l amor y la amistad es el tema inicial de un apasionante diálogo que se publicó en la página cultural de nuestro periódico el domingo pasado (Aquí y ahora, cartas 2008-2011 entre J.M. Coetzee y Paul Auster bajo el sello conjunto Anagrama & Mondadori) .
La lectura de este diálogo me permite escribir sobre elementos de la amistad de Sigmund Freud y al margen del tiempo con Miguel de Cervantes Saavedra. La amistad de Freud con Fliess de la que se deriva el clásico Proyecto de una psicología para neurólogos, para algunos base del sicoanálisis. En la misma forma que Cervantes a través de su Quijote de la Mancha recrea su amistad con su fiel escudero Sancho Panza.
Freud, en su adolescencia, asimiló de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha la movilidad que desdibuja la fuerza del lenguaje: con su amigo Eduard Silverstein y fundan su Academia Española, de la que eran los únicos miembros y donde jugaban a cambiarse nombres, escenarios e inventar aventuras, es tal la impresión que producen las obras cervantinas en Freud, que adopta con su amigo los nombres de los perros El coloquio de los perros…: Berganza y Cipión
; Freud, crítico e inteligente, es Cipión; Silverstein, narrador y aventurero, es Berganza.
Cipión y Berganza movidos desde su espontaneidad generan las primeras investigaciones profanas previas al descubrimiento del sicoanálisis y, a la vez, vivieron la suprema sencillez y la turbulenta exaltación romántica de El Quijote. La lectura, para el fantasear adolescente de los amigos, envuelta en la fascinación del mundo de la fantasía, la visión delirante, evocadora, que borra la distinción y los tiempos que se esfuman en las sombras, y que años después empleará Freud para bucear en ese sujeto que se forma y deshace en franco delirar.
Es seguro que de las lecturas adolescentes que hizo Freud de El Quijote quedaron en su mente huellas de un representarse la realidad como un hacerse, motivado por la preocupación de afirmarse en el proceso de existir, como un construirse permanente, y no con lo dado y presente fuera de uno.
Tanto en El Quijote, como en Freud, aparece la representación de que en ninguna cosa escrita la tarea de estar viviendo es quieta sustancia. Por tanto, no cabe en el marco del pensamiento aristotélico escolástico. Las palabras no son objetos asibles con pinzas conceptuales. El logofonocentrismo, al pretender reducirlas a una categoría única, se le escapan de entre las manos.
El Quijote, cuyas huellas en Freud encuentran cabida a lo largo de su obra, pero en especial en el Proyecto de una psicología para neurólogos, la Carta 52
a Fliess y La interpretación de los sueños se funda en el supuesto de que el objeto de los propósitos y actividades del hombre poseen una realidad cambiante y sin seguro asidero. El observador y lo observado no coinciden, por lo común, en un vértice válido para nosotros observadores.
Cervantes en El Quijote recrea la amistad con su fiel escudero Sancho Panza que lo acompaña en sus aventuras y desventuras que los colocan al margen, en los márgenes, en las fronteras, en el exilio, en la exclusión, en la tierra de nadie, en la cordura y la locura, en la razón y la sinrazón, entre el delirio y la pasión, flotando entre el mundo real y el onírico. Este drama semeja en parte la escritura interna –grafía, trazo– que se ve crónicamente amenazada de borrarse.
Deliciosa promete ser esta obra entre ambos famosos escritores que permiten bucear en la interioridad.