n algunos países la población mayor de 65 años ocupa un porcentaje muy alto y se ha convertido en un problema. En otros países o regiones dentro de un país el problema es otro: que sus habitantes viven pocos años. En tanto Alemania tiene una esperanza de vida de 80 años y Japón de 83.6 años, en Afganistán es de 45.6 y en Angola de 44.9 años. La esperanza de vida promedio en el mundo, vale aclarar, es de 68.6 años y los mayores de 65 años suman 570.5 millones. En porcentajes, los mayores de 65 años en el mundo equivalen a 11.1, en Alemania a 22.7, en Japón a 24.8, en Afganistán a 2.2 y en Angola a 2.4.
La edad de jubilación en Alemania se ha subido de 65 a 67 años, en Japón se está incrementando de 60 a 65 años. Por años trabajados la tendencia es a aumentar de 30 a 35 o de 35 a 37 años. En Afganistán o en Angola desconozco los derechos a la jubilación de sus trabajadores, si acaso existen para los pocos que sobreviven a 30 años de trabajo.
En un reportaje de la corresponsalía de Reforma en Berlín, se dice que 400 mil ancianos no pueden pagar su cuidado en un asilo público ya que una habitación cuesta entre mil 500 y 3 mil 500 euros mensuales, es decir de 25 mil 760 a 60 mil 107 pesos mexicanos, cuando el monto de la pensión promedio en ese país es de 950 euros, es decir, 16 mil 315 pesos. En los asilos privados alemanes el costo de una habitación –dice la nota– puede ser hasta de 7 mil euros (más de 120 mil pesos).
La situación de los adultos mayores en Alemania se ha vuelto un negocio (en el capitalismo hasta la pobreza y la edad son negocio). Es así que han surgido empresas encargadas de conseguirles a los ancianos asilos en otros países de costo de vida más barato: en Europa del este, en Asia y pronto los veremos en América Latina. En México tenemos a muchos jubilados extranjeros, sobre todo estadunidenses, en Guadalajara, Cuernavaca y otras ciudades con un clima más o menos benigno, pues su pensión les rinde más que en sus respectivos países. Dicho en otros términos, los pensionados van a morir a otros lugares donde el costo no es tan alto como en sus propios países, lo cual es en muchos sentidos inhumano: desarraigados, con idiomas que no conocen y más solos que en sus lugares de origen.
Este fenómeno, visto en conjunto, demuestra la injusticia de los servicios de seguridad social en el mundo de hoy, incluso en los países más desarrollados. Personas que con su trabajo han contribuido a la formación de la riqueza nacional por 30 años o más, de golpe son tratadas como un saldo poblacional, como un estorbo social al que se le da apenas lo necesario para no morir en la calle o en la pobreza total. Es perverso lo que se hace con los trabajadores ya viejos, además de tratarlos como inútiles e improductivos, o peor aún, como una carga de la que nadie, ni sus hijos, se quiere responsabilizar. Dicho sea de paso, esta carga no debería de ser soportada por los hijos, que también tienen y tendrán sus problemas, sino por el Estado. Pero no es así. El Estado, en contubernio con las empresas y las compañías de seguros, les regatea una vejez digna, que debiera ser todavía más digna que cuando estuvieron trabajando, pues ya dieron lo que podían dar.
Esta inhumana situación, que es creciente, encierra una notable contradicción con la industria de la salud. Sí, dije industria de la salud. Esta industria, encabezada por laboratorios químico-farmacéuticos que ganan billones de dólares al año, por nutriólogos que nos invitan a comer alimentos orgánicos (más caros que los comunes), por fabricantes de instrumentos para hacer ejercicio y de ropa para lo mismo, se enriquecen buscando que la gente viva más años y supuestamente sana para luego no dar soluciones dignas a lo conseguido, es decir, a quienes rebasan los 60 o 65 años de edad. Y todavía así se hacen campañas estatales de alcance mundial para que no fumen, para que no beban alcohol, para que no coman chatarra, para que no estén sentados frente al televisor, para que no hagan lo que quieren hacer porque, dicen y afirman sin ningún rubor, si no hacen caso, ¡disminuyen años de su vida! Y ya que lo menciono, Japón es uno de los países donde menos prohibiciones hay contra el tabaco, donde fuma un alto porcentaje de adultos (que creció de 2011 a 2012), donde cada dueño de restaurante o bar decide si se puede fumar o no en su interior y, sin embargo, tiene la esperanza de vida más alta en el mundo y un sistema de jubilaciones más digno y más justo que en Alemania.
PD sobre México. En el segundo Foro en Defensa de la Seguridad Social en México, realizado en agosto del año pasado (La Jornada, 23/8/12), se dijo que con el sistema de pensiones los jubilados no contarán con recursos para sobrevivir económicamente, asimismo se denunció la tendencia a la baja de las pensiones y que el gobierno casi culpe a los ex trabajadores por vivir más años. En México hay 8 millones de personas mayores de 65 años, que representan 7 por ciento de la población, y de éstos hay cientos de miles que, gozando
de pensiones por haber trabajado en el sector formal de la economía, no rebasan la cantidad mensual de 4 mil pesos, menos de tres salarios mínimos. Nada de qué enorgullecerse, aunque el costo de la vida sea menor que en Alemania.