de lo previsto un billón de euros de préstamos solicitados el año pasado, el desempleo y la pobreza siguen creciendo inexorablemente. En Davos se reunió hace poco la crema y la nata de los dueños del mundo, y en Francia, el lunes, salieron a las calles varias asociaciones (Secours populaire, Banco de alimentos, Restos du Cœur y Cruz Roja) para reclamar que se mantuviera el programa europeo de ayuda a los más pobres (PEAD). Este año se han distribuido solamente en Francia 130 millones de comidas a más de 4 millones de personas (18 millones en toda Europa). Fue Alemania la que pidió, en 2011, que se acabara con el financiamiento europeo (que representa, en la actualidad, apenas un euro por cada europeo). Una cumbre de los países de la región decidirá en los próximos meses la suerte del PEAD.
Mientras crece el número de pobres, aumenta también el de los desempleados y el de los trabajadores pobres. Durante su campaña electoral Hollande había prometido una ley en contra de los despidos bursátiles (como lo es, entre otros, el caso de Virgin, propiedad de un fondo de pensiones). En vez de tal ley se está preparando un texto basado en un acuerdo (que, se dijo, no sería ley) firmado en enero por empresarios y tres sindicatos (CFDT, CFE-CGC y CFTC), quedando afuera cuatro de los más importantes sindicatos franceses (CGT, FSU, FO y Solidaires). El acuerdo para asegurar el empleo
es un golpe al código laboral francés y un retroceso histórico. Afirma dar garantías a los trabajadores, pero autoriza y protege los contratos cortos, agravando la precariedad generalizada y sin límite. Se trata de un espejismo que, pretendiendo otorgar nuevos derechos a los trabajadores, deja las manos libres al empresariado para contratar y despedir a su antojo e incluso bajar los salarios.
Últimamente se preguntan los franceses por qué las reformas prometidas por François Hollande encuentran tanta dificultad cuando se trata de pasarlas a leyes. ¿Habrá incompetencia de los que tienen que redactarlas? ¿Será improvisación o será intencional? ¿Será la indecisión de lanzarse a reformas globales? Lo cierto es que, en vez de la gran reforma fiscal prometida, fue el texto sobre la imposición de un impuesto de 75 por ciento para los que pasan de un millón de euros de recursos anuales rechazado por el consejo constitucional. En vez de la gran reforma educativa se trata de imponer, en primaria, la semana de cuatro días y medio (en vez de cuatro), medida repudiada de manera casi unánime. El debate sobre la ley del matrimonio para todos se ve distorsionado por el debate sobre el derecho a la procreación médicamente asistida (PMA) que ya no figurara en la ley, sino en otra sobre la familia que se debatirá hasta diciembre próximo cuando estaba prevista para marzo. Todo ello engendra mucha confusión, de la cual se aprovecha la parte más oscurantista y reaccionaria de la sociedad francesa.
Lo cierto es que, para cumplir con sus promesas, el presidente francés tendría que romper radicalmente con su política de corte neoliberal y reconocer que la austeridad engendra retroceso y pobreza. La izquierda no socialista, la que dicen radical, acaba de lanzar una gran campaña nacional contra una austeridad que llevará a Francia a conocer una suerte parecida a la de sus vecinos del sur, Grecia, Portugal y España.