uego de que se superó el abismo fiscal en Estados Unidos, los economistas y políticos de ese país se están enfrentando en una discusión centrada en el dinero, el déficit fiscal y el crecimiento. Aunque el tema que formalmente se discute es la autorización de la Cámara de Representantes para incrementar el techo de endeudamiento público, lo que ha ganado interés es la propuesta de 10 mil firmantes, entre ellos Krugman, para que frente a una eventual prohibición legislativa para aumentar la deuda, el gobierno emita una o muchas monedas de platino por valor de un billón de dólares.
Se trata de sortear el eventual veto republicano, o el pago del chantaje que han planteado para aprobar un endeudamiento mayor, a través de un procedimiento aprobado por la ley estadunidense que permite que el gobierno acuñe monedas de platino. El texto legal se ocupa de monedas conmemorativas, pero lo que se intenta mostrar es que la administración Obama puede acuñar esa moneda de platino, que le compraría la Reserva Federal (Fed) a cambio de dólares, con los que se harían los pagos que el gobierno adeuda y el asunto se resolvió. Se trata obviamente de un truco legal que eliminaría el chantaje republicano.
La propuesta ha sido criticada por republicanos y economistas ortodoxos. Lo interesante es que ante la amenaza republicana, que cuestiona el futuro inmediato de la economía estadunidense y, consecuentemente, de la economía global, es posible imaginar salidas que cuestionan mitos creados por la economía convencional. Se trata, en este caso, del mito de que si se imprime dinero por encima del incremento de la producción se provocará que los precios aumenten.
Para el mainstream económico, la actuación reciente del banco central estadunidense emitiendo dinero para comprar instrumentos financieros, los programas de relajamiento cuantitativo I, II y III, deben rechazarse porque con tasas de interés en niveles cercanos a cero, terminarán creando inflación. No ha sido este el resultado de las tres rondas de acciones monetarias no convencionales de la Fed, las que han logrado su propósito contribuyendo a que se reduzca la tasa de desempleo.
El asunto terminará permitiendo que el gobierno estadunidense aumente su endeudamiento, que hoy es de 16.4 billones de dólares. Los republicanos perderán esta batalla, como perdieron la del abismo fiscal. Sin embargo, siguen ganando la batalla decisiva de la austeridad fiscal. Obama ha tenido que aceptar que no puede usar el gasto público para impulsar la demanda y, con ella, el crecimiento. Ha aceptado que haya un déficit de 2 millones de puestos de trabajo en el empleo del sector público.
Pese a su victoria electoral, Obama no parece estar en condiciones de revertir el dominio de los republicanos en materia fiscal. Es lo mismo que ocurre en Europa. Los halcones del déficit siguen en el mando. Poco importa que Alemania haya tenido un crecimiento negativo en el último trimestre de 2012. Sigue estando en el centro del funcionamiento fiscal de los gobiernos europeos el control del déficit fiscal, pese a que los niveles de desempleo son astronómicos y a que la recesión pudiera incrementarlos aún más.
Tampoco ha causado el impacto esperado la revisión hecha por dos importantes economistas del FMI de los valores de los multiplicadores fiscales. Se ha reconocido que los pronósticos de que cada punto porcentual como porcentaje del PIB de reducción del gasto público implicaría 0.5 puntos de reducción del producto son erróneos. Lo cierto ha sido que cada punto de reducción del gasto público ha disminuido 1.5 puntos el PIB. La austeridad fiscal le ha costado a las economías mucho más de lo que se esperaba.
No se trata de errores inocuos de pronóstico. Por el contrario, han implicado que millones de personas hayan sido enviadas al desempleo y que no puedan incorporarse nuevamente al mercado de trabajo. Las ideas económicas que están detrás del principio de austeridad siguen vigentes. Lo están en todos los países. Son válidas para quienes están en el poder. En Estados Unidos, en Europa y también en México.